Respuesta a la carta de don Ramón del Valle-Inclán a los redactores de El Pasajero



            Apreciado don Ramón:
 

    He leído atenta y respetuosamente su carta dirigida a los editores de El pasajero y, conociendo su talante rebelde e inconformista, no puedo menos que atribuir a un profundo desconocimiento el frontal rechazo que a las nuevas tecnologías usted manifiesta.
    Estoy de acuerdo con usted en que esas nuevas tecnologías no nos hacen ni nos harán escribir mejor, y que ningún mundo virtual, por perfecto que sea, podrá sustituir nunca a su sillón de orejas y a su acogedora chimenea. En lo que ya no estoy tan de acuerdo es en esa nostalgia del papel y del libro impreso que amenaza con acabar con nuestros bosques. ¿Qué quemará usted, don Ramón, en su chimenea cuando ya no queden árboles? La literatura, buena o mala, seguirá siendo buena o mala literatura tanto si se difunde en papel como si se hace en cualquier soporte electrónico.
    Tampoco me parece del todo correcto acusar a Internet del empobrecimiento de nuestro idioma y de nuestra dependencia del Imperio. Respecto a lo primero, probablemente sea Internet, donde, digan lo que digan algunos gurús mediáticos, la palabra escrita es fundamental, un poderoso elemento que puede ayudarnos a salir del progresivo analfabetismo al que la televisión y la cultura visual nos está condenando.
    Respecto a lo segundo, la revolución que Internet está provocando en la difusión de la cultura y la información sólo es parangonable a la que en su momento provocó la invención de la imprenta, que llevó asociada una inevitable democratización del saber e hizo posible las revoluciones burguesas.
    Hoy, cuando la libertad que supuso la cultura impresa se halla amenazada por la enorme concentración de los grandes grupos multinacionales, la aparición de la red de redes (Internet) ofrece una posibilidad de comunicación real a la cultura de la disidencia. Como usted muy bien sabe, el control de la información, su organización eminentemente jerárquica, es indispensable para el control económico y político que las corporaciones y los estados ejercen sobre el individuo. Internet rompe radicalmente con ese control desde el momento en que organiza la información horizontalmente y la pone a disposición de cualquier usuario. Sin Internet, no hubiera sido posible una revista como ésta dedicada específicamente a su vida y su obra.
    Es evidente que la comunicación por la red está ya transformando nuestro modo de entender la realidad y que, en las próximas décadas, nuestra vida cotidiana cambiará sustancialmente. Por supuesto, no soy tan ingenuo como para pensar que esa transformación conduzca necesariamente a una sociedad más justa y más libre. Pero creo que puede contribuir a ello.
    Para que esa revolución se produzca, debemos luchar contra la censura y los controles que, con la excusa de la pornografía infantil, del terrorismo, los virus y la seguridad mundial –los mismos demonios de siempre–, algunos Estados pretenden imponer a la red. La verdadera causa de esas restricciones es que esos Estados se han dado cuenta del potencial revolucionario que tiene la red –como prueba la organización a través de Internet de las últimas campañas de protesta contra la globalización– y evidencian su obsesión por controlarla.
    Pero no nos engañemos, el verdadero peligro que corre la libertad de comunicación a través de la red no está en esos llamativos esfuerzos por imponerle restricciones. Eso es tan sólo una cortina de humo que pretende desviar la atención sobre la verdadera amenaza: el mercado. La invasión masiva de los sitios comerciales que pretenden convertir Internet en un bazar universal y el consiguiente desembarco de las grandes multinacionales, obsesionadas por posicionarse y, sobre todo, por tener el control de los puntos de acceso a la red –la feria de compra-venta de portales a la que venimos asistiendo– amenaza con arrinconar la cultura y la disidencia en la periferia de la red. Y, como usted muy bien sabe, el mercado no es ideológicamente aséptico ni inocente.
    Sin embargo, ésa es un arma de doble filo. Evidentemente, el éxito comercial de tales operaciones depende de alcanzar un número de consumidores lo suficientemente amplio. Por eso las multinacionales y los Estados están maniobrando para abaratar los costes de los equipos informáticos y de las conexiones, y se plantean la extensión universal de los mismos. Ahí está el gran negocio, pero también el gran peligro.
    De las tranformaciones que sufra la red en los próximos años y, en buena medida, de las actuaciones de quienes por ella navegamos y de quienes colaboramos en su construcción dependerá la consolidación de su potencial revolucionario. Parece evidente que, dado el bajo coste y la relativa facilidad tecnológica con que hoy en día se pueden poner a disposición de todo el mundo la información y la cultura, va a ser muy difícil, a no ser por la vía coercitiva, ejercer el control absoluto de la red.
    Para algunos teóricos, la solución estaría en abandonar Internet al ámbito comercial y crear una red paralela de contenidos culturales y científicos, informativos y formativos. Yo no estoy tan seguro de que esa sea la solución. Eso plantearía probablemente la necesidad de una «doble conexión» no asumible por una gran mayoría de la población –de modo análogo a como hoy se obliga a los telespectadores a elegir entre varias plataformas de televisión digital– y  acabaría relegando la red sin ánimo de lucro a ámbitos académicos y, por lo tanto, minoritarios. Por el contrario, si en la misma red conviven los contenidos alienadores con los contenidos alternativos, se hace más fácil la navegación de unos a otros y aumentan las posibilidades subversivas de la misma.
    En definitiva, comparto y entiendo algunas de sus inquietudes. En estos tiempos obtusos y emputecidos en que vivimos, en los que el horizonte de una transformación real hacia un mundo más justo y más libre se percibe como una línea lejana que no hay que perder de vista pero a la que resulta muy difícil llegar, no nos queda más que el esfuerzo –y, si usted quiere, también el consuelo– de hurgar en las grietas que el sistema, imperfecto como todos, manifiesta para intentar avanzar en su demolición. Y, hoy por hoy, Internet es, a mi juicio, la herramienta más importante y con más posibilidades con que contamos.

        Afectuosamente,

                                                                                 Juanito Reseco

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