La hematuria de Valle-Inclán

Francisco J. Pérez Blanco

Departamento de Medicina
Universidad de Granada
 

publicado en la revista médica INVESTIGACIÓN CLÍNICA ( ISSN 1139-9503)

     Son muchas las biografías de este gallego nacido en Villanueva de Arosa el 28 de octubre de 1866. Las primeras de ellas se dedicaron a relatar sus anécdotas más o menos legendarias, a partir de las cuales surgió un Valle-Inclán genial, extravagante y provocador, pero también arbitrario en sus ideas estéticas y en sus convicciones ideológicas.
   Es difícil de forma rigurosa y documentada hacer una biografía de Valle-Inclán, ya que el mismo autor se encargó de confundir y tergiversar lo que se refería a su vida. Eludió todo tipo de confidencias y solo nos queda su obra. El motivo de este trabajo no es otro que el ahondar, en la medida de lo posible, en las enfermedades que padeció este ilustre personaje de la Generación del 98 [sic].
    De todos es bien conocido el episodio en el que perdió el brazo izquierdo y que la leyenda y el propio interesado han tratado de mitificar. Fue en 1899 en una de sus tertulias en el Café de la Montaña en Madrid. Están reunidos Valle-Inclán, Francisco Sancha, Martinez Sierra, Ruiz Castillo, Manuel Bueno y otros. En un momento de la conversación se alude a una reyerta que ocurrió el día anterior en la Castellana, entre un artista portugués  y un joven aristócrata andaluz. Valle-Inclán quiere aprovechar la ocasión para pontificar sobre el honor. Manuel Bueno que conocía mejor el hecho lo contradice, don Ramón lo insulta. Bueno blande su bastón y, ni corto ni perezoso, el escritor gallego coge una botella de agua por el cuello y se va contra su adversario en actitud agresiva. Manuel Bueno se defiende y le da un bastonazo en el brazo izquierdo, con tan mala suerte, que el golpe incide sobre el gemelo de la camisa y se produce una herida profunda en el brazo. Valle-Inclán es acompañado a su casa por Sancha y Ruiz Castillo. Después de los primeros cuidados, la herida se vendó y le indicaron que permaneciera en reposo. El dolor era importante e incluso no le dejaba dormir. A la mañana siguiente no estaba mejor y el brazo se había hinchado. Varios días después le destapan la herida, la infección era muy extensa y empezaban a aparecer signos de gangrena. El doctor Barragán lo interviene amputándole el brazo izquierdo. Aun en estas circunstancias surgían sus genialidades. Durante la operación pidió un habano y hacía volutas de humo que ascendían al techo del quirófano, pero disimulaba el terrible dolor que padecía.
    Otro hecho anecdótico que también se narra en las biografías es la herida de bala que sufrió en el pie en 1901. Acosado por la penuria económica que le hace malvivir en Madrid, decide trasladarse junto a los hermanos Baroja a Almadén donde hay minas de cinabrio y la gente se está enriqueciendo. En el viaje por la Mancha, que no puede ser más vallinclanesco (relámpagos, truenos, lluvia atroz  y a la izquierda las crecidas de las aguas del río Esteras), nuestro personaje permanece encima del caballo con más pena que gloria. En un momento y para no caerse realiza un movimiento violento, de tal suerte que se le dispara la pistola y le hiere el pie. Lo llevan a Almadenejo entre gritos de dolor y de allí en tren hasta Madrid. Esta aventura acabó con mejor suerte, ya que la herida curó totalmente y no le dejó ningún tipo de secuelas.
    Su vida hasta aquí no había sido fácil, después de abandonar los estudios de Derecho en Santiago de Compostela y una vez fallecido su padre, decidió irse a vivir a Madrid. Después, el viaje a México que tanto influyó en su obra. En Madrid se casa con la actriz Josefina Blanco y tiene cuatro hijos.
    Con motivo de la temporada teatral 1909-10, el matrimonio Valle-Inclán tuvo la oportunidad de viajar por Argentina. En Buenos Aires dictó algunas conferencias y colaboró en algunas revistas literarias. Poco después se unieron a la Compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, prolongando su viaje por Paraguay, Uruguay, Chile y Bolivia. A su vuelta decide irse con la familia a vivir a Cambados en Galicia y posteriormente a la Puebla de Caramiñal. Intentó alternar su quehacer literario con la explotación agrícola de la finca «La Merced» que había heredado, pero esto no fue posible. Durante esta época refiere de forma insistente las molestias abdominales que le provoca su enfermedad gástrica. En una tertulia con Pérez de Ayala, Sebastián Miranda y Romero de Torres, don Ramón, que se retorcía de dolor y le venían buches amargos a la boca, les dijo: «no os asustéis es el estómago».
    Probablemente padecía una enfermedad ulcerosa péptica. Ésta se caracteriza por el dolor, vómitos y trastornos dispépticos. Si además hay reflujo gastroesofágico se acompaña de dolor retroesternal, pirosis y regurgitación del contenido gástrico (BRINTON W., Lectures on the diseases of the stomach., London. 1864: 127-156). La hematemesis era una de las complicaciones más temidas (BOUVERET A., Maladies de l’estomac, Paris 1893: 284-293). A estos enfermos se les prescribía reposo en cama, la llamada «cura dietética de descanso» a base de agua, leche, huevos y vino administrados en enemas (enema de BOAS). Una vez pasada la fase aguda se iniciaba la alimentación por boca, fundamentalmente a base de leche y a la que se le iban añadiendo huevos crudos, papilla de avena, jugo de carne recien extraída etc. Fue famosa en aquella época la «cura de Leube», específica de la úlcera y que consistía en reposo absoluto en cama durante diez días, cataplasma de semillas de lino cada 10-15 minutos, 500 cc de agua Carlsbad templada en ayunas y dieta rigurosamente líquida (EBSTEIN W., Tratado de medicina clínica y terapéutica, Barcelona. 1907.tomo II:640-658). Los fármacos utilizados fueron los alcalinos que disminuían la hiperacidez, los preparados de bismuto como remedios protectores y el nitrato de plata, astringente que limita la secreción gástrica y calma el dolor.

Cuando el enfermo mejoraba se continuaba con preparados de hierro, solución Leras, agua de hierro, vino de condurango ferruginoso y granos de carbonato de hierro azucarados (DIELAFOY G., Manual de Patología Interna, Madrid 1907: 141-155). Además las aguas alcalinas tomadas a pie de manantial eran muy recomendadas.

Como la mayoría de los intelectuales españoles de la época al estallar la Primera Guerra Mundial, Valle-Inclán se puso de parte de los aliados, aunque gran parte de los carlistas eran germanófilos. En un artículo en España dice:

Debiéramos de entrar en guerra junto a los aliados y pedir una compensación en el Mediterráneo Oriental para que el grito de Lepanto sea algo más que un eco sonoro; pero los políticos españoles no saben a punto fijo hacia donde cae Costantinopla.
Su pensamiento estético de esta época lo sintetizó en La lámpara maravillosa (1916), que irritó a algún sector del público, interpretando que el autor se introdujo en el campo de la Teosofía. La pipa de kif (1919) es el segundo libro de versos de Valle-Inclán (Aromas de leyendas fue el primero doce años antes) y sin duda el más conocido y estudiado. Es una promesa de la fabulosa fortuna esperpéntica que muy pronto nos dará a conocer. Se observa una acusada deformación de rasgos y una marcada tendencia a la deliciosa caricatura, exhalando un tufo de patetismo y desesperanza:

  El patíbulo destaca
  trágico, nocturno y gris;
  la ronda de la petaca
  sigue a la ronda del anís.
  Pica tabaco la faca
  y el patíbulo destaca
  sobre el alba flor de lis.

Las claves líricas El Pasajero (1920) cierra la producción estrictamente poética, basado en torno al polifacético símbolo de la rosa.
    Al comienzo de los años veinte y coincidiendo con una incesante actividad creadora, Valle-Inclán comienza a tener los primeros síntomas de la enfermedad que le llevaría a su muerte: un cáncer de vejiga urinaria.

Los dolores al principio son soportables y de características distintas a las molestias epigástricas que le ocasionó años antes la úlcera péptica. A comienzos del verano de 1922 y cuando ya había roto con la Sociedad General de Librería y pensaba cómo enderezar definitivamente sus descomposturas económicas, observa un día que la orina tiene color oscuro, casi como la sangre. Lo achaca a los cafés del día anterior y lo comenta de pasada con los contertulios de aquella tarde. Estaba mucho más imbuido en sus dos próximas obras, para darle importancia a un detalle insignificante. Divinas palabras (1919) la pieza más conocida del teatro vallencliniano y Luces de bohemia (1920) el gran estruendo literario de estos años. Describe de forma majestuosa el submundo de seres marginados, de personajes grotescos, de situaciones ilógicas o de escenas llenas de crueldad. Era una forma de entender la vida, como decía su propio autor:
Hay tres maneras de ver el mundo: de rodillas (se ven dioses, semidioses, héroes), de pie (vemos seres como nosotros, como nuestros hermanos) y en un plano superior levantado en el aire
    El «eximio escritor y extravagante ciudadano» como lo definió Primo de Rivera, volvió a dedicarse a la novela con Tirano Banderas (1926) que supone la superación del  mundo esperpéntico, el delicioso retablo de un escritor señero que en estos momentos llega al punto culminante de expresión. Es obra magistral considerada por la crítica como una de las cumbres de la novela española de todos los tiempos. Valle-Inclán trata de resaltar la absoluta anulación de la humanidad aplastada por la dictadura.
Tirano Banderas queda en la historia de la literatura como ejemplo de la insuperable maestría alcanzada por el autor en sus últimas obras y como precedente animador de tantas novelas de dictaduras, que siguieron después. Desde El señor presidente de M.A. Asturias, Muerte de perro de F. Ayala, hasta las recientes de García Márquez, El otoño del patriarca, y de A Carpentier, El recurso del método.
    Al éxito profesional no le acompañó la tranquilidad en el hogar, las relaciones con su esposa eran malas y Josefina Blanco ya  planteaba la separación matrimonial. Su hogar de Santa Catalina es un vivero de disputas. La familia ajena a la vena esperpéntica de don Ramón no le comprende, ni llegará nunca a comprender. En este periodo de su vida la enfermedad urinaria daba ya síntomas importantes. Aparte de la hematuria, que provocaba anemia y por tanto astenia y adinamia, el dolor es otro de los motivos que podía justificar la actitud del enfermo. En 1930 ya se había sometido a varias intervenciones quirúrgicas.
    El cáncer de vejiga se conoce desde los escritos de Fabricio de Hildent (1551) en observaciones en cadáveres. Covillard (1639) fue el primero que diagnosticó el tumor y lo extirpó por talla lateralizada, aunque su comunicación pasó desapercibida en el mundo científico. Durante el siglo XVII hay otras aportaciones poco precisas. Ya en el siglo XVIII Colot empleó la talla peritoneal para su tratamiento. Con Civiale comienza el progreso en el conocimiento de los tumores vesicales. En 1827 extirpó varios de ellos en una mujer, en varias sesiones, valiéndose de un litotriptor. Pleininger en 1834 dilató la uretra de una mujer de 24 años y extrajo de esta manera un papiloma, ligando su pedículo. Posteriormente se utilizó el dilatador de Weiss con buenos resultados.
    Thompson y los cirujanos alemanes en 1880 estandarizaron la operación del ojal perineal para el diagnóstico de los tumores de vejiga. Con Czerny y Trendelenburg se empezó a utilizar la talla hipogástrica. Guyton (1888) y sus discípulos dieron un gran empuje al diagnóstico con múltiples publicaciones sobre las numerosas operaciones realizadas con resultados favorables.  A finales del siglo XIX Nitze introduce la cistoscopia para el diagnóstico. En esta época, la forma más habitual de comienzo de la enfermedad era la presencia de la hematuria, que podía ser de intensidad variable, pero casi siempre al final de la micción. En algunos casos se expulsan cantidades escasas de sangre, de forma aislada. Pueden pasar semanas o meses sin que ocurran episodios similares. En otro grupo de enfermos la hemorragia es contínua y puede perdurar a lo largo de la enfermedad. Se acompaña en ocasiones de «catarro de vejiga» con orina turbia, mal oliente y de reacción alcalina, suele acompañarse de fiebre, escalofríos, decaimiento general y demacración (GUYTON R, Physiologie pathologique de l’hematurie, Ann.Mal.Org.Gen.Urin. 1893:889-894).
    El tenesmo persiste y la perturbación del descanso nocturno conduce pronto a la agravación de la enfermedad (WEIR RF., «Vesical papilloma of unusual duration», Med.Record. 1887;46:164-169).
    Los tumores de tamaño pequeño pueden obstruir el orificio del cuello de la vejiga, dificultando la evacuación de la orina (ALBARRÁN J, Les tumeurs de la vassie. Paris 1892). Los dolores que sobrevienen son sordos e intensos en la región del periné, con tenesmo y prurito en la uretra, sobre todo cuando se expulsan coágulos de sangre y de partículas del tumor.  Los tumores benignos crecen hacia la cavidad de la vejiga, su invasión es lenta y duración larga, pudiéndose transformar en malignos (CLADO C., Traité des tumeurs de la vassie, Paris 1895).
    El diagnóstico se realiza mediante la palpación bimanual de la vejiga. Tacto rectal o vaginal combinado con palpación hipogástrica, que permite apreciar los tumores infiltrantes y los fibrosos, miomas y mixomas voluminosos. El examen histológico de la orina es a veces fundamental, pues pueden encontrase fragmentos del tumor. Basta con centrifugar la orina para descubrir al microscopio células neoplásicas. La exploración de la vejiga con sonda blanda es una técnica diagnóstica muy utilizada. Con sonda de Nelaton se evacúa la orina de la vejiga en tres vasos. La orina del tercero es muy hematúrica en relación a los otros vasos. Después se deja la sonda con la vejiga vacía y se practica palpación bimanual, produciéndose pérdida de sangre de origen tumoral (signo de Guyton). La cistoscopia es la prueba que permite reconocer el volumen y la naturaleza del tumor (BEGOUIN R., Tratado de patología quirúrgica. Órganos geniturinarios. Valencia 1919:204-211),
    La hemorragia es un signo importante de cara al pronóstico. Bien por las hemorragias extensas, como por las formas pequeñas pero de repetición, ponen al organismo sumamente anémico e incapaz de resistencia. La anemia predispone a  infecciones en la orina y a infecciones generales por la debilidad.
    La extirpación radical del tumor es el tratamiento de elección cuando se puede. Desde extirpación simple a extirpación junto a la pared de la vejiga, resección parcial de la vejiga o extirpación total de la misma. Las dos primeras formas se pueden realizar a través de la talla hipogástrica (TUFFEIER D., «De l’extirpation totale de la vassie pour neoplasmes». Rev.Chir. 1898;4:277-290).
    La hematuria se calma con inyecciones de morfina, los coágulos de la vejiga se deben de extraer con jeringa conteniendo agua boricada. En los casos graves se recurre a las transfusiones de sangre. Las tisanas diuréticas son eficaces cuando hay infección, pero también se utilizan la terebintina y los antisépticos (ácido bórico, biborato, salol o benzoato de sosa) (LE DENTU A, DELBET P., Tratado de cirugía clínica y operatoria, Tomo IX. Madrid 1901:359-400).

    El dolor de la cistitis se trata con morfina subcutánea o lavados con instilación de nitrato de plata. Para el dolor ocasionado por expansión del tumor se utiliza desde belladona en píldoras o supositorios al opio, láudano o morfina.  Este ultimo grupo de drogas no lo había utilizado Valle-Inclán ahora por primera vez. Se dice que en su primer viaje a México ya había experimentado los suaves efectos de las hojas de marihuana. Posteriormente fue la acción de la tintura de cáñamo lo que posiblemente empeoró su cuadro dispéptico gastroduodenal. En su obra, como indica Batiste Moreno, se ve reflejada la afición a las drogas alucinógenas. En Sonata de estío se había referido a «horas untadas de opio que constituían la vida a bordo de La Dalila».
    Uno de sus biógrafos más insignes, Ramón Gómez de la Serna, indica que: «presumía de faquir, no solo porque apenas comía, sino porque fumaba has-chis». En La lámpara maravillosa el narrador se autorrecrea haciendo fumar cáñamo en su pipa «bajo una sombra grata» y posteriormente en el primer párrafo de «El quietismo estético», quinta parte de esta peculiar obra, dice:

Toledo es alucinante por su poder de evocación. Bajo sus arcos poblados de resonancias se experimenta el vértigo, como antes los abismos y las deducciones de la teología. Estas piedras viejas tienen para mí el poder maravilloso del cáñamo índico, cuando dándome la ilusión de que la vida es un espejo que pasamos a lo largo del camino, me muestra en un instante los rostros entrevistos de muchos años. Toledo tiene ese poder místico. Alza las losas de los sepulcros y hace desfilar los fantasmas en una sucesión más angustiosa que la vida.
La pipa de kif pone de manifiesto su experiencia con el opio, la cocaína o el hachis: 

Claves de aromas que en sí condensan
 del universo la visión densa.

O en los versos finales refiriéndose a su acción inhibidora de la líbido, contradiciendo la creencia popular:  

  Si tu me abandonas, gracia del hachis
  me embozo en la capa y apago la luz.
  Ya puede tentarme la Reina del Chic
  no dejo la capa y le hago la cruz.

También en Tirano Banderas, cuando describe al dictador dice de él:

En el Perú había hecho la guerra a los españoles y de aquellas campañas veníale la costumbre de rumiar la coca, por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno.
    La enfermedad que cada vez era más invalidante no le impedía seguir escribiendo. Ahora es Ruedo Ibérico, novela de gran complejidad estructural y que no llegó a acabar. De haberse llevado a cabo en su totalidad, este amplio cuadro narrativo habría abarcado desde las postrimerías del reinado de Isabel II, hasta la muerte de Alfonso XII y el pacto del Pardo en el que Cánovas y Sagasta se comprometieron a apoyar a la reine regente. El plan original de este ambicioso ciclo novelesco comprendía un total de nueve volúmenes repartidos en tres trilogías o series. La primera trilogía llevaba por título Los amenes de un reinado y estaba formada por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas obra inacabada que se publicó en las páginas de El Sol en 1932 y que solo apareció en forma de libro en 1958.
    El catorce de abril de 1931 se proclama la república y el periodo de politización de Valle-Inclán se incrementa. No obstante, sus manifestaciones y declaraciones públicas fueron sumamente contradictorias y de hecho resultan difíciles de valorar. Su actividad literaria decae alarmantemente.
A principios de 1932 es nombrado conservador del Tesoro Artístico Nacional, puesto en el que duró muy poco. En mayo de ese mismo año es elegido Presidente del Ateneo de Madrid, pero nunca fue admitido en la Academia de la Lengua Española. En las navidades del mismo año don Ramón y Josefina quedan definitivamente separados judicialmente. Prosigue el pleito por decidir cuál de los dos se va a llevar a los hijos. Descorazonado y triste, su salud se resiente todavía más y tiene que someterse a una nueva intervención quirúrgica. En realidad está desahuciado por muchos médicos. En el sanatorio se presenta la hematuria y se hace necesario transfundirle nueva sangre.
    En marzo de 1933 es nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, ciudad a la que marchó en compañía de sus hijos. Allí se agudizan sus males y crece la nostalgia por España. En una carta fechada en el verano de 1934 escribe:
Estoy con una hematuria que dura ya varios días y que tiene el aspecto de ser como la que tuve en Madrid e hizo necesaria la transfusión para cortarla…. Si la hematuria es rebelde habrá que hacer transfusión.
    Pasa unos días de infinito dolor. Es imprevisible pensar que en estos momentos de su vida utilizara el cannabis u otros alucinógenos con el fin de evadirse de la realidad. Creemos que Valle-Inclán utilizó estas sustancias desde su juventud y sólo para conseguir un estado de ánimo especial, un medio para trascender lo previsible y atisbar lo incomunicable, logrando así escapar de las cadenas del discurso usual y la autocomplacencia que tantas veces escudan al pensamiento único. Su alegre valor de mitificación de la «voluta de humo» nunca fue conculcada.
    Por las ventanas de la Academia de Roma, vientos agoreros le traen la premonición de su cercana muerte. En realidad se da cuenta de que nada le ata ya a ese país, que, aún hace poco tiempo, fue su gran ilusión. De Santiago le llegan cartas. Sus amigos los doctores Devesa y Villar Iglesias le ofrecen  protección y asistencia.
    Don Ramón llega a Santiago en la primavera de 1935 e ingresa en la clínica que dirige el doctor Villar Iglesias. Tras el tratamiento hay una ligera mejoría, que el escritor lo interpreta como un preludio de la muerte. Intenta hacer vida normal frecuentando los cafés El Derby y El Español.  Va a Cambados, visita la Puebla de Caramiñal, se deja caer por Arosa. En el otoño de 1935 se somete a una nueva cauterización del tumor en el Sanatorio de la Cruz Roja. Por aquellos días se apagan los ecos populares con motivo de hacer una suscripción para regalarle un pazo. Don Ramón soporta aquella última incongruencia comentando: «¿Un pazo? Es tarde. Más bien un arreglo en la fosa común».
    La evolución de la enfermedad en los últimos meses es muy rápida, los doctores que le atienden no pueden hacer gran cosa, la muerte ronda implacablemente. Es una ruina desvencijada al cumplir en octubre los 69 años. Sus últimos versos son tremendos y patéticos, mostrando una gran indiferencia al mundo y sin el consuelo de estar convencido de la vida que ha de venir:

  Te dejo mi cadáver, reportero.
  El día que me lleven a enterrar
  fumarás a mi costa un buen vegero
  te darás en la Rumba un buen yantar.

El fin de año fue muy lluvioso en Santiago y el escritor estaba sumergido en horribles dolores. A las dos de la tarde del día víspera de Reyes de 1936, don Ramón deja de existir de forma silenciosa y sumisa. Su vida, con palabras de Umbral, se puede resumir en señorío, sinceridad e insolencia. El señorío de Valle-Inclán está hecho de imaginación y soledad y en contra del señoritismo de políticos y aristócratas. Su sinceridad sirve antes a una verdad personal que a la verdad colectiva. La insolencia refleja su talante personal.
Francisco J. Pérez Blanco


Bibliografía

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- DIAZ PLAJA G., Las estéticas de Valle Inclán. Gredos. Madrid 1965.
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- SALPER R., Valle-Inclán y su mundo: ideología y forma narrativa. Rodopi. Ámsterdam. 1988
- SERVERA BAÑO J., Ramón del Valle Inclán. Júcar. Madrid. 1983.
- TORRES NEBRERA G., Las comedias bárbaras de Valle Inclán. Guía de lectura. Akal. Madrid. 2003.
- UMBRAL F,, Valle Inclán. Unión Editorial. Madrid. 1968.
- UMBRAL F., Valle Inclán. Los botines blancos de piqué. Planeta. Barcelona.1998.
- ZAMORA VICENTE A., La realidad esperpéntica (Aproximación a «Luces de Bohemia»). Gredos. Madrid 1974
 
 
 

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                                                                                                                                                                                               El Pasajero, primavera 2004