VALLE INCLÁN A TRAVÉS DE...
 

Luis Buñuel

 por Josefa Bauló
(T.I.V.)




    En su juventud, el famoso director de cine español, Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 1900 - Ciudad de México, 1983) frecuentó intensamente los ambientes intelectuales madrileños acompañado de Salvador Dalí y Federico García Lorca y de otros cuyos nombres evocan toda una época y una explosión de arte y literatura. La Residencia de Estudiantes, el Ateneo, el Café de Gijón... eran el lugar de encuentro y de referencia puesto que allí acudían también muchos de los artistas consagrados. No todos los viejos maestros eran aceptados por igual por aquellos amigos que unían a su talento la insolencia de la juventud. A Juan Ramón Jiménez, dos irreverentes Buñuel y Dalí lo hicieron destinatario de un telegrama que se burlaba cruelmente de su Platero. Pero allí estaba también Valle-Inclán; y a Valle los "putrefactos", como de autodenominaban Buñuel y Dalí, y los amigos de los "putrefactos", Lorca y Alberti entre ellos, le mostraron siempre su admirado respeto. Pepín Bello, memoria viviente que sobrevivió a los principales protagonistas de aquellos días, recordaba a Valle a propósito de un torero extraño, inteligente y mujeriego: Juan Belmonte.

    «Valle también fue su amigo y se tenían respeto y admiración»- evoca Bello.- «Otro gran tipo Valle-Inclán, de ése no hacíamos burla. Nos impresionaba, también nos gustaba su fama de intemperante, de dar bastonazos, de montar la bronca en un teatro. Un día me lo presentó, en La Granja del Henar, Melchor Fernández Almagro. Yo tendría menos de veinte años y él, al oír mi apellido, me preguntó: ¿Eso de Bello es muy gallego, no? Yo le respondí que sí, que mi familia paterna procedía de Muros. Me pareció el más amable de los seres».

    Además de las amistades y los lugares de tertulia, son otros los puntos coincidentes entre las personalidades artísticas de Valle-Inclán y Buñuel. Los críticos han visto en la obra de éste una versión en celuloide de ese tratamiento esperpéntico de la realidad española que inauguró aquél en su teatro y su novelística. Véase y léase al respecto The esperpento tradition in the works of Ramón del Valle Inclán and Luis Buñuel, de Diane M. Almeida (Lewiston, Nueva York, Mellen Press, 2000).

    Un concepto radicalmente nuevo de la representación visual arrancaba en las primeras décadas de los años veinte y entre genios nada bobos andaba el juego o, mejor que el juego, el invento de lo cinematográfico. Sabida es la admiración de Valle por el recién nacido séptimo arte del que presagiaba el desarrollo y las posibilidades. En Mi último suspiro (Plaza & Janés, Barcelona, 1982) cuenta Buñuel cómo don Ramón estuvo cerca de participar en un guión sobre la vida de Goya. Corría 1927, el pintor por excelencia de la España negra y su sinrazón cumplía aquel año ciento desde su muerte y las instituciones proyectaban, entre otros, un homenaje en forma de película. Buñuel, recién llegado de París donde había dado sus primeros pasos cinematográficos con Jean Epstein, se interesó por el tema hasta que supo que Valle-Inclán ya había tomado cartas en el asunto:

    En aquellos momentos, yo era sin duda el único español, de los que se habían ido de España, que tenía nociones de cine. Fue sin duda por esta razón que, con ocasión del centenario de la muerte de Goya, el comité Goya de Zaragoza me propuso que escribiera y realizara una película sobre la vida del escritor aragonés, desde su nacimiento hasta su muerte. Yo hice un guión completo, ayudado por los consejos técnicos de Marie Epstein, hermana de Jean. Después hice una visita a Valle-Inclán, en el Círculo de Bellas Artes, donde me enteré que él también preparaba una película sobre la vida de Goya. Yo me disponía a inclinarme respetuosamente ante el maestro cuando éste se retiró, no sin darme algunos consejos. A la postre el proyecto fue abandonado por falta de dinero. Hoy puedo decirlo: afortunadamente. [Mi último suspiro, p.102]

    En la actualidad, podemos leer una sinopsis de ese proyecto gracias al excelente trabajo de documentación de Agustín Sánchez Vidal publicado con el título de Luis Buñuel. Obra Literaria (Ediciones de Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1982). Se trata de una adaptación de la idea inicial; la que, en 1937, Buñuel presentara a los estudios Paramount. Tampoco aquella vez el film vería la luz.

    Centrémonos, sin embargo, en la cita entre Valle y Buñuel en el Círculo de Bellas Artes. El director de Calanda recordó años después, al filo de una entrevista concedida a Tomás Pérez Turrent y José de la Colina, las palabras de Valle: «Puez penzaba hacer Goya, pero el hombre de zine ez usted, y le zedo el pazo» (Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, 1999). Es de nuevo Sánchez Vidal el que mejor documenta el encuentro: él es quien menciona a García Lorca como el que informó a Buñuel del proyecto y señala la presencia de Rivas Cherif durante la conversación. En ella Valle, con su particularísimo sentido de la historia, le insistió mucho a Buñuel en que no olvidase reflejar en su guión que Goya quedó sordo de unas fiebres contraídas al arreglar el eje de la carreta de la Duquesa de Alba. Un episodio que, efectivamente, el cineasta convierte casi en uno de los motivos centrales de su sinopsis. La versión de 1937 recuerda en sus detalles la ambientación y el tono de algún capítulo de El ruedo ibérico. Además de pensar que Buñuel era injusto consigo mismo al preferir que el proyecto no prosperara, para Sánchez Vidal, aquel acercamiento al universo valleinclaniano hubo de fructificar más tarde, y quizá de forma inconsciente, en films como El fantasma de la libertad.

    Hubo más ocasión de adaptar a Galdós que a Valle durante la dilatada carrera cinematográfica de Luis Buñuel, pero ambos autores marcan con profunda huella la imaginería del de Calanda. Él afirmó, en más de una ocasión, que el exceso de lenguaje literario, el virtuosismo de ciertos autores admirados como García Lorca o el propio Valle le dificultaban la adaptación cinematográfica: «Valle-Inclán es extraordinario de lenguaje, con sus neologismos, sus valleinclanismos. Es muy literario en el mejor sentido de la palabra». O también, insistiendo en el tema del lenguaje y refrendando las palabras que leíamos antes de Pepín Bello: «Admirábamos a algunos: Ortega, Unamuno, Valle-Inclán. Lo admirable de Valle-Inclán es el lenguaje: arcaísmos, neologismos, mexicanismos, valleinclanismos. Su teatro, a parte del lenguaje, no lo considero interesante. Entonces nos gustaban mucho sus esperpentos. Otros escritores, como Baroja, nos interesaban menos. Ya entonces estábamos muy influidos por los franceses y buscábamos otros horizontes. Éramos, ¡perdón!, vanguardistas». (Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, 1999).

    Posiblemente solo con el paso del tiempo y la maduración de la propia obra, aquellos alocados vanguardistas supieron apreciar al maestro Valle en lo que valía, pero sin duda su aspecto y carácter les divertía y causaba sensación. Y más que posiblemente esa reacción entre los jóvenes no desagradara al escritor gallego; al fin y al cabo la transgresión había sido su lenguaje mucho antes de que Buñuel decidiera hacerle objeto de su surrealista admiración:

    Una noche, Giménez Caballero, el director de La Gaceta literaria, ofreció un banquete a Valle-Inclán. Asistieron una treintena de personas, entre ellas Alberti e Hinojosa. A los postres nos pidieron que dijéramos unas palabras. Yo me levanté le primero y dije:
-La otra noche, mientras dormía, sentí unas cosquillas, encendí la luz y vi que por todo el cuerpo me corrían Valle-Inclanes pequeñitos.
Alberti e Hinojosa dijeron cosas tan graciosas como ésta, que fueron escuchadas en silencio y sin la menor protesta por los demás comensales. Al día siguiente me encontré casualmente con Valle-Inclán en la calle de Alcalá. Él levantó su gran sombrero negro y me saludó, tan tranquilo, como si nada. [Mi último suspiro, p. 141]

    Sánchez Vidal asegura que este acto de «terrorismo cultural» del imprevisible Buñuel no impidió la cordial entrevista de 1927. Afortunadamente.



El Pasajero, primavera 2002



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