VALLE INCLÁN A TRAVÉS DE...
 

José Alfonso Vidal

 por Josefa Bauló
(T.I.V.)

 

José Alfonso Vidal o los sabios consejos de Valle-Inclán.
    Los Alfonso Vidal fueron una familia bien conocida en Monover (Alicante). Parte de su fama fue ganada por Antonio Alfonso Vidal, actor y crítico teatral que prestó su voz a algunos seriales de Radio Madrid o que interpretó algún secundario curioso, como por ejemplo en la película El verdugo de Berlanga. Pero, sobre todo, la celebridad familiar llega a través de la abundantísima obra de erudición y crónica local de uno sus miembros: José Alfonso Vidal (1899-1976). Tras los consabidos años de estudios, que en su caso cursó en el colegio de los jesuitas de Santo Domingo de Orihuela, fue escritor, periodista y conferenciante. Fundó el periódico La Cháchara y dirigió el semanario Democracia, órgano del Partido Republicano Radical. También colaboró en Mundo Gráfico y trabajó en la editorial Atlántida. El estallido de la Guerra Civil lo encuentra residiendo en Valencia y pasa los tres años de la contienda en esa zona como funcionario de prisiones.
    Apologista y biógrafo de su paisano, el escritor Martínez Ruiz, Azorín, (Azorín Íntimo, La Nave, Valencia, 1950; Azorín en torno a su vida y su obra, Editorial Aedos, Barcelona, 1958), fue además el autor de cientos de artículos y conferencias de temática taurina y literaria (Siluetas literarias, Prometeo, Valencia, 1967; De Antonio Fuentes al Cordobés, Prometeo. Valencia, 1969; Del Madrid del cuplé, Editorial Cunillera, Madrid, 1972). Extremadamente fértil con la pluma, José Alonso, dejó el testimonio de sus vivencias desperdigado en diversas obras memorialísticas de las cuales la más notoria es, sin duda, Levante, 36. La increíble retaguardia. Aunque muy apegado a su lugar de origen, el escritor vivió parte de su juventud en Madrid y los últimos años de su vida en Alfafar.
    El siguiente testimonio de José Alfonso sobre la figura del Don Ramón del Valle-Inclán no puede por menos que calificarse de elogio en estado puro. Es curiosa la admiración que desde su asombrada juventud sentían, -él, sus amigos y otros como ellos- por los hombres de letras a quienes no sólo consideraban sus maestros en lo literario, sino también en lo social, cuando no en lo político o lo personal. Hay que contar también con que, en el «Madrid del cuplé», Valle-Inclán, Azorín, Unamuno o Pío Baroja eran hombres «de moda». Tan es así que, siempre siguiendo al memorialista que nos ocupa, Valle-Inclán «fue el primero en Madrid que literatizó las gafas», es decir, las antiparras llamadas «quevedos». Según palabras de Alfonso, escritas en el año 1966, los escritores de aquel entonces«ambulando por las rúas cortesanas, llegaban a detener la circulación. Poseían, como los toreros de antaño, mucha personalidad estos grandes toreros de la pluma. Hoy, escritores y la mayoría de lidiadores – exceptuando al Cordobés y algún otro- pasan inadvertidos y grises públicamente. Nadie se fija en ellos. Todos se hallan standarizados (sic), casi con parejas vestimentas y físicos. Antes, con respecto a la literatura, no acontecía así.»

En sus años mozos, don José Alfonso, después de un curso acelerado de literatura y bohemia en Valencia, se trasladó a Madrid contagiado por el «microbio de las letras». Había leído con entusiasmo, cómo no, a Blasco Ibáñez, tambiéna Eça de Queiroz y, por descontado, a Baroja, Unamuno y Valle-Inclán. Seguirles, escucharles, imitarles era uno de sus afanes.
Y cuando quiero escribir algo lo hago en el Ateneo, de donde me he hecho socio. Me retoñan las aficiones literarias de Valencia. Y me doy en la biblioteca de la docta casa unos tutes buenos. Hasta hemos formado una peña varios aficionados a las letras de molde: Reblet, De Gaspar, Pérez Doménech, los hermanos Urdapilleta, Ledesma Miranda y mangue. Capitanes de nuestro cotarro, el escritor Andresito González Blanco y el orondo poeta Gonzalo Morenas de Tejada. [...] Ninguno de los de la panda hemos publicado nada aún. Somos amigos de Unamuno y de Valle-Inclán. Y no nos perdemos los monólogos de ambos escritores –no dejan hablar a nadie- en sus tertulias de la «cacharrería», tan mollares como los de Hamlet, pero más divertidos. (Levante, 36. La increíble retaguardia, Editora Nacional, Madrid, 1973, p. 24.)
Aunque todos los citados como integrantes de esa «peña» literaria estuvieron vinculados con mayor o menor fortuna al mundo de la literatura, bien como críticos, bien como historiadores, e incluso como escritores, la impronta que el escritor gallego había dejado en ellos no produjo talentos a su altura, pero sí admiradores que, como José Alonso, elogian al autor a la primera ocasión y destacan los rasgos «legendarios» de su personalidad con los matices propios de la memoria de cada quien.En un libro anterior, Siluetas literarias, José Alfonso había dedicado unas páginas al retrato literario de Valle-Inclán basadas en sus recuerdos personales.
Don Ramón poseía un físico de personaje del Greco. Tenía también -como he dicho ya- algo de obispo griego y pope ruso. Andando los años, el saleroso Felipe Sassone le llamaría «espantapájaros genial». Una frase con mucho grafismo. Sassone -igualmente lo he dicho antes- con tal de hacer una frase era capaz de sacrificar a un amigo estimado. Porque Don Ramón lo era suyo. Y de sus preferentes. Además, Felipe lo admiraba de una manera extraordinaria. Tenía Valle-Inclán una fama de hombre terrible, pero yo que tuve el honor de tratarlo personalmente, no encontré en él más que afecto y bondad. Desde su Olimpo literario se avenía a conversar afable con los que, como yo, no éramos entonces sino principiantes modestos, ya inficionados por el virus temible. Una tarde me hallaba en la biblioteca del Ateneo leyendo El Satiricón y la Historia de Grecia de Víctor Duruy, que me había recomendado mi ilustre paisano y amigo el maestro Azorín. Don Ramón, que andaba por la sala de lectura, entre las miradas curiosas de los que estaban allí, se paró junto a mi pupitre. Con su ceceo tan característico preguntó cordial:
- ¿Qué ze lée, pollo?
- Metidos en la Roma de Petronio y en la Grecia de Duruy, don Ramón- le contesté.
-Ezo entona. Hay que leer mucho. Pero zobre todo, vivir.
[Siluetas literarias, Ediciones Prometeo, Valencia, 1967, p. 45]
El autor se extiende ampliamente sobre este consejo, y lo recordará otras veces con idénticas palabras aliñadas con un chiste de cosecha propia sobre el hecho de que un escritor sin vivencias es como un vermut sin gambas. Al parecer, en otra ocasión, un escritor por el que Valle no sentía demasiada simpatía, Blasco Ibáñez, le recomendó lo mismo. Pero lo que nos importa de la anécdota es que, sin duda, vida y literatura constituyen el binomio básico sobre el que Valle basaba sus consejos a los boquiabiertos asistentes a sus tertulias; él mismo, que sin ser un hombre sedentario tampoco podía pasar por un aventurero, se había encargado de construirse una personalidad suficientemente exótica como para que su auditorio pudiera creerse que hablaba por experiencia.
Las páginas, y el menudeo de referencias constantes, que José Alonso dedica a Valle-Inclán, son un compendio de anécdotas, triviales en su mayor parte, repetidas todas ellas, contribuyendo a los tópicos más frecuentados al hablar del perfil público del escritor. Sin embargo, insisto, pese a lo consabido y a que se hallan adornadas con detalles de cosecha propia, nacen de la cercanía con el mito y del conocimiento directo del ambiente en que ese mito se desarrolló. Uno de los tópicos es, sin duda, su capacidad para la ternura y la cordialidad, siempre en claro contraste con su facilidad para defender sus posiciones literarias con un apasionamiento casi feroz:
[...] Oí mucho a Valle-Inclán, como a Unamuno, en la famosa «Cacharrería» del Ateneo. ¡Qué ratos más deliciosos pasé! Les faltó un Eckermann-repito- así como a Sassone, que recogiese todas las ingeniosidades repentinas, las chispas de su talento. Una tarde, Don Ramón, hablando del verso, nos lanzó esta opinión original.
- El verzo bueno tiene pocaz palabraz. Y el verzo malo, muchaz. Ejemplo de verzo bueno: ¡Ínclinas razaz ubérrimas! Y de verzo malo: ¡Las hijaz de laz madrez que amé tanto...! En eztos verzoz maloz hay abundancia de artículos y de prepozicionez de relleno. Zon verzoz de líneaz cortas. En cambio, en los otroz, en loz buenoz, laz líneaz largaz zignifican conocimiento del idioma, plenitud. Cada palabra dice algo. Y eza ez la misión del escritor. Depurar el idioma para llegar, como en laz lenguaz griega y latina, a la zínteziz absoluta.
-Por ese procedimiento- cortó un contertulio- no hubiera descubierto usted a Juan Ramón.
-Ez que en Juan Ramón la palabra no ez lo zuztancial. Bastaría que ze exprezara por gestos- remachó Valle entre las sonrisas colectivas.
Valle tenía salidas para todos. Muchas noches – vivía al lado del Ateneo- iba a buscarlo un hijo suyo de siete u ocho años de edad.
-Papá. La mamá que vayas, que ya está la cena puesta.
Don Ramón, embalado, seguía hablando sin hacer caso del niño. Y se sorprendió el auditorio cuando el chavalillo, tirando de la manga vacía de su progenitor, exclamó impaciente.
-Vámonos pronto, papá. Porque es que tú, en poniéndote a hablar te ciegas.
Todos esperaban la catástrofe, dado el temperamento «terrible» de Valle-Inclán. Pero éste, sonriendo y poniendo su mano sobre la cabeza del niño, se despidió de la tertulia.
-Quien manda, manda. Buenaz nochez señorez.
[Siluetas literarias, p. 46]
Ese mismo hombre es el que Alonso recuerda capaz de provocar alteraciones del orden público en la entrada del Ateneo o en su interior. Allí mismo recuerda el alicantino haber asistido a la conferencia en la que Valle tildó a Don Benito Pérez Galdós de «garbancero». Esa asociación del autor de los Episodios Nacionales con la humilde leguminosa es anécdota mil veces repetida, como también la escena del enfrentamiento a puñetazo limpio entre los defensores de uno y otro escritor. Pero lo que importa son los motivos de Valle, más allá de la pataleta verbal y más allá también de su propio orgullo herido al ser su obra El embrujado rechazado por Galdós desde su cargo de asesor literario del Teatro Español.
- Nuestro teatro poético muere abrumado por los ripioz de un Villazpeza o de un Marquina, que ze han nutrido a la vez de los ripioz de loz clásicoz, Zorrilla con preferencia, zi ez que a eze hombre ze le puede calificar de tal. El lamentable rezultado ha zido la creazión de un teatro endeble que ze cae por zu baze. Yo quiero que miz obraz rezpondan a la acción. Que lleven al ezzenario la vida y la poezía. Pero loz cómicoz, nueztroz cómicoz, loz azezorez literarioz como Galdóz, no pueden acoztumbrarze a eztaz cozaz. La lucha con elloz es inutil. ¡Zon unoz bestiaz!
[Siluetas literarias, p. 48]
En medio de los recuerdos que nos ofrece Alonso, no falta la valoración literaria de la obra de su admiradísimo autor a quien considera un verdadero maestro del idioma, «el gran emperador de la prosa»:
Fue el más literato de los escritores, tanto en su obra como en su vida, siempre digno y altivo en sus estrecheces. El marquesado de Bradomín le hubiera venido piripintado. Acababa de publicar sus Sonatas- las «Serenatas», dijo despistado un intelectual- una joya lírica entre la prosa ratonera y pornográfica de entonces. Las influencias del abate Casanova eran lo de menos. Lo que pintaba era la prosa magistral de don Ramón. Luego vinieron las Comedias bárbaras – ya de más nervio, con alguna resonancia de las novelas campesinas de D’Annunzio. Hasta parar en los impares (sic) esperpentos, donde don Ramón llegó a cimas inaccesibles. Aquí ya no hay influencias extranjeras. Goya, Rojas, Quevedo... pueden citarse tal vez como ingredientes en la elaboración de estos «esperpentos» geniales. Lo que tamizado por la sensibilidad de Valle-Inclán produjo un resultado maravilloso. El más depurado lirismo toreando al limón con la frase de la cruda de la germanía. Los vocablos finos dando al mano a los vocablos gordos. ¡Y ese sarcasmo de don Ramón que hizo trizas a los grandes figurones del siglo XIX, auténticos fantoches para Valle-Inclán! Veía uno al escritor paseando por la calle de Alcalá y se animaba a emprender la ingrata carrera de la pluma.
[Siluetas literarias , p.47]
Entre los recuerdos del periodista de Monover, también figura la relación de Valle-Inclán con Artemio Precioso, fundador de la editorial Atlántida y sus series La Novela de Noche, Muchas Gracias y La Novela de Hoy. Colección ésta ultima con la que se pretendió hacer accesible al bolsillo popular creaciones de Blasco Ibáñez, Pérez de Ayala y el propio Valle-Inclán. Cuenta José Alonso cómo éste último tuvo mucho que ver en la mala fortuna del editor quien, a raíz de una obra del escritor gallego, tuvo problemas graves con la censura primoriverista; una censura que desde hacía tiempo ya veía con malos ojos que el editor publicase novelas de corte erótico-galante:
Andaba el dictador muy enfadado con Artemio por haberle publicado a Valle-Inclán en La Novela de Hoy un relato muy donairoso – en la línea de los insuperables esperpentos- titulado La hija del capitán, en cuyo protagonista malició don Miguel determinadas alusiones a su persona. Aunque la censura - ¿una pifia de don Celedonio De Laiglesia, famoso podador de frases e intenciones?- dejó pasar la novelista, Primo de Rivera ordenó retirarla inmediatamente. La policía andaba loca rebuscando por los quioscos. El general, enfurecido, movilizó a los fiscales del Reino. Y fueron procesados Artemio, Joaquín Belda, Álvaro Retana... que se largaron a París.
[Siluetas literarias, p.81]
Mientras quiso, pudo y le dejaron, don Artemio Precioso editó a los mejores y también a los más comerciales. Reconoce Alonso que Valle-Inclán, al igual que Baroja o Unamuno, no contaba con muchos lectores en aquel «Madrid del cuplé», si acaso admiradores como él mismo, que concedía el triunfo económico a los autores de novela ligera, endeble, facilona: Insúa, Belda, Retana, ... Más tarde, mucho más tarde, éstos cayeron en el olvido; a los otros como mínimo se les reconoció el valor literario. En su momento Valle-Inclán, con su «guasa viva», se limitaba a aplicar el sentido del humor y aconsejaba a los autores que se tuvieran como tales que no dudasen en matar de hambre a «zuz ezpozas y a zus hijoz.» [Siluetas literarias, p.118]
Dignidad y buen humor, otro gran consejo de Valle-Inclán.
 

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El Pasajero, estío 2004