Ramón María del Valle-Inclán, héroe de crónica en el Perú (Un artículo olvidado de José Carlos Mariátegui)
Antonio Espejo Trenas
(Universidad de Valencia)


Resumen

     El presente trabajo sondea la recepción de la vida y obra de Ramón del Valle-Inclán en el país andino, a la vez que desvela un texto no atendido en el ámbito general de la investigación valleinclaniana. La crónica de José Carlos Mariátegui permite conocer la opinión que tiene sobre la figura literaria y pública del genio gallego un coetáneo americano, expuesta en un género que no es el habitual en el acervo crítico al uso. Por un lado, observamos el reflejo de culturas y sensibilidades sociales; por otro, el interés de la fórmula genérica “artículo periodístico” como fuente de aproximación a la semblanza de personajes ilustres.
 
 

     El escritor sólo se puede comprometer con la lucha por la libertad,
     manifestando esa parte libre de nosotros mismos que ninguna
     fórmula puede definir, sino solamente la emoción y la poesía
     de las obras desgarradoras. (Bataille, 1993: 32)

     Un hondo hálito procedente de América impregna los trabajos y los días valleinclanianos. Desde la obra, los pretextos de la Sonata de estío y las colaboraciones periodísticas del joven escritor gallego en el país que se escribe con la arcaica «x» confirman esa vinculación, intacta hasta llegar a Tirano Banderas. Desde la biografía y la opinión, podemos intuir en él una voluntad de conocimiento que nace en la valoración inicial del exotismo nativo y alcanza el reflejo de los procesos revolucionarios contemporáneos. En el punto de partida, el artista hace uso del marco del Nuevo Mundo para apuntalar toda una genealogía mítica, tan cara a su personalidad.

          Uno de mis antepasados, Gonzalo de Sandoval, había fundado en aquellas tierras el Reino de la Nueva Galicia. Yo, siguiendo los impulsos de una vida errante, iba a perderme como él en la vastedad del viejo Imperio Azteca, imperio de historia desconocida, sepultada para siempre con las momias de sus reyes, entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones, de cultos, de razas que fueron y sólo tienen par en ese misterioso cuanto remoto Oriente.

(Lavaud-Fage, Eliane, ed., «Autobiografía», en Colaboraciones periodísticas de Ramón del Valle-Inclán, 1992, p.199)1
 

     El contacto de Valle con la realidad americana se atestigua bien pronto. En el diario El Globo, lugar donde publica algunas de las primeras páginas de creación y crítica, aparece el 23 de diciembre de 1895 un anónimo artículo, «Impresiones de Tierra Caliente», que reproduce una parte del cuento La Niña Chole (Larrea López, 1993: 368-378)2.  Además de difundir este relato incluido en la primera edición de Femeninas. Seis historias amorosas, el desconocido autor alumbra la imagen de un ser marcado para siempre por un espíritu de constante derrota aventurera.

          Es un tipo Ramón del Valle. De regreso de América, y después de haberse calafateado en el país natal de Galicia, toma ahora un copioso baño de Madrid, apercibiéndose para emprender en el otoño una segunda excursión o incursión á Nueva España. Por ahí anda, con su cabellera y sus barbas tan luengas como negras, recorriendo á grandes trancos las calles, y fijando en cuanto ve -sobre todo en las mujeres- una mirada de pájaro de presa, á la vez fulminante y distraída.

(Larrea López, Juan Félix, «Impresiones de Tierra Caliente», en Modernismo y teosofía: Viriato Díaz-Pérez , Madrid, 1993, p. 369)
 

     Los principales hitos del encuentro remiten una temprana estancia en Cuba y México, el viaje que le lleva a Buenos Aires, Chile, Paraguay y Bolivia en 1910 -Josefina Blanco fue contratada sucesivamente por las compañías de García Ortega y Díaz de Mendoza-Guerrero- y la respuesta al ofrecimiento que Alfonso Reyes, entonces embajador de los Estados Unidos mexicanos en Madrid, formula en 1921. Ello supone nuevas residencias en los países azteca y antillano, así como un breve paso por Nueva York (Lima, 1992: 25-49; Paz-Andrade, 1981: 130-132). La amistad del comisionado, historiador y poeta es capital en el planteamiento de los últimos proyectos transoceánicos de un Valle que mira alrededor de sí con unos espejuelos nuevos3. Sólo los cargos públicos a los que accede durante la Segunda República impiden un último rumbo por el amado suelo americano.

          Según suben o bajan las posibilidades de buen éxito en su candidatura (a la dirección de la Academia Española de Bellas Artes en Roma), Valle-Inclán se ocupa, con más o menos empeño, de su viaje a América. Deja de pensar en irse al Brasil, que le había tentado a través de Alfonso Reyes, (ahora) embajador de Méjico en Río de Janeiro, para decidirse por Méjico mismo, cuyo ambiente le era enteramente conocido. El embajador en Madrid de los Estados Unidos mexicanos, Jenaro Estrada, traslada a su Gobierno los deseos de Valle-Inclán, y éste recibe las seguridades de un cargo bien retribuido allí y, desde luego, de un pasaje para él y sus hijos.

(Fernández Almagro, Melchor, Vida y literatura de Valle-Inclán,1966, p. 243)4

     De una manera extensa, la actividad investigadora sobre la obra de Valle-Inclán en  América Latina se concentra en estos núcleos, en especial en México y Argentina. Con el artículo que hoy recordamos, queremos actualizar mínimamente la crítica valleinclanista en Perú, país del que se conocen escasos estudios acerca del genial escritor (1995). En julio de 1924, en Novecientos de Lima ve la luz el artículo del académico peruano José Jiménez Borja «Valle-Inclán. Fragmentos de una conferencia». Ese mismo año, El Mercurio Peruano, publicación capitalina cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XVIII, acoge en dos de sus volúmenes reflexiones de interés biográfico: el escritor y crítico ecuatoriano Francisco Guarderas refiere en el vol. XIII su «Don Ramón María del Valle-Inclán», mientras que Tulio Manuel Cestero ofrece en el tomo siguiente el retrato «De la vida interior de don Ramón del Valle-Inclán». Cinco días después de la muerte del maestro gallego, Félix del Valle escribe para El Comercio de Lima la semblanza «Figuras españolas. Valle-Inclán». Al año siguiente, en abril de 1937, Palabra de Lima reproduce «Fisonomía literaria de Valle-Inclán», obra del ensayista cubano Jorge Mañach. Una nueva miscelánea se observa en «Literatura valleinclaniana, suma y esencia de don Ramón», artículo del folklorista peruano Julio Baudouin que aparece en El Comercio entre el siete de julio y el cuatro de agosto de 1943. La rúbrica P.G. firma «Valle-Inclán» en el tomo X de Letras de Lima en 1956 y pasan diez años hasta que La Crónica, diario igualmente de la capital, publica uno de los títulos a incluir en el conjunto de homenajes dedicados al nacimiento del escritor: «El centenario de Valle-Inclán» de Ramón J.Sender.5

     A este conciso grupo se une la nota que el fundador del Partido Socialista Peruano, el intelectual marxista José Carlos Mariátegui, redacta para la «revista semanal ilustrada» Variedades de Lima en 1928.6  La atención que el responsable de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana demuestra por algunas figuras del panorama literario español  -Blasco Ibáñez, Gómez de la Serna y, en especial, Unamuno-  se mantiene en este artículo, donde accedemos a algunas claves de la personalidad y la obra valleinclanianas a partir de una divagación estética muy particular.

     Varios son los motivos que afloran en los párrafos de Mariátegui. En principio, la anécdota narrativa que pretende explicar el «uso biológico» de la barba apunta hacia Tristán Marof, escritor y dirigente socialista que acomete en Bolivia un proyecto político revolucionario afín7. Este apunte destaca unas reflexiones anteriores del propio autor limeño basadas en el comentario de los usos fisonómicos del hombre moderno.
 

         Pero todas estas restauraciones de bigotes, barbas y cabelleras (durante las épocas barroca y romántica) fueron parciales, transitorias, interinas. La civilización capitalista no las admitía. Las trataba como tentativas reaccionarias. El desarrollo de la higiene y del positivismo crearon, también, una atmósfera adversa a esas restauraciones. La burguesía sintió una creciente necesidad de exonerarse de barbas y cabellos.

(Mariátegui, 1955: 105-106)8


     Mariátegui reconoce los rasgos apócrifos, los trazos de la máscara que han creado los cronistas hispanos a partir de la frondosidad capilar y de la manquedad valleinclanianas. Idéntico movimiento se aprecia cuando el peruano intenta referir uno de tantos conflictos con la autoridad oficial. El motivo se nutre de diversas aventuras, luego recapituladas por casi todos los biógrafos y escritores del tiempo. Pío Baroja, en sus Memorias (1949: 755-756), evoca la ocasión en que el audaz literato hace gala del fabuloso título militar de «coronel general de los ejércitos mejicanos», pero la declaración se realiza frente a un taciturno comisario. El mismo suceso que deviene al estreno de la zarzuela La tempranica es descrito por Ramón Gómez de la Serna (1948: 36 y 165-167), quien localiza en los años de la dictadura militar de Primo de Rivera la escena del anónimo magistrado. Posteriormente, Fernández Almagro reseñará en términos parejos la heroicidad del «eximio escritor y extravagante ciudadano».
 

          Determinados incidentes sobrevenidos en el Palacio de la Música, de Madrid, a principios de abril de 1929, motivaron unas sanciones -¡al fin!-, entre las que figuraba una multa impuesta a Valle-Inclán. No era cosa de desperdiciar la oportunidad que se le ofrecía de pasar por la cárcel si no pagaba la multa. Así lo decidió, y, en su virtud, tuvo que cumplir un arresto de quince días en la Cárcel Modelo: desde el 10 al 25 de abril, exactamente.

(Fernández Almagro 1966: 209)


     Sin duda, el pensador americano dirime que el asunto de la evolución política de Valle-Inclán  atiene a mecanismos personales que proclaman un profundo desprecio por el sistema de la Restauración. Así, la explicación de su carlismo anticipa los análisis ulteriores más rigurosos. Baste comparar la opinión del peruano con la de Iris M.Zavala.
 

          La simpatía de Valle por el carlismo es, además de una atracción estética, una forma de acercarse a la otra cara de España, la no oficial. La España liberal decimonónica, burguesa y antipopular, ha dejado marginado al carlismo. Tanto sus hidalgos como sus pastores gallegos, son víctimas del liberalismo centralizador y capitalista que propone la industrialización de España y se opone a todo movimiento rural y provincial. Los hidalgos carlistas son magnánimos y generosos, y luchan por defender a sus campesinos, como don Juan Manuel de Montenegro.

(Zavala, Iris M., 1981. «Sobre Valle-Inclán (El ruedo ibérico)», en El texto en la historia, 1981, p. 96)


     El tema de la enemistad entre Valle-Inclán y Blasco Ibáñez también ocupa un lugar en sus reflexiones. Como apunta José Carlos Rovira (1994: 27),  Mariátegui admira en la figura del novelista valenciano el republicanismo y la oposición al Directorio, pero no entiende -tampoco lo hace Valle- el adocenamiento burgués por el que se mueve. Este puede ser, junto a razones de índole estética, uno de los principios de la polémica, que brota con la publicación de declaraciones del escritor gallego en diarios de Madrid, Burgos y San José de Costa Rica. Interrogado por un periodista del Heraldo de Madrid en diciembre de 1925, Valle define a Blasco como un vulgar imitador de la prosa de Zola y Maupassant. Al año siguiente, es entrevistado por Carlos A. Herrero del Región de Oviedo, a quien confiesa que la fortuna económica del levantino se debe a los favores de una millonaria dama francesa y no a la venta de sus libros. Más allá, la cerrada contienda adquiere un tono violento en los días que suceden a la muerte de Blasco: Valle-Inclán insiste en el desprecio que siempre ha mostrado por el estilo y la obra del autor de La barraca y desmiente, en dos ocasiones, sendas dedicatorias autógrafas que se le atribuyen desde las páginas de El Pueblo de Valencia. La presencia de una aclaración en el Ahora en mayo de 1931 cierra la querella, verdadero trasunto del fuerte talante público del autor.
 

          Es falsa la noticia lanzada en una nota oficiosa de que don Ramón del Valle-Inclán hablará en una velada en honor de Blasco Ibáñez. El advenimiento de la República no ha hecho modificar a don Ramón sus juicios, harto conocidos, respecto al escritor y al hombre que fue Blasco Ibáñez.

(Valle-Inclán, J. y J., 1994: 451)


     Por otra parte, es significativa la mención de un fragmento monográfico de Waldo D.Frank en el artículo de Mariátegui. El hispanista estadounidense publica Virgin Spain. Scenes from the Spiritual Drama of Great People  en  Nueva York en 1926 y la traducción castellana es editada por Revista de Occidente a los pocos meses. Tanto las agudas reflexiones sobre el espíritu literario español como la intuida caracterización de piezas valleinclanianas -Comedias bárbaras y Flor de santidad- avalan la cita. Él mismo esboza un retrato del peruano que no resulta ajeno al Valle-Inclán de 1928: el de un hombre enfermo que combate hasta el fin el poder oligarca del presidente Augusto Leguía. El abrazo entre los héroes del arte diluiría la distancia y el océano. Incluso, la siniestra ausente de don Ramón hubiera podido estrecharse en un encuentro imposible con José Carlos. De seguro.
 

          Mariátegui es un hombre feliz. Está inválido y pobre. Con frecuencia se acuerda de él su antiguo protector. Entonces se le intercepta la correspondencia y una patrulla de policía llama a su puerta. Su sillón rueda hacia la cárcel mientras las autoridades se apoderan de sus papeles... Su enfermedad le sigue mordiendo, mas su espíritu fluye como un río profundo.

(Frank, Waldo, 1932. «Un nuevo americano», en América Hispana. Un retrato y una perspectiva, 1932: 125)9


     En suma, el carácter y la forma del presente texto revelan la necesidad que siente el intelectual peruano de intervenir en el camino de la cultura americana a partir del viaje a otras orillas. En esta ocasión, su pensamiento se difunde a través del género cronístico, en las páginas de los diarios y las revistas locales, formulando una concepción activa de la historia contemporánea, donde política y arte actúan íntimamente. Mariátegui ejerce una mirada radiante que rescata nombres y actitudes aptos para la comprensión de la realidad inmediata. Tal instrumento, lejos de configurar un proyecto asistemático o azaroso, plantea un retablo coherente de genuina y pretendida hispanidad. En él, la vida y la obra de Valle-Inclán brillan desde una singularidad que tiende hacia lo universal, hacia lo absoluto.
 
 

«Últimas aventuras de la vida de don Ramón del Valle Inclán» 1928, recogido en José Carlos Mariátegui, El artista y la época, vol. 6 de Obras completas (Lima, Amauta,1959, p. 130-134).
 

     A propósito de la barba de Tristán Marof, bosquejé yo a algunos, en una plática íntima, la «teoría de la barba biológica». Mis proposiciones, aproximadamente, se resumían así: La barba decae porque desaparecen sus razones biológicas, históricas. La barba tramonta, porque es extraña a una civilización maquinista, industrial, urbana, cubista. La figura del hombre moderno no necesita esta decoración medioeval, inadecuada a sus gustos deportivos, a su movimiento, a su mecánica. La estética de la figura humana está, en el fondo, regida por las mismas leyes que la estética de los edificios. La necesidad, la utilidad, justifican y determinan sus elementos. La barba, en un hombre, debe ser como la columna, como la cariátide, en un palacio o en un templo: debe ser necesaria. Está de más10, cuando no lo es. Hay personas que se dejan barbas, porque piensan que les sientan bien; otras, porque quieren parecerse a sus antepasados. Estas barbas de carácter puramente hereditario o de origen exclusivamente estético, no son biológicas, no son arquitectónicas. Carecen de función vital. Aunque parezcan arraigadas y naturales, es como si fueran postizas. Pero todas las reglas de nuestra edad -reglas behavioristas-, tienen excepciones, vale decir sin variedad, sin diversidad. También en nuestra época, nacen y crecen barbas biológicas. La de Marof, nacida y crecida para amparar su evasión, es de éstas. Ya he dicho hasta qué punto la encuentro vital, económica, pragmática, espontánea. Ha brotado sólo ayer y parece muy antigua, al revés de las barbas ficticias, arbitrarias, deliberadas, que aun siendo muy viejas tienen el aire de haber aparecido la víspera, durante un descuido.

     La barba de don Ramón del Valle Inclán, aunque haya tenido un proceso mucho más ordenado, es de la misma estirpe. Tiene todos los atributos de un buen espécimen de barba biológica. La barba de Valle Inclán es como su manquera. ¿Cómo habría podido Valle Inclán ser Valle Inclán sin su barba? (Entre los mitos de la Biblia, el de la cabellera de Sansón me parece más eficaz y sabio que un tratado de biología). No es por acaso que el soneto de Rubén Darío comienza con el célebre verso: «este gran don Ramón de las barbas de chivo». El genio poético de Rubén tenía que asir la personalidad de Valle Inclán por la barba. Esto es11, por lo más vital de su figura.
     Esta barba, que es uno de los muchos ornamentos de España, uno de los más ultramontanos, retintos y señeros atributos de su individualidad, ha comparecido hace poco ante un juez. Porque, muy donquijotescamente, muy caballero, muy español como es, Valle Inclán está siempre dispuesto a romper una lanza por la justicia, contra jueces y alguaciles. El haber gritado en un teatro contra una pieza mala, le ha valido un proceso. Un proceso que no ha sido sino un interrogatorio, en el cual Valle Inclán rehusó declarar su nombre, profesión y domicilio como cualquier anónimo. Era el juez el que debía decirle su nombre, porque mientras en la sala de la audiencia nadie ignoraba el de Valle Inclán, muy pocos sabían sin duda el del magistrado que lo interrogaba. Valle Inclán declaró, en su diálogo, ser coronel-general de los ejércitos de Tierras Calientes y se afirmó católico, apostólico y antidinástico.

     Valle Inclán es tradicionalista, ultramontano, por oposición a la España jesuíticamente constitucional, burocráticamente dinástica, falsamente liberal de don Alfonso XIII. Es o ha sido carlista; pero no a la manera de don Carlos ni de su líder Vázquez de Mella12. Ha sido carlista por sentir en el carlismo algo así como una reivindicación del caballero andante. En 1920, estaba hasta la médula con la revolución rusa, con Lenin, con Trotsky, con todos los grandes donquijotes de la época. De partir a la guerra, lo habría hecho por los Soviets, no por don Jaime. Y hoy mismo, interrogado sobre el porvenir del liberalismo por un diario español, ha respondido que un liberalismo iluminado debe hacerse socialista. El porvenir no será liberal, sino socialista. Don Ramón no lo piensa como político, ni como intelectual; lo siente como artista, lo intuye como hombre de genio. Este hombre de la España negra es el que más cerca está de una España nueva.

     Los amigos y paisanos de Blasco Ibáñez andan quejosos de la manera desdeñosa y agresiva como Valle Inclán ha tratado la memoria del autor de Sangre y Arena. Esta ha sido otra de las últimas aventuras de Valle Inclán. También, aunque no lo parezca, aventura de viejo hidalgo, porque es muy de viejo hidalgo guardar sus ojerizas y sus aversiones más allá de la muerte. La aversión de Valle Inclán a Blasco Ibáñez refleja un contraste profundo entre la España del 800 y la España inmortal y eterna. ¿Qué podría amar Valle Inclán de un mediterráneo optimista, republicano, democrático, de gusto mesocrático y de ideales standarizados, y sobre todo tan exento de pasión y tan incapaz de tragedia?
     La crítica nueva hará justicia a este gran don Ramón, pendenciero, arbitrario y donquijotesco. Waldo Frank, en su magnífico libro España Virgen -que tan justicieramente pasa por alto otros valores adjetivos, otros signos secundarios de la literatura española- destaca el carácter singularmente representativo, profundamente español, de Valle Inclán. «El último gesto lógico de Larra -escribe Frank- fue levantarse la tapa de los sesos. Pero el espíritu de Larra está en las mesas de los cafés de Madrid. El sueño es un vino del arte histórico de España. La desesperación es una voluptuosidad, y la incompetencia un culto. Entre los devotos de este trance narcisista se encuentran los escritores más exquisitos de España. El principal de todos ellos es, sin duda, don Ramón María del Valle Inclán. Cervantes era manco y a don Ramón le falta un brazo. Rojas, el autor de La Celestina, hace cuatro siglos, dialogó sus novelas y las dividió en actos; don Ramón hace lo mismo y entremezcla en su prosa palabras y giros que el mismo Rojas habría encontrado arcaicos. Los libros de Valle Inclán no se venden por pesetas sino por reales de vellón. Su tipografía es afectadamente antigua. Sus volúmenes se abren con la opera omnia y están ilustrados con grabados a la usanza medioeval. Su forma revela gran maestría en el uso del castellano antiguo, con el que se mezclan vocablos puros del gallego, que fue en otros tiempos la lengua poética de España. Es un arte armonioso y de plasticidad verbal. Don Ramón es un hidalgo de Galicia, la rocosa provincia del nordeste que apenas hollaron los árabes. Don Ramón se jacta de su sangre celta. Hay un estrecho y curioso parentesco entre la música del diálogo de sus libros y el sonido de la siringa, pero este parentesco no es más profundo que un eco. La plasticidad de la prosa de Valle Inclán vive para dar forma a la muerte. Su drama es un drama de furiosa retórica. Los espíritus más gloriosos de España pasan por sus libros. La Iglesia con "la caridad de la espada", la caballería enmohecida y deshecha en su largo peregrinaje hacia el sur, las guerras patriarcales, la lealtad, el amor místico, están personificados en la fiereza ampulosa de sus escenas. Pero aunque estas formas sean espectros, no tienen ellos el hálito del sepulcro; la sal de la ironía moderna -la ironía perenne de España- está en ellos. Su pujanza no se puede negar. Es tan atrayente el candor firme y sombrío de esta prosa, que uno acepta de buen grado la pantomima quimérica y sentimental... la pompa gesticulante de esos sueños, que son el sueño de España».
 

     El gesto bizarro, el lenguaje osado, la imaginación aventurera, la sensibilidad genial de Valle Inclán es, para todos los que estamos siempre dispuestos a mandar al diablo las invitaciones de un hispanismo diplomático y metropolitano, uno de los testimonios más fehacientes de la vitalidad de la España que amamos, y de la cual no estamos nunca tan cerca como cuando nos vence la gana de renegar a España, ahitos de sus borbones13, infantes, duques, académicos, curas, doctores, alguaciles, bachilleres y cupletistas. Desde el fondo de la historia de España, don Ramón del Valle Inclán14, cenceño y filudo personaje del Greco, manco como Cervantes, nos tiende su única mano, generosa e impávida.
 
 

Antonio Espejo Trenas
© 2001


 


 NOTAS

1.  El verdadero paratexto del artículo, que ve la luz en Alma Española el 27 de diciembre de 1903, es «Juventud militante. Autobiografías», como reconoce Serrano Alonso (1995: 52). Sí aparece una crónica idéntica con el primer título en la Revista Moderna de México en octubre de 1908.

2.   El escrito carece de autoría, pero Larrea López (1993) afirma que es obra del director de la publicación madrileña y viejo amigo paterno,  Alfredo Vicenti.

3.   Aunque no es el propósito de este trabajo, creemos acertado apuntar la actitud de Valle ante los procesos políticos que conmocionan el mundo en las dos primeras décadas del siglo (1990). La filiación francófila en la Gran Guerra y la simpatía por el devenir revolucionario mexicano son los primeros gestos de una mirada personal que ha provocado la posterior escisión de la crítica en múltiples frentes. De un lado, encontramos investigadores que reclaman la fortaleza del poeta que se opone a la dictadura precursora del horroroso conflicto incivil; de otro, los defensores de la presencia de una irracionalidad extrema en el ideario de un escritor que mezcla todo a su antojo. Es Dru Dougherty quien recoge y personaliza los análisis más eclécticos en una excepcional monografía (1986).
            Más allá, el testimonio de un sector tradicional ha apostado por el enmascaramiento de esta originalísima perspectiva, sugeridora de vías ajenas a las bases del régimen borbónico desde las más diversas trincheras de la oposición pública. Si consideramos la voz del hombre y la del artista en tales años, no es extraño que ambas sean reconocidas, incluso lejos del solar ibérico, como portadoras de un activismo pleno -así se entiende la crónica mariateguiana que reproducimos de inmediato-. Interpretaciones como la ofrecida por Carlos Seco Serrano -valedor de un Valle-Inclán fascista, en 1973: 348- se desautorizan al aislar juicios y palabras. En una fuente próxima a la que utiliza Seco para defender su tesis podemos leer las siguientes declaraciones del genio gallego (cit. por 1982: 12):

                 - El final de todo será fundir todas las clases en una, y eso es el comunismo. Pero para ello habría que suprimir la herencia y habría también que nacionalizar los Bancos, la tierra, las industrias y las minas. Lo tremendo es no haber seguido este camino, haciendo desaparecer la clase proletaria por la supresión de todas las demás, igualando a todas. Para ello hay que hacer trabajar a todos, y esto no se consigue diciendo que la Constitución de España es una República de trabajadores de todas clases, sino suprimiendo varias cosas, y en primer lugar la herencia, porque yo no he visto trabajar a ningún rico heredero.


4.  La relación de Valle con Reyes prefiguró las páginas ensayísticas y biográficas que el mexicano le dedicó póstumamente. El mutuo aprecio en vida del escritor queda reflejado en el epistolario mantenido entre ambos hacia 1923, donde observamos el ninguneo editorial español de la obra valleinclaniana y la generosidad con que el «querido Alfonso Reyes» pretende mitigar sus rigores vitales (1987: 558-564). Los paréntesis son nuestros.

5.   El peruano José Jiménez Borja es responsable de la Historia literaria, autores selectos de la literatura universal (1930) y de Cien años de literatura y otros estudios críticos (1940). Francisco Guarderas cuenta con títulos como El viejo de Montecristi (Biografía de Alfaro) (1953) y Las «Páginas» de Gonzalo Zaldumbide (comentarios) (1962). Tulio Manuel Cestero es autor de Sangre de primavera (poemas en prosa) (1908), que incluye un prólogo de Enrique Gómez Carrillo, y de Rubén Darío (el hombre y el poeta) (1916). En la obra de Félix del Valle, merecen citarse las Prosas poemáticas (1921) y Madrid en quince estampas (1940). De entre las páginas de Jorge Mañach, eminente ensayista, citamos Martí, el apóstol (1933), Examen del quijotismo (1950) y Para una filosofía de la vida y otros ensayos (1951). Julio Baudouin participa en el debate indigenista con Ensayos de orientación peruanista (1943) y firma sus primeras piezas dramáticas con el seudónimo de Julio de la Paz (Cóndor pasa, 1913). En las aportaciones críticas de Ramón J.Sender destaca Valle-Inclán y la dificultad de la tragedia (1965).

6.   Debemos agradecer la confirmación del desconocimiento del artículo en el ámbito valleinclanista al profesor Javier Serrano Alonso de la Universidade de Santiago de Compostela. Igual atención merecen los comentarios sobre la obra de Mariátegui recibidos por parte del profesor Francisco José López Alfonso de la Universitat de València.
             La única noticia que hemos podido contrastar sobre su existencia la proporciona José Carlos Rovira (1994: 19-30). En este trabajo, se cita el texto del peruano, aunque no aparece ningún fragmento del mismo: no creemos que ello se deba al carácter de “nota intrascendente” que el profesor Rovira atribuye al ensayo que hoy ofrecemos.

7.   En la obra de Marof, hallamos títulos como Los cívicos (novela política de lucha y de dolor) (1919), México de frente y de perfil (1934) y La verdad socialista en Bolivia (1958). La voluntad de identificación con la trayectoria mariateguiana se puede confirmar, además, en los contenidos de La justicia del inca (1926) y  La tragedia del altiplano (1935), tan próximos al pensamiento de los Siete ensayos.

8.  El paréntesis es nuestro.

9.   La dedicatoria de la edición reza lo siguiente: «A JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. Nació en Lima el 14 de junio de 1895. Murió en Lima el 16 de abril de 1930».

10.   «Demás» en el original.

11.   Sin pausa en el original.

12.   «Vásquez» en el original.

13.   «Su» en el original.

14.   «Vale» en el original.
 

 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

- Baroja, Pío, 1949. «Final del siglo XIX y principios del XX», en vol. VII de Obras completas (Madrid, Biblioteca Nueva).

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- Dougherty, Dru, 1986. Valle-Inclán y la Segunda República (Valencia, Pre-Textos).

- Fernández Almagro, Melchor, 1966. Vida y literatura de Valle-Inclán (Madrid, Taurus).

- Frank, Waldo, 1932. «Un nuevo americano», en América Hispana. Un retrato y una perspectiva (Madrid, Espasa-Calpe).

- Gómez de la Serna, Ramón, 1948. Don Ramón María del Valle-Inclán (Buenos Aires, Espasa-Calpe).

- Hormigón, Juan Antonio, 1987. Valle-Inclán. Cronología. Escritos dispersos. Epistolario (Madrid, Fundación Banco Exterior).

- Larrea López, Juan Félix, 1993. «Impresiones de Tierra Caliente», en Modernismo y teosofía: Viriato Díaz-Pérez (Madrid, Libertarias/Prodhufi).

- Lima, Robert, 1992. «Rutas vitales y literarias de Valle-Inclán», en Suma valleinclaniana, ed. John P.Gabriele (Barcelona, Anthropos y Consorcio de Santiago).

- Mariátegui, José Carlos, 1924 (1955). «La civilización y el cabello», en Ensayos sintéticos, vol. 4 de Obras completas (Lima, Amauta).

- _________________, 1928 (1959). «Últimas aventuras de la vida de don Ramón del Valle Inclán», en El artista y la época, vol. 6 de Obras completas (Lima, Amauta).

- Paz-Andrade, Valentín, 1981. La anunciación de Valle-Inclán (Madrid, Akal).

- Ramoneda Salas, Arturo, 1982. «Valle-Inclán: una entrevista olvidada», Ínsula, 426.

- Rovira, José Carlos, 1994. «Mariátegui ante la cultura española», Cuadernos Hispanoamericanos, 531.

- Seco Serrano, Carlos, 1973. «Valle-Inclán y la España oficial», en Sociedad, literatura y política en la España del siglo XIX (Madrid, Guadiana).

- Serrano Alonso, Javier y Amparo de Juan Bolufer, 1995. Bibliografía general de Ramón del Valle-Inclán (Santiago de Compostela, Publicaciones de la Universidade).

- Tusell, Javier y Genoveva G.Queipo de Llano, 1990. «Los otros patriarcas: Valle Inclán y Machado», en Los intelectuales y la República (Madrid, Nerea).

- Valle-Inclán, Joaquín y Javier, 1994. «Una rectificación de don Ramón del Valle-Inclán sobre su intervención en un homenaje a la memoria del ilustre Blasco Ibáñez», en Ramón María del Valle-Inclán, Entrevistas, conferencias y cartas (Valencia, Pre-Textos).

- Zavala, Iris M., 1981. «Sobre Valle-Inclán (El ruedo ibérico)», en El texto en la historia (Madrid, Nuestra Cultura).



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