V A L L E - I N C L Á N   Y   L A   P I N T U R A  ·   1
 

 V a l l e - I n c l á n   y   J u l i o   R o m e r o   d e   T o r r e s


 


 El Amor Sagrado y el Amor profano, 1908

     Entre los cuadros que expone Julio Romero de Torres, hay uno que me produce emoción hondísima, aquel que lleva por título El Amor Sagrado y el Amor Profano. Las dos figuras, estilizadas con supremo conocimiento, tienen un encanto arcaico y moderno, que es la condición esencial de toda obra que aspire a ser bella, para triunfar del tiempo. Porque eso que solemos decir arcaico, no es otra cosa que la condición de eternidad, por cuya virtud las obras del arte antiguo han llegado a nosotros. Es la cristalización de algo que está fuera del tiempo, y que no debe suponerse accidente del momento histórico en que se desenvuelve informando toda la pintura de una época. Es la condición de esencia, que antes de haber aparecido en la pintura con existencia real, tuvo existencia metafísica en una suprema ley estética. La obra de arte que ha perdurado mil años, es la que tiene más probabilidades de perdurar otros mil. Lo que fue actual durante siglos, es lo que seguirá siéndolo en lo porvenir, con esa fuerza augusta, desdeñosa de las modas que sólo tienen la actualidad de un día. ¡Las modas que otra moda entierra, sin que alcancen jamás el noble prestigio de la tradición!

     En este cuadro admirable de El Amor Sagrado y el Amor Profano hay dos figuras de mujer, que tienen entre sí una vaga semejanza, toda llena de emoción y de misterio, algo como el perfume de dos rosas que una fuese diabólica y otra divina: la rosa del fuego y la sangre, y la otra de castidad y de dolor. Y esta semejanza de tan profunda emoción, parece querer decirnos el origen común de uno y de otro amor, y que aquellas que van a juntar sus manos son dos hermanas. Y aquel sepulcro que en término distante aparece entre ellas, nos dice en la paz cristalina y silenciosa del fondo que uno mismo será su fin. Hay un profundo sentido místico en este cuadro, donde el paisaje parece haber nacido después de una oración. Tan honda es la armonía de este cuadro, que si un soplo de aire pudiese pasar sobre él, dándole movimiento y vida, las figuras perderían parte de su belleza y todo aquel poder religioso y fascinante. El pintor ha realizado una obra triunfadora del tiempo, porque ha conseguido hacer las cosas mudas y quietas, más intensas que la vida misma.

Valle-Inclán, «Un pintor», El Mundo, Madrid, 3 de mayo de 1908.
Notas de la exposición de Bellas Artes de 1908.

 
 
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