Un poeta olvidado, Nilo Fabra, y una poesía desconocida a Valle-Inclán
 

Jordi Doménech


 
 
    Poco o casi nada se sabe del olvidadísimo poeta Nilo Fabra  1. Parafraseando a Antonio Machado, ni siquiera lo mencionó Sainz de Robles en su Diccionario de la literatura. Y para colmo suele confundírsele con su padre, Nilo María Fabra, insigne prohombre del siglo XIX 2 . El escaso puñado de noticias que tenemos de él nos han llegado por medio de sus contemporáneos, que le mencionan aquí y allá, pero siempre muy de paso, en alguna carta, artículo, o en sus recuerdos y memorias.
    Nilo Fabra (Madrid, 1882-1923) fue hijo de Nilo María Fabra (Blanes, Gerona, 1843 - Madrid, 1903), fundador de la Agencia Fabra en 1867, la primera agencia de noticias de España. Nilo María Fabra se trasladó a Madrid a sus 17 años, «sin más bagaje que un tomo de versos publicado en Barcelona  3 y un “Canto épico a la batalla de Pavía”, premiado en unos Juegos Florales»  4. Actuó como corresponsal en la guerra entre Austria y Prusia (1866), instalándose luego definitivamente en Madrid. En 1870 la Agencia Fabra se integró como sucursal de la francesa Havas, vinculándose así a la federación de grandes agencias telegráficas 5 . Diputado en 1876 y senador en 1890, escritor de temas sociales, geográficos y políticos, dramaturgo, novelista, poeta, autor de libros de viajes, y, sobre todo, periodista, fue asiduo colaborador de La Ilustración Española y Americana, artículos que recogió en parte en El problema social (1890)  6. Recientemente ha sido reivindicado por los amantes de la literatura fantástica, que lo consideran el pionero del cuento de ciencia-ficción en España  7. Gente Vieja no dudó en incluirlo entre los 47 valores literarios del siglo XIX que, bajo el título de «Lista, por orden alfabético, de los mozos viejos que escriben Gente Vieja ...», publicó en la primera página de su n.º 1 de 10 de diciembre de 1900  8.

 

Los amigos poetas: Rubén Darío, Manuel y Antonio Machado

    A la muerte de su padre en 1903, Nilo Fabra, licenciado en Derecho, pasó a dirigir la agencia de prensa  9. Pero en esas fechas el joven e inquieto Nilo Fabra era ya un ferviente admirador de Rubén Darío. En su Autobiografía (1915), Rubén Darío había de mencionarle entre sus amigos madrileños tras su segundo viaje a España en 1899, calificando a Fabra de «sutil poeta de sentimiento y de arte»  10.
    Sin embargo, la primera mención de Fabra como poeta en las revistas de la época quizá se deba a Emilia Pardo Bazán, en un artículo publicado en La Revue Hispanique, y que debido a la premura de tiempo desgraciadamente no he podido consultar. Según Juan Ramón Jiménez:
 
    Esta desorientación respecto de los verdaderos poetas de la época se refleja muy bien en el artículo que doña Emilia Pardo Bazán dedicó a la nueva poesía, en La Revue Hispanique, donde decía que los grandes poetas nuevos eran Luis de Oteyza y Nilo Fabra, y hablaba de mí diciendo que pertenecía a la firma Jiménez-Lamotle, de Jerez de la Frontera . 11
 
    Que Nilo Fabra andaba en la órbita de Rubén Darío, no hay duda. En sus memorias noveladas, Rafael Cansinos Assens enlazó el nombre de Darío con los de Manuel Machado y Nilo Fabra:
Villaespesa me saluda con su efusión habitual, me coge del brazo y tira de mí:
—Venga usted con nosotros... Vamos a ver a Darío... [...]
    Venciendo mi timidez, los acompaño a la cervecería [...]. Allí, sentado a una mesita, en un rincón, con la copa delante, hay un hombre silencioso, con la cabeza beethoveniana en las manos, todo rasurado y con las melenas alborotadas. Junto a él, Manuel Machado, Nilo Fabra y algunos otros jóvenes devotos del poeta. Todos guardan un silencio reverente, y hasta Villaespesa baja su voz demasiado vibrante y murmura un saludo, apenas contestado por un gesto de la mano fina y pálida. Están callados y expectantes ante el gran poeta pontífice del modernismo, que acaso en su embriaguez taciturna está incubando algún maravilloso poema. [...]
    Pero la inspiración no acude al poeta por más que menudee las libaciones. Al final, cae en un estado comatoso. Su cabeza resbala de sus manos y rueda sobre la mesa, como al cesto de la guillotina. Machado y Fabra lo incorporan [...]. El poeta se levanta pesadamente, lanza gruñidos, bostezos, eruptos... Machado y Fabra lo conducen hacia la puerta  12
    Darío no dedicó ninguna poesía a Nilo Fabra, pero sí que lo mencionó en «Nuevos poetas de España» (1906): «Nilo Fabra, que ha expresado sus quereres y soñares con modos refinados, dando a veces un tono menor que traduce sus prematuras melancolías contagiosamente»  13. Tan cerca estaba Fabra de Rubén Darío que incluso le facilitaba libros, como se desprende de una carta de José Santos Chocano a Rubén Darío de 5 de septiembre de 1905: «Le decía a usted en mi tarjeta que si no cumplí con enviarle el libro de Lugones, fue porque Nilo Fabra lo tomó a su cargo y me aseguró que se lo remitiría en el acto. Hoy ya sé que está en su poder» 14 .

    No menos generoso fue Manuel Machado, que mencionó a Nilo Fabra en la «Enquête sobre el modernismo» publicada en El Nuevo Mercurio (1907): «Díez-Canedo, Mesa y Fabra, tres admirables dilettantis. El último, original y descuidado, canta su propia vida con una ingenuidad amable»  15. Y le dedicó las poesías «Mutis», publicada en Helios (1904) y luego recogida en Caprichos (1905), y «L’Indifférent» en Apolo (Teatro pictórico) (1911) 16 . Del anterior comentario de Machado, siempre tan ecuánime y preciso a su modo, merece la pena retener el calificativo de «diletante» —no necesariamente peyorativo—, matizado, además, por lo de «admirable»  17.

    Antonio Machado abogó tempranamente por Nilo Fabra en una carta a Juan Ramón Jiménez, sin fecha, pero de marzo-abril de 1904: «¿Recibió V. los versos de Fabra? Yo creo que pueden publicarse. Este Fabra es un muchacho discreto y no exento de sentimiento»  18. Los «versos» eran sin duda para la revista Helios, aunque no se publicaron allí, lo cual no tiene nada de extraño: es posible que Juan Ramón Jiménez aún estuviera releyendo el artículo de Emilia Pardo Bazán y que no quisiese ni oír hablar de Nilo Fabra.
    En 1923 Antonio Machado aún se acuerda de Nilo Fabra. Lo menciona en el «Cancionero apócrifo» (en Los complementarios , 105R) al hablar de Jorge Menéndez, poeta apócrifo autor de «Saludando a los modernistas», fechada en 1901: «Jorge Menéndez. Nació en Chipiona en 1828. Murió en Madrid en 1904. Empleado de hacienda y autor dramático. Colaboró con Retes. Murió de apoplejía. La composición que se copia fue enviada como anónimo a Francisco Villaespesa y se atribuyó a don Manuel Valcárcel. Su verdadero autor fue descubierto por Nilo Fabra 19

 

Protesta contra Echegaray. El Ateneo. Benavente, El Gato Negro
y el «teatro para niños». Valle-Inclán.

    Nilo Fabra fue uno de los firmantes, en marzo de 1905, del famoso manifiesto de protesta contra el homenaje a Echegaray, que el año anterior había recibido el premio Nobel de Literatura. También figura su firma entre el centenar largo de personalidades que invitaron a Unamuno para que hablara en Madrid sobre la polémica ley de jurisdicciones (ABC, 17 febrero 1906), iniciativa al parecer también promovida por Azorín  20.
    Por las mismas fechas Fabra frecuentaba el Ateneo de Madrid, como secretario que fue de la institución. Rafael Cansinos Assens lo recordó en el capitulillo «Los ateneístas»: «Mis amistades literarias se acrecían diariamente. [...] Nilo Fabra, Nilito , alto, delgado, con indicios de tuberculoso, el autor de Interior [...]» 21 . Semblanza muy similar a la de Víctor Ruiz Albéniz, que menciona a Fabra entre los asiduos a la «Cacharrería» del Ateneo:
    Nilo Fabra, largo y cimbreante como un látigo, tumultuoso y demasiado «hidráulico» en el hablar, nervioso hasta la exageración, y escudero sempiterno de don Jacinto Benavente, que por entonces tuvo largas épocas de asistencia diaria al Ateneo para escuchar a los teósofos de la «Cacharrería» y luego hacer un poco burla de ellos y de los masones y espiritistas  22.
    «Escudero» inseparable de Jacinto Benavente, Fabra era asiduo a la tertulia de aquél en el café El Gato Negro, en la calle del Príncipe, junto al teatro de la Comedia. Diego San José recordó a Fabra en aquella tertulia, en los primeros años del siglo: «Acostumbraba [Pedro Mata] a ir a la tertulia de Benavente en El Gato Negro, de la que formaban parte Pedro Zorrilla, Manolo González, Bonafé, Tirso Escudero y Nilo Fabra»  23. Más adelante da la nómina completa de asiduos:
    A El Gato Negro diole tono literario, que aún disfruta, aunque en decadencia, la tertulia de Benavente, compuesta por los actores del teatro y algunos amigos de la casa, entre los que solían concurrir más asiduamente Manolo González, Pedro Zorrilla, Juan Espantaléon, Martínez Sierra, Antonio Palomero, Jurado de la Parra, Antonio Paso, Joaquin Abati, Pedro Mata, Nilo Fabra y Enrique Amado [...]. Aquel café, sin su dueño —que también era el primer cliente—, ya no parece El Gato Negro, porque al morir don Tirso el 29 de septiembre de 1950 ha perdido su carácter y el último superviviente de aquel parnasillo de principios de siglo  24.
También Felipe Sassone, hablando de la tertulia de El Gato Negro , aludió a Nilo Fabra:
    Los demás asiduos éramos: un caballero anciano, meloso y redicho, de quien sólo recuerdo un apellido, Mazas, y era un Greco con barbas de plata; el poeta Nilo Fabra, el único que tuteaba a Benavente, ansioso bebedor de cerveza, y se le quedaba la espuma haciendo burbujas en el crespo azafrán de sus grandes bigotes  25.
Tertulia de Jacinto Benavente en El Gato Negro (1905).
    Una caricatura de 1905 (véase la ilustración adjunta) muestra a Benavente en su tertulia de El Gato Negro (sentado a la mesa, en el centro), acompañado de otros dos contertulios. El caballero de la izquierda, alto y delgado, de «grandes bigotes» y con un bock de cerveza en la mano, es Nilo Fabra  26.

    En diciembre de 1909 Jacinto Benavente puso en marcha su «teatro para niños», para el cual escribió tres pequeñas comedias que fueron estrenadas en el teatrito Príncipe Alfonso: Ganarse la vida, El príncipe que todo lo aprendió en los libros (ambas estrenadas el 20 de diciembre) y El nietecito (el 27 de enero de 1910). Nilo Fabra, junto a otros escritores, participó en ese «teatro para niños» con la lectura de diversas poesías —de Catarineu, Marquina, Campoamor...— como complemento de las representaciones:

    Te voy a contar un cuento, de Rubén Darío (que leyó muy bien Nilo Fabra), tiene todo el preciosismo, toda la armonía y todo el ritmo de la musa principesca y fantasista del exquisito vate americano. [...]
    Porredón, que hubo dado lectura a la composición de Catarineu, lo hizo de la de Campoamor El buen consejo, para digna coronación de esta parte de la fiesta, que acogió el público con calurosos aplausos y demanda de repeticiones. Fabra y Marquina leyeron dos veces.  27

    Sin embargo, no parece que la experiencia tuviera demasiado éxito. Apunta Ángel Lázaro: «Asistieron a la inauguración del teatro infantil muchas más personas mayores que niños. El público estaba formado en su mayor parte por literatos, actrices y actores»  28. Felipe Sassone, que también colaboró en el «teatro para niños» en enero de 1910, en sus memorias hizo un balance de la experiencia, en el que se alude a Nilo Fabra:

    Vuelvo a reanudar el hilo de mi memoria. Aquella temporada del teatro de los niños fue languideciendo. El repertorio era escaso, por la índole especial que requerían las obras, y su más firme mantenedor tenía que distraerse muchas veces, y su distracción era trabajo, para atender a las obras grandes y serias que solicitaban de él otros empresarios. Recurrimos a atracciones para poder mantener más tiempo la temporada, y las atracciones, claro, no podían fundarse en la presentación de cupleteras y bailarinas, que aunque lo hicieran muy bien no interesarían a los niños, y si lo hicieren mal, los corrompería. Dimos algunos recitales de versos clásicos y modernos, y los declamadores más asiduos éramos el poeta Nilo Fabra y yo; pero nos hacían muy poco caso.  29
    No fue la de Benavente la única tertulia que frecuentaba Nilo Fabra. Rafael Cansinos Assens lo recordó también en la de Valle-Inclán: «Valle-Inclán tenía allí [en el café Nuevo Levante] su tertulia con Bargiela, Nilito, el crítico de arte Balsa de la Vega y los Baroja»  30.
 

Interior (1905) y una poesía desconocida a Valle-Inclán.Portada de Interior (1905) de Nilo Fabra

    Lo que más sorprende de Nilo Fabra es su práctica ausencia en las revistas de la época  31. Ello nos hace pensar en alguien de posición económica relativamente desahogada que, aunque amigo y admirador de Rubén Darío, Benavente, Valle-Inclán y Manuel Machado, se mantuvo sin embargo alejado de los fregados literarios de la época (la «guerra literaria» de la que hablaría Manuel Machado) 32. También eso explicaría las escasas menciones por parte de sus contemporáneos. Sea como fuere, toda su poesía —salvo la que pudiera haber publicado en periódicos— está reunida en sus dos únicos libros consecutivos: Interior (1905) e Ingenuamente (1906). Sin embargo, sí fue incluido en las dos principales antologías del modernismo, la de Emilio Carrere, La corte de los poetas (1906), y la más tardía de José Brissa, Parnaso español contemporáneo (1914)  33.

    Interior (1905)  34 lleva poesías significativamente dedicadas a Francisco Villaespesa, Juan R. Jiménez, Antonio de Hoyos, Félix Lorenzo, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Rubén Darío («Ideal»), Manuel Machado, Jacinto Benavente, Ramón del Valle-Inclán, Ricardo Calvo, Ramiro de Maeztu, Antonio de Zayas, Alfonso Danvila y Antonio Palomero. Fue reseñado en La Lectura, julio 1905  35.

 

Reproduzco a continuación la poesía, al parecer desconocida, dedicada a Valle-Inclán (pp. 115-120):

DON JUAN
          A Ramón del Valle-Inclán
Don Juan, ese canalla cuya sublime historia
los poetas y el pueblo fijan en su memoria

—ese preclaro espíritu, ese héroe de leyenda,
que recorre nostálgico de la vida la senda

en busca de inefables, aromosos placeres
que otorgan a las almas el vino y las mujeres—,

está aspirando flores de la amada alegría
en medio del tumulto febril de loca orgía.

Las verdades eternas —lo real y el acaso—
las halla en el confuso misterio de su vaso;

un misterio atrayente en que el dolor se hunde,
donde todo se olvida y todo se confunde.

Y Don Juan, voluptuoso, gozando las delicias
de todos sus deseos, recibe las caricias

del sueño. —Ya no existe el presente, y la pena
se convierte en amores.— Toda su alma llena

de añoranzas fragantes en su interior se vierte,
y recuerda la muerte de los que fue su suerte...

Velada se aparece la visión de mujer
que le dijo el recóndito secreto de querer
—esperanza perdida que nunca ha de volver—.

Cubierta se ha mostrado con una blanca túnica,
pero él la reconoce. Es ella, es la única

que a su duro y malvado corazón de perverso
le cantó el canto joven de un armonioso verso.

Extático la admira en riente penumbra
subjetiva. Una luz bienhechora la alumbra.

(¿Es vida que se esfuma entre la dicha erótica,
o flor que se recoge en una planta exótica?)

El fuego de su espíritu se aumenta. No adormece
su valor el cansancio ni el sopor. Siempre crece

el orgullo en sí mismo. La triste realidad
a su alma no le dice deprimente verdad,
y él la ofrenda gozoso toda su voluntad.

Don Juan se encuentra libre. Es de su vida dueño
y nada le atormenta. Ha poseído el sueño

que busca. Ya pasaron los incruentos martirios.
Puede gozar el fruto de fugaces delirios,

puede gozar de nuevo la perdida hermosura
que en su amor confiada encontró sepultura.

En su pecho revive, y su imagen sagrada
cobra aquella figura que un día la hizo amada,

sus divinos contornos, su vaporosa forma.
Don Juan descansa. Posee la nueva norma

de vida. Oculta norma que fue desconocida
a su alma. ¿La muestra como soñada vida

ya perdida, la cándida y albísima visión?
¿Sus secretos le cuenta al triste corazón?
¿Hará nacer benigna placentera ilusión?

Don Juan, por sus promesas y arrullos se extasía
en medio del tumulto febril de loca orgía...

Pero un torpe importuno interrumpe su sueño.
Háblale en son de burla... Don Juan ya se ha hecho dueño

de su temple. Altanero, bizarro y arrogante
arroja al importuno, con desprecio, su guante.

Luego, galán y altivo, desenvaina la espada...
Lo que fue un importuno, ahora ya no es nada.


    Dejo a los valleinclanistas el análisis de esta poesía, pero sin duda es una de las más tempranas dedicadas a Valle-Inclán, después de las dedicatorias de Manuel Machado (1902), Antonio Machado (1903) y Rubén Darío (1904)  36. «Don Juan», como es obvio, es un homenaje al marqués de Bradomín —aquel don Juan «feo, católico y sentimental»— y a las Sonatas (1902-1905) de Valle-Inclán.
    Su segundo libro de poesías, publicado al año siguiente, Ingenuamente 37, lleva la dedicatoria «A Rubén Darío, el gran poeta. Testimonio de sincera admiración».

«Rubén Darío, íntimo»
    A partir de los años diez del siglo, Nilo Fabra se esfumina hasta casi desaparecer. Sólo asoma en contadas ocasiones, pero una de ellas de notable importancia: me refiero a su extraordinaria necrológica «Rubén Darío, íntimo», publicada en El Imparcial el 10 de febrero de 1916, a los cuatro días de la muerte del poeta (reproducida en Juan González Olmedilla, La ofrenda de España a Rubén Darío, 1916, con el título «El íntimo»). Reproduzco el escrito de Nilo Fabra por su indudable valor testimonial y emotivo:
EL ÍNTIMO

    Tenía yo diez y ocho o diez y nueve años [1900 o 1901] cuando conocí a Rubén Darío. En aquella época empezó también mi amistad con otros dos grandes artistas, mimados hoy por la fortuna y desdeñados entonces: Jacinto Benavente y Ramón del Valle-Inclán.
    Antes de ser presentado al insigne poeta conocía ya algunas de sus principales composiciones: las primordiales de sus maravillosas Prosas profanas. En las fantásticas revistas de Paco Villaespesa se dieron al público, a un público que podría contarse con los dedos de una sola mano.
    Rubén Darío tuvo por mí desde el primer momento un cariño fraternal. La diferencia de edad entre nosotros parecía quedar compensada, para hacer firme la amistad, por una mutua comprensión... pero siendo yo, naturalmente, el admirador y él el admirado.
    Era yo entonces casi un niño; pero Rubén fue un niño toda su vida, y como niño, dotado de un maravilloso instinto para advertir quién era su amigo leal, quién buscaba su compañía sin ánimo de medro, quién sabía admirarle sinceramente en todo cuanto valía, y hasta censurarle en ocasiones por alguna de sus obras o por alguno de sus actos.
    La vida cosmopolita, agitada, turbulenta, de continua peregrinación, no sirvió para crearle una experiencia práctica. Fue Rubén explotado de muchos, víctima de bastantes y hasta juguete de algunos, que quisieron divertirse con él como Sansón Carrasco con Don Quijote.
    Pero siempre estuvo por encima de todas estas miserias. Al sentirse burlado o explotado supo oponer siempre con orgullo santo el gesto despectivo de quien tiene confianza en sí mismo y está seguro de su propio valer.
    —Ladran; señal de que cabalgamos.
    Ésta era su contestación cada vez que se enteraba de una befa o de una injuria.
    Recuerdo a muchos de aquellos perros ladradores. Unos han muerto en el más completo olvido. La mayor parte se han obscurecido. Algunos intentaban todavía, aunque débilmente, lanzar su estridente e inútil ladrido a la luna.
    Durante los cuarenta y nueve años que duró su vida, recorrió Darío casi toda América y parte de Europa. Audaz, cosmopolita, como se llamó a sí mismo, peregrinaba incansable y siempre contra su voluntad.
    —Yo estoy enfermo, muy enfermo —decía constantemente—, y es la bohemia, la «inquerida» bohemia. ¡Ah! Cuando pueda establecerme definitivamente en España... pasar largas temporadas en mi Madrid, la ciudad de confianza, con mis amigos madrileños, que son los mejores del mundo.
    Porque Rubén era español de corazón. Amaba a España con toda su alma; su entusiasmo de poeta, sus amores de hombre, sus ilusiones de vida plácida, todo lo quería para esta tierra y para los hombres de esta tierra, que fueron los que más sinceramente le han admirado y comprendido.
    —Pero, ¿y París, Darío? —se le objetaba cuando con mayor hipérbole cantaba las excelencias españolas—. ¿Y París? A la ville lumière debéis vuestras mejores poesías.
    —No lo niego, no. París me gusta, me encanta. En París he gozado la vida intensamente. Pero París es la querida; la mujer propia está en España.
    Y el amor de Darío a la patria española era tan intenso y tan noble, que protestaba airado contra los propios españoles que —¡oh, eterno vicio nacional!— lo encuentran todo malo en su propia casa, sin haber salido nunca de ella, y que creen es cosa de la más refinada elegancia sacar a la vergüenza los propios defectos.
    Muchos fueron los amigos que en Madrid tuvo Rubén Darío. Entre ellos, y de los más íntimos, el maestro Cavia, Benavente (que hace quince años impuso a la empresa de Madrid Cómico la publicación de «Sinfonía en gris menor» y otras poesías), Alejandro Sawa, Manuel y Antonio Machado, Juan R. Jiménez, Pedro González Blanco, Ricardo Calvo... Todos ellos le han querido como a un hermano y hasta en ocasiones le han mimado como a un niño. Amaron y admiraron su arte —ese arte maravilloso que introdujo modificaciones en la métrica castellana y que unas veces fue castizo, otras revolucionario y siempre inquieto, y diferente, y propio, como su vida— y quisieron al hombre, al hombre bueno, honrado, leal, como lo es todo grande artista... aunque él mismo muchas veces pretenda —inútilmente— convencernos de lo contrario.
Los amigos de Rubén Darío sabíamos desde hace algún tiempo que su salud era muy delicada. De vez en cuando teníamos alguna noticia de él, siempre pesimista.
—He sabido de Rubén —me dijo hace cuatro meses Manuel Machado—. Está en Nueva York, muy malo. Creo que no volveremos a verle.
—¿Sabe usted, Fabra, lo de Darío? —me preguntó hará unos veinte días Valle-Inclán—. Lo han llevado a Managua; se halla muy enfermo. Se desconfía en salvarle.
Yo callaba. Poco a poco nos íbamos acostumbrando a la idea. Ella —como siempre llamó Rubén a la muerte— se le acercaba. No íbamos a volverle a ver más. No leeríamos tampoco ninguna nueva poesía suya.
Y cuando yo repetía a otros amigos las tristes noticias comunicadas por Valle-Inclán y Machado, ellos callaban también, con la elocuencia del silencio ante lo irremediable.  38
    En abril de 1919 la Agencia Fabra se convirtió en sociedad anónima (dependiente de Havas, propietaria del 90 % del capital social), y fue nombrado director de la agencia Maximino Esteban y subdirector Luis Amato  39. Al año siguiente Nilo Fabra entraba en la redacción de La Voz, periódico fundado en 1920 y dirigido por Fabián Vidal  40. Allí se ocupó de la crónica de tribunales, firmando con el seudónimo de El Espectador 41. Ese mismo año aparece una traducción suya de la novela de Mérimée, Crónica del reinado de Carlos IX, publicada en la colección Universal de Calpe  42.
    Y el 1 de abril de 1922 asiste a un banquete en homenaje a Valle-Inclán ofrecido por el entonces secretario del Ateneo, Victoriano García Martí. Entre los asistentes: Unamuno, Pérez de Ayala, Díez-Canedo, Ramón Gómez de la Serna, Manuel Machado, Ramiro de Maeztu y Azaña  43.
    Nilo Fabra Herrero moría al año siguiente, en 1923, a la edad de 41 años.
Jordi Doménech

    Diciembre 2002
 
NOTAS

1. Agradezco encarecidamente a Maria del Carme Alerm su entusiasta y eficaz colaboración en este pequeño artículo. La profesora Maria del Carme Alerm fue quien se fijó en la poesía desconocida de Nilo Fabra dedicada a Valle-Inclán, y me pidió que escribiera sobre ello.

2. Esta confusión es en parte disculpable: los propios contemporáneos de Nilo María Fabra se refieren con frecuencia a él simplemente como «Nilo Fabra»; incluso dentro de una misma obra emplean indistintamente ambos nombres. La confusión es generalizada: como curiosidad, baste mencionar que en un catálogo de 1909 de la Librería Nacional y Extranjera de E. Dossat, de Madrid, bajo la rúbrica «Nilo María Fabra» se relacionan todos los libros de éste..., más los dos libros de poesías de Nilo Fabra.

3. En realidad fue publicado en Madrid: Poesías de D. Nilo María Fabra, Madrid, Librería Alfonso de Durán, 1860.

4. Pedro Gómez Aparicio, Historia del periodismo español (Desde la «Gaceta de Madrid», 1661, hasta el destronamiento de Isabel II), Madrid, Editora Nacional, 1967, p. 555.

5. «Desde 1893 Havas se convirtió en dueña absoluta de Fabra, al haber ido comprando paulatinamente todos sus derechos al fundador, Nilo María Fabra, que permaneció como director hasta su muerte en 1903» (María Cruz Seoane y María Dolores Saiz, Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1996, p. 42). Sobre las agencias de prensa en España es imprescindible el estudio de María Antonia Paz Rebollo, El colonialismo informativo de la Agencia Havas en España (1870-1940) (tesis doctoral), Madrid, Universidad Complutense, 1987.

6. Nilo María Fabra, El problema social (Artículos publicados en «La Ilustración Española y Americana») , Madrid, Librería de Fernando Fe, 1890; 2.ª ed. precedida de un estudio sobre el socialismo por D. Emilio Castelar, Madrid, Suc. de Rivadeneyra, 1892.

7. La mayor parte de sus cuentos están recogidos en Por los espacios imaginarios (Con escalas en tierra) (Madrid, Librería de Fernando Fe, 1885), Cuentos ilustrados (Barcelona, Imp. de Henrich y Cía., 1895) y Presente y futuro (Nuevos cuentos) (Barcelona, Juan Gili, 1897).

8. Pedro Gómez Aparicio, Historia del periodismo español (De las guerras coloniales a la Dictadura), Madrid, Editora Nacional, 1974, p. 110.

9. «A comienzos del siglo XX, la Agencia Fabra tiene una plantilla de 19 personas, entre redactores y personal técnico y administrativo; utiliza para la distribución de sus informaciones el correo, el telégrafo, el teléfono y los mensajeros, y es la fuente de información internacional más importante para todos los medios de comunicación españoles de la época.
    »Un total de 45 diarios españoles, repartidos por todo el país, están abonados a su servicio informativo, servicio que también reciben una docena de entidades, entre las que destaca el Banco de España, y varios particulares, a la cabeza de los cuales había figurado, en 1893, su majestad la reina regente María Cristina» (Víctor Olmos, Historia de la Agencia EFE. El mundo en español, Madrid, Espasa Calpe, 1997, pp. 64-65, que sigue en este apartado la tesis doctoral citada de María Antonia Paz Rebollo).

10. Rubén Darío, Vida de Rubén Darío contada por él mismo, Barcelona, Maucci, 1915; apud Rubén Darío, Autobiografía. Oro de Mallorca, introducción de Antonio Piedra, Madrid, Mondadori, 1990, p. 101.

11. Juan Guerrero Ruiz, Juan Ramón de viva voz. I: 1913-1931 , Valencia, Pre-Textos, 1998, p. 220. Este artículo de Pardo Bazán en La Revue Hispanique quizá sea el publicado luego con el título «La nueva generación de novelistas y cuentistas en España», Helios, n.º XII, marzo 1904, pp. 257-70.

12. Rafael Cansinos-Assens, La novela de un literato. 1. 1882-1914 , Madrid, Alianza, 1996, pp. 185-186  y 188.

13. Rubén Darío, «Nuevos poetas de España», en Opiniones, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1906; apud Madrid, Mundo Latino, 1920, p. 196.

14. Alberto Ghiraldo, El archivo de Rubén Darío , Buenos Aires, Losada, 1943, p. 232.

15. «Enquête sobre el modernismo», El Nuevo Mercurio, n.º 3, marzo 1907; apud Manuel Machado, Impresiones . El modernismo (Artículos, crónicas y reseñas, 1899-1909) , edición de Rafael Alarcón Sierra, Valencia, Pre-Textos, 2000, p. 423.

16. Manuel Machado, «Mutis» («A Nilo Fabra»), Helios, n.º XIV, mayo 1904; recogida en Caprichos (1905), en la sección «El mal poema» (en la segunda edición del libro, 1908, se mantuvo la poesía y la dedicatoria). Manuel Machado, «L’Indifférent» («A Nilo Fabra»), en Apolo . Teatro pictórico (1911), donde es una de las dos poesías sobre Watteau. Cf. Luisa Cotoner Cerdó, Génesis y evolución de los libros modernistas de Manuel Machado, Barcelona, EUB, 1996.

17. Pío Baroja dio una buena definición del «diletante» en sus Memorias: «En la mitad y a fines del siglo XIX, en nuestro país, el joven dedicado a una profesión liberal tenía una cultura incompleta, formada por lecturas variadas y un poco caprichosas y por datos cogidos al azar; es decir, era un dilettante, un aficionado» (Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino. Memorias , I, en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1949, VII, p. 816). Ni que decir tiene que Baroja prefiere el diletante al «especialista» («El dilettante podrá fallar en detalles, el especialista falla en lo fundamental», ibídem).

18. Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), edición de Jordi Doménech, Madrid, Páginas de Espuma, 2001, p. 194.

19. Antonio Machado, Los complementarios, edición crítica por Domingo Ynduráin, 2 vols., Madrid, Taurus, 1971, I (Facsímil ): 105R, II (Transcripción): p. 132.

20. Otros firmantes de esa invitación a Unamuno fueron Manuel y Antonio Machado y Pío Baroja. Cecilio Alonso, Intelectuales en crisis (Pío Baroja, militante radical, 1905-1911), Alicante, Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1985, pp. 78-79.

21. Rafael Cansinos-Assens, La novela de un literato. 1. 1882-1914 , Madrid, Alianza, 1996, «Los ateneístas», p. 127.

22. Víctor Ruiz Albéniz («Chispero»), ¡Aquel Madrid...! (1900-1914), Madrid, Artes Gráficas Municipales, 1944, estampa IX: «Sabios y pedantes (La «Docta Casa» y sus moradores»), p. 137.

23. Diego San José de la Torre, Gente de ayer (Retablillo de los comienzos del siglo), Madrid, Instituto Editorial Reus, 1952, p. 233.

24. Ibídem, pp. 264 y 268.

25. Felipe Sassone, La rueda de mi fortuna (Memorias ), Madrid, Aguilar, 1958, p. 348. Agradezco a Maria del Carme Alerm la información.

26. Santiago Riopérez y Milá, en Azorín íntegro , confunde a Nilo Fabra con su padre, pero proporciona un dato interesante a este respecto: «Una de las pocas fotografías que hemos podido contemplar del poeta Nilo Fabra, en su juventud, aparece publicada en el raro libro de Enrique González Fiol, Domadores del éxito —mayo de 1915, p. 53—, sentado junto a Jacinto Benavente, en el salón de una vieja tertulia madrileña» (Santiago Riopérez y Milá, Azorín íntegro, Madrid, Biblioteca Nueva, 1979, p. 472 n. 75).

27. Amado Nervo, La lengua y la literatura, Madrid, Biblioteca Nueva, 1921; apud Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1928, vol. XXII-XXXIII: 2.ª parte, cap. XIX, «Inauguración del teatro para los niños».

28. Ángel Lázaro, Vida y obra de Benavente, Madrid, Afrodisio Aguado, 1964, p. 67.

29. Felipe Sassone, La rueda de mi fortuna )(Memorias) , Madrid, Aguilar, 1958, p. 354.

30. Rafael Cansinos-Assens, La novela de un literato. 1. 1882-1914 , Madrid, Alianza, 1996, p. 140.

31. Sólo he hallado una poesía de Nilo Fabra en las revistas de comienzos de siglo: «Carlos IV y María Luisa (El rey cazador y la reina alegre)», La República de las Letras , n.º 5, 3 junio 1905, p. 1.

32. Rafael Cansinos Assens, en su recientemente publicada novela autobiográfica Bohemia —ambientada en el Madrid de 1900-1905—, hablando de Valle-Inclán, califica a Bernardo G. de Candamo y a Nilo Fabra de «señoritos burgueses»: «El muchacho [Rafael Florido, es decir, Rafael Cansinos Assens] recordaba todo eso, y su timidez y su pobreza reaccionaban en forma de orgullo y rebeldía. ¡No, a él no le dirigiría ninguna insolencia aquel hombre irascible!... Después de todo, ¿quién era Valle-Inclán? Desde luego no era Cervantes... ¡Y aunque lo fuese!... Y los que le rodeaban, quitando a Villaespesa y los Machado..., aquellos Candamo y Nilito Fabra, etc., qué eran sino señoritos burgueses, con sus chalecos de fantasía y sus botines grises. ¡Bah! También el marqués de Bradomín usaba botitos... y chalecos de fantasía... Se las daba de dandy... Qué diferencia del gran Sawa...» (Rafael Cansinos Assens, Bohemia (novela póstuma), edición de Rafael M. Cansinos, Madrid, Fundación Rafael Cansinos Assens, 2002, p. 170).

33. Emilio Carrere, La corte de los poetas (Florilegio de rimas modernas), Madrid, Pueyo, 1906; José Brissa, Parnaso español contemporáneo (Antología completa de los mejores poetas) , Barcelona, Maucci, 1914, pp. 145-47. Posteriormente también fue incluido en una Antología de poetas madrileños, prólogo de Carlos Bonet, Madrid, Los Poetas, n.º 43, 1929.

34. Nilo Fabra, Interior, Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, 1905, 148 p. El libro está dedicado «A la memoria de mi padre».

35. Bernardo G. de Candamo, «Libros. La ruta de Don Quijote , por Azorín. Interior, por Nilo Fabra», La Lectura, julio 1905, pp. 282-84. Anteriormente a esa reseña el libro había sido ya anunciado en la lista de «Libros recibidos» de Renacimiento Latino, n.º 2, mayo 1905, p. 128, junto a Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, Caprichos de Manuel Machado, Rapsodias de Villaespesa, Noches blancas de Antonio de Zayas, Brumas de Luis de Oteyza y Teatro de ensueño de Gregorio Martínez Sierra, entre otros. Todo un manifiesto.

36. Manuel Machado, «Flores» («A Ramón del Valle-Inclán»), en Alma (Poesías) (1902); poesía publicada anteriormente en Vida Galante, n.º 134, 24 mayo 1901, con el título «Cleopatra / Flores envenenadas» (cf. Manuel Machado, Alma. Caprichos. El mal poema, edición de Rafael Alarcón Sierra, Madrid, Castalia, 2000, p. 136).
    Antonio Machado le dedicó la sección «Salmodias de Abril» de Soledades (1903): «A D. Ramón del Valle-Inclán». Y posteriormente el soneto «Elogios», en Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), bajo el epígrafe: «Flor de santidad. Novela milenaria, por don Ramón del Valle-Inclán»; luego recogido al frente de la segunda edición de Flor de santidad (1913) de Valle-Inclán (el soneto de Machado es la composición CXLVI de sus Poesías completas, 1936). Ahora bien, es posible que este soneto estuviera destinado a la primera edición del libro de Valle, en 1904, y que por alguna razón u otra —quizá porque Machado se lo envió tarde— no se publicó entonces y Valle-Inclán lo guardaría para la segunda edición del libro: así parece indicarlo que en la segunda edición de Poesías completas (1928) de Machado, el soneto lleve al pie la fecha «1904» (cf. también Allen W. Phillips, «Algo más sobre Antonio Machado y Valle-Inclán», Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 186, junio 1965, pp. 557-64).
    Rubén Darío le dedicó el «Soneto autumnal al marqués de Bradomín», publicado al frente de Sonata de primavera (1904); y posteriormente el «Soneto / Para el señor don Ramón del Valle-Inclán», como prólogo a Aromas de leyenda (1907), y la «Balada laudatoria que envía, al autor, el alto poeta Rubén», al frente de Voces de gesta (1911) de Valle-Inclán (cf. Rubén Darío, Poesías completas, edición, introducción y notas de Alfonso Méndez Plancarte, Madrid, Aguilar, 1967).

37. Nilo Fabra, Ingenuamente, Madrid, Imp. de la Revista de Archivos, 1906, 166 p.

38. Nilo Fabra, «El íntimo», en Juan González Olmedilla, La ofrenda de España a Rubén Darío , liminar de R. Blanco-Fombona, Madrid, Editorial-América, s.f. (1916), pp. 40-46.

39. En 1924 El Sol y La Voz fundaron la agencia Febus para contrarrestar una Fabra excesivamente dependiente de la francesa Havas. Poco antes de finalizar la guerra civil, en enero de 1939 se constituyó en Burgos la agencia EFE, con la participación de antiguos directivos (Luis Amato) y accionistas de Fabra, que fue disuelta, más la absorción poco después de la agencia Febus. Cf. María Cruz Seoane y María Dolores Saiz, Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1996, pp. 41-43.

40. Periódico de Nicolás M.ª de Urgoiti, paralelo a El Sol. Cf. Gonzalo Redondo, Las empresas políticas de José Ortega y Gasset («El Sol», «Crisol», «Luz». 1917-1934), 2 vols., Madrid, Rialp, 1970.

41. Pedro Gómez Aparicio, Historia del periodismo español (De las guerras coloniales a la Dictadura), Madrid, Editora Nacional, 1974, p. 583.

42. Prosper Mérimée, Crónica del reinado de Carlos IX, traducción de Nilo Fabra, Madrid, Calpe, 1920, Colección Universal.

43. Crónica del acto en La Voz, 3 abril 1922. Cf. Ramón María del Valle-Inclán, Entrevistas, conferencias y cartas , edición de Joaquín y Javier del Valle-Inclán, Valencia, Pre-Textos, 1994, pp. 229-31.


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