Sobre la detención de Max Estrella: tiempo histórico y tiempo de la acción en Luces de bohemia

Jesús Mª Monge López
(T.I.V.-U.A.B.)

A Carlos Gómez Amigó, in memoriam.
A Manuel Aznar Soler, maestro de valleinclanistas.


Cien años después de la publicación en entregas en la revista España (julio-octubre 1920) de Luces de bohemia, la obra se ha convertido en la más célebre, carismática e internacional de Ramón del Valle-Inclán, al mismo tiempo que ha definido todo un subgénero dramático como el esperpento. Sin embargo, todavía restan muchos aspectos de la obra por iluminar para el lector contemporáneo. Con toda probabilidad, los lectores de hace un siglo sí fueron capaces de entender la gran cantidad de alusiones y connotaciones inherentes en muchas de las intervenciones de los personajes de la obra. Como muy bien indica Iglesias Feijoo [2020: 70], “es posible que la densidad semántica de Luces de bohemia no tenga parangón en la literatura española contemporánea”. Este artículo pretende esclarecer algunos aspectos de la detención de Max Estrella, hecho que constituye, tanto en su primera edición en entregas en la revista España, como en su posterior aparición en volumen en 1924, una parte fundamental de la trama de la obra1.
 
Antes de examinar la significación de la detención de Max Estrella, es necesario precisar que no hay en Luces de bohemia una correlación única entre las acciones de los protagonistas y personalidades históricas de la época. Así, si bien Valle-Inclán se inspiró mayoritariamente en la vida de Alejandro Sawa para construir el personaje de Max Estrella [Zamora Vicente, 1969], otras circunstancias del protagonista también remiten a Víctor Hugo [Aznar Soler, 2017] e incluso al propio autor. También sucede igual con el Ministro de la Gobernación, que evoca la figura del ministro Julio Burell, amigo y protector de Valle-Inclán, pero asimismo la del titular de la cartera en 1920, Francisco Bergamín [Iglesias Feijoo, 2020: 98].


El contexto histórico: 1917-1920

 

El contexto socio-histórico de la obra aparece descrito con ciertos detalles en la escena III, en la taberna de Pica Lagartos. Mientras Max espera el dinero de su capa empeñada, necesario para comprar el décimo de lotería a Enriqueta La Pisa Bien, irrumpe el Chico de la Taberna, herido a causa de los tumultos callejeros:
El CHICO DE LA TABERNA entra con azorado sofoco, atado a la frente un pañuelo con roeles de sangre. Una ráfaga de emoción mueve caras y actitudes, todas las figuras en su diversidad, pautan una misma norma.

EL CHICO DE LA TABERNA. - ¡Hay carreras por las calles!

EL REY DE PORTUGAL. - ¡Viva la huelga de proletarios!

EL BORRACHO. - ¡Chócala! Anoche lo hemos decidido por votación en la Casa del Pueblo.

LA PISA BIEN. – ¡Crispín, te alcanzó un cate!

EL CHICO DE LA TABERNA. – ¡Un marica de la Acción Ciudadana!

PICA LAGARTOS. – ¡Niño, sé bien hablado! El propio republicanismo reconoce que la propiedad es sagrada. La Acción Ciudadana está integrada por patronos de todas circunstancias, y por los miembros varones de sus familias. ¡Hay que saber lo que se dice!

Grupos vocingleros corren por el centro de la calle, con banderas enarboladas. Entran en la taberna obreros golfantes – blusa, bufanda y alpargata – y mujeronas encendidas, de arañada greña.

EL REY DE PORTUGAL. - ¡Enriqueta, me hierve la sangre! Si tú no sientes la política, puedes quedarte.

LA PISA BIEN. – So pelma, yo te sigo a todas partes. ¡Enfermera Honoraria de la Cruz Colorada!

PICA LAGARTOS. - ¡Chico, baja el cierre! Se invita a salir, al que quiera jaleo.

La florista y el coime salen empujándose, revueltos con otros parroquianos. Corren por la calle tropeles de obreros. Resuena el golpe de muchos cierres metálicos.

[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 891].

En este ambiente de agitación y protesta obrera, la huelga de proletarios que exalta con su exclamación el Rey de Portugal, es donde se produce la detención del protagonista de la obra en la escena IV.  Si nos ceñimos a la descripción de las acotaciones de la escena III y sobre todo a la afirmación del Chico de la Taberna sobre Acción Ciudadana, la obra tiene un contexto histórico muy concreto y puntual como se verá más adelante. Sin embargo, no es exactamente así, pues, por ejemplo, las palabras del preso catalán en la escena VI remiten a la insurrección de la Semana Trágica en 1909 o las exclamaciones de “Muera Maura” a la indignación y repudio tras el fusilamiento de Ferrer i Guardia acaecido el mismo año (Iglesias Feijoo, 2020: 90-91]. Por lo tanto, en Luces de bohemia hay más bien una síntesis de hechos y protagonistas históricos de las dos primeras décadas del siglo XX español, que constituyen a modo de amalgama el círculo infernal, que denuncia el protagonista en la escena XI.

Desde inicios del siglo XX, las reivindicaciones del proletariado se incrementaron paulatinamente y así se produjeron paros sectoriales de toda índole, huelgas generales de una sola jornada laboral, como la exitosa de diciembre de 1916, e incluso hubo varias protestas obreras de gran repercusión, como la que originó la mencionada Semana Trágica en julio-agosto de 1909 o la huelga de la Canadiense de febrero de 1919, estas dos últimas en Barcelona. Sin embargo, Luces de bohemia transcurre en Madrid y aunque el personaje del preso catalán evoque el movimiento obrero barcelonés, es en la protesta madrileña donde sucede la obra.
 

Ahora bien, si hay que señalar un año concreto donde emerge la conflictividad obrera y se acentúa la crisis social de la Restauración es en 1917. Antes de la huelga general de agosto de ese año, se produce una gran polarización política en torno a la neutralidad o intervención de España en la Gran Guerra. De hecho, las dos Españas toman partido por cada uno de los dos bloques, y así los conservadores y carlistas, defensores de la neutralidad española, se muestran germanófilos; mientras que los liberales, radicales republicanos y socialistas abogan por la intervención de España en la guerra europea en favor de los aliados. Pero en realidad, ese fervor aliadófilo contenía un espíritu modernizador y revolucionario, decididamente progresista y de izquierdas, tal y como tituló el semanario España [«El mitin de las izquierdas», 17-V-1917], uno de los organizadores del mitin del 27 de mayo en la Plaza de Toros, réplica al convocado por Maura un mes antes en el mismo lugar. Tras su celebración, El País [28-5-1917: 1] tituló sin ambages «El mitin de ayer. Afirmación aliadófila y revolucionaria». Es tal el grado de crispación durante la primavera de 1917 que el debate sobre la guerra en Europa se convierte en “una prolongación del conflicto social español” [Maestro, 1989: 322].

Este estado de agitación política desembocará en agosto en la primera huelga general de duración indefinida y de carácter revolucionario, es decir, con la finalidad de cambiar el sistema político español. Aunque pactada inicialmente entre la UGT y la CNT2, finalmente fue convocada por el sindicato y el Partido Socialista, con el apoyo posterior de la central anarquista, lo que motivó que el Comité de Huelga se centralizara en Madrid y estuviera formado por Largo Caballero y Daniel Anguiano por la UGT y Julián Besteiro y Andrés Saborit por el Partido Socialista. La convocatoria era para el 13 de agosto, pero tres días antes la Federación Ferroviaria de UGT se adelantó y proclamó la huelga general. Si bien inicialmente la industria, las cuencas mineras y las principales ciudades se paralizaron durante una semana, los agricultores no la secundaron. El presidente del Gobierno, Eduardo Dato, proclamó el estado de guerra y por lo tanto intervino el Ejército para restablecer el orden. El Comité de Huelga fue detenido el 14 de agosto en el nº 12 de la calle Desengaño de Madrid, donde se habían refugiado la noche del 10 para evitar ser detenidos por la policía. Hacia el 18 de agosto el gobierno había acabado con los levantamientos obreros en las ciudades, sin embargo, en algunas zonas como Asturias el enfrentamiento con el ejército, que ejerció una notable represión3, se prolongó durante un mes. Con todo, la huelga tuvo una resonancia considerable pues paralizó el país durante una semana. [Ruiz González, 1989, VIII: 501-502]4.

En Madrid el Ejército instaló ametralladoras en Cuatro Caminos, pero mucha mayor incidencia y despliegue militar hubo en Barcelona, donde según Eugenio Xammar la huelga paralizó la ciudad durante cuatro días, en los que el Ejército acampó en Plaza Cataluña, de tal forma que con las palmeras daban al enclave “un pintoresco aspecto marroquí”, colocó piezas de artillería ligera a la salida y entrada de las grandes avenidas y dispuso “crepitantes ametralladoras” en calles estratégicas. “En los sitios donde al parecer era más probable y peligroso un ataque de las fuerzas enemigas, podían verse grupos de soldados tendidos de bruces durante largas horas, con los fusiles enfilados y el dedo en el disparador.” [Xammar, «Ineficacia de la violencia», España, 27-III-1919, 207: 8]5 En opinión de Soldevilla [1918: 373-374] la huelga en Madrid fue un fracaso, secundada únicamente por albañiles, panaderos y tipógrafos. No obstante, consideró que “la perturbación surgida fue muy grande” y “la represión, demasiado dura, pues, en realidad, no hubo núcleo alguno armado y organizado que atacara, ni siquiera hiciera resistencia, a las fuerzas civiles o militares. Los hechos no pasaron de algaradas más o menos estruendosas, muchas originadas por las coacciones ejercidas sobre los que querían trabajar.” [Soldevilla, 1918: 374]. Y efectivamente, así fue, pues el balance final en toda España de la huelga general de agosto de 1917 se saldó con 71 muertos, 156 heridos y cerca de 2000 detenidos. El Comité de Huelga fue juzgado por sedición y rebelión por un tribunal militar y condenado a cadena perpetua en el penal de Cartagena en septiembre del mismo año6, aunque con posterioridad, y tras ser elegidos diputados todos sus integrantes en las elecciones de febrero de 1918, fue amnistiado por el gobierno en mayo de 1918.

El fiscal del tribunal, en la exposición del relato de los hechos, realizó una descripción de lo sucedido durante la revuelta obrera:
En efecto, no tardaron en verificarse choques entre la fuerza pública y los alborotadores, que, por coacción unas veces y por persuasión otras, arrastraron numerosas colectividades obreras en sus desatentados propósitos, manifestados en gritos subversivos, ataques a los tranvías, rotura de cristales, imposiciones de cierre a comerciantes e industriales y algunas agresiones a los agentes de la autoridad. [La Acción, «El Consejo de Guerra contra el Comité Revolucionario», 29-IX-1917: 2].

Muy semejante a lo descrito en los diálogos de la escena III y a los iniciales de la escena IV de la obra:
MAX. ̶ ¿Dónde estamos?

DON LATINO. ̶   Esta calle no tiene letrero.

MAX. ̶   Yo voy pisando vidrios rotos.

DON LATINO. ̶   No ha hecho mala cachiza el honrado pueblo.

[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 893].

La represión afectó especialmente a la revista España, que sufrió la detención de su Gerente y de media redacción y fue suspendida por no querer acatar la censura gubernativa impuesta en el estado de guerra. No volvió a publicar hasta octubre de 1917.

Aunque el paro general en la capital no tuvo la repercusión habida en Asturias o en Cataluña, a partir de ese momento, Madrid se convertirá en la capital de la protesta obrera con una oleada frenética de huelgas precisamente en el bienio 1919-1920:

[…] la huelga de Artes Gráficas de 1919-1920, la cuasihuelga general de la construcción de 1919 y la huelga en tres tiempos de 1920 –albañiles/metal/madera–, las cuatro huelgas generales de panadería de 1919-1920, el paro de la banca en 1923, la de dependientes de 1920, las de sastras y modistas de 1919, las de Hacienda y Correos en 1921 y 1922.

[Sánchez Pérez, 2007: 304].

En todas estas protestas obreras la UGT y el Partido Socialista tuvieron un papel preponderante, de ahí la alusión a la Casa del Pueblo que realiza el Borracho en la escena III de la obra: “Anoche lo hemos decidido por votación en la Casa del Pueblo.” [Valle-Inclán, OC, II: 891]. Además del Preso catalán, uno de los personajes que representan al proletariado es el albañil de la escena XI, que parece referirse a las huelgas y desórdenes por la carestía de los alimentos básicos, las llamadas subsistencias7. A principios de 1918, debido al crudo invierno, la falta de abastecimientos y la carestía de los mismos, hubo protestas generalizadas en varias ciudades, que se repitieron a lo largo del año a causa de los acaparadores y de las exportaciones a países en guerra. Soldevilla al cerrar el balance del año 1918 explica:
 
[…] las necesidades eran mayores cada día, especialmente en las clases medias, pues las subsistencias, en vez de abaratar, habían subido de precio, y el hambre amenazaba en muchas partes, pues si bien es cierto que la guerra había metido en España muchísimos millones, los favorecidos eran pocos en número, los acaparadores, contrabandistas, logreros sin conciencia, que se hicieran potentados a costa de la vida y de la felicidad de los pobres.
[Soldevilla, 1919: 479].

La crisis de las subsistencias prosiguió en 1919 y así el 28 de febrero de 1919 se produjo en Madrid una gran revuelta de mujeres que asaltaron tahonas y tiendas de comestibles, lo que supuso la declaración del estado de guerra y la aparición del Ejército en las calles, que realizó 300 detenciones hasta el 3 de marzo. Según Soldevilla [1920: 77] el Gobierno indemnizó a los comerciantes por las pérdidas sufridas. Para el citado cronista 1919 fue

[…] el año de la crisis y de las huelgas, del desconcierto y de la indisciplina en todas las clases sociales. El comienzo de 1920 no se muestra más grato. En las principales capitales de España, hay huelgas, paros forzosos, motines y asesinatos por cuestiones sociales. En Madrid no trabajaba casi ningún oficio. […]

Los conflictos, lejos de solucionarse, se extienden más cada día. Y todavía había otros daños más graves que estos daños; y otros criminales más duros que los causantes de los males citados. Nos referimos a los logreros, acaparadores, avaros y ambiciosos (y a los que los protegían), que, con su proceder criminal, iban encareciendo de día en día las subsistencias de modo tal, que la vida se hacía imposible para todos los españoles, excepción hecha de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente durante la guerra.

[Soldevilla, 1920: 361].


Toda esta crisis social en torno a las subsistencias se refleja perfectamente en la escena XI de Luces de bohemia:

EL EMPEÑISTA.̶ Las turbas anárquicas, me han destrozado el escaparate.
LA PORTERA.̶ ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres?

EL EMPEÑISTA. ̶ Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de daños a la propiedad privada.

EL TABERNERO. ̶ El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios.

LA MADRE DEL NIÑO. - ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!

UN ALBAÑIL. - El pueblo tiene hambre.
[…]
EL RETIRADO. ̶ El Principio de Autoridad es inexorable.

El ALBAÑIL.̶ Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
[…]
EL ALBAÑIL. - La vida del proletariado, no representa nada para el Gobierno.

MAX. ̶ Latino, sácame de este círculo infernal.
[Valle-Inclán, OC, II: 920-930].

En uno de esos conflictos laborales de 1920, la huelga de panadería, tuvo un papel destacado la Unión o Acción Ciudadana, lo que nos permite con precisión datar la fecha en la que se desarrolla la acción de Luces de bohemia. Aunque su nombre oficial era Unión Ciudadana, se popularizó a causa de sus acciones el de Acción Ciudadana e incluso, según el sesgo ideológico de los periódicos, el de Defensa Ciudadana. Se trataba de una asociación muy heterogénea de voluntarios conservadores y liberales, creada en el otoño de 1919 y definida como “guardia cívica” rompehuelgas [Sánchez Pérez, 2007], integrada por las juventudes mauristas, católicos, funcionarios, profesionales liberales y pequeños patronos, todos de clase media burguesa, aliados con la clase alta madrileña por miedo a una oleada revolucionaria [Rey Reguillo, 1989: 531]. El objetivo principal de esta milicia de voluntarios era neutralizar las huelgas, al sustituir a los huelguistas de los servicios públicos. En 1919, a los pocos meses de su creación, desactivaron la huelga de tranvías y la de Artes Gráficas. La Revista católica de cuestiones sociales así se refería a ellos:

Del fracaso de una y de otra huelga, hay que reconocer que ha tenido la gloria de ser causa esta entidad que funciona en Madrid con el nombre de «Unión Ciudadana», formada por elementos de las clases medias, que se oponen resueltamente a la tiranía socialista.Estos elementos, que han contestado a la fuerza con la fuerza, que han contestado a la agresión con el acto viril que reclama la defensa legítima, han hecho imposible el terror que el sindicalismo pretendía imponer como ley en Madrid, […].La «Unión Ciudadana» es entidad que debiera extenderse a todas las ciudades donde el matonismo socialista y sindicalista pretende ejercer hegemonía; a la vez que las instituciones sociales católicas redoblen sus esfuerzos en la propaganda para hacer ver con las armas de la razón cuál es la línea de conducta que el obrero debe seguir.
A finales de 1919, los miembros de la Unión Ciudadana fueron autorizados a llevar armas durante sus acciones, de ahí que se les denominaran “policías honorarios”8 y en muchas ocasiones durante los conflictos obreros de 1919 y 1920 “fueron más allá de sus competencias técnicas, comportándose como una auténtica policía paralela que traspasaba los límites de la legalidad. Los cacheos y las amenazas a los huelguistas, e incluso las colisiones a tiros o a bastonazos estuvieron a la orden del día en aquellos meses”. [Rey Reguillo, 1989: 535]. En este contexto se entiende perfectamente la intervención de la Pisa Bien en la escena IV de la obra:
LA PISA BIEN. - ¿Ustedes bajaron hasta la Cibeles? Allí ha sido la faena entre los manifestantes, y los Polis Honorarios. A alguno le hemos dado mulé.
[Valle-Inclán, OC, II: 894].

En realidad, muy pronto los miembros de la Unión o Acción Ciudadana se extralimitaron en sus funciones. La Libertad denunciaba ya el 9 de enero de 1920 los cacheos nocturnos a los viandantes, que, a partir de las dos de la mañana, realizaban los jóvenes de la milicia y advertía del peligro que ello suponía, al mismo tiempo que acusaba al Gobierno de proteger y alentar a la asociación y más cuando el propio ministro de la Gobernación en esas fechas, Joaquín Fernández Prida, era miembro del grupo. [«Qué dice la policía», La Libertad, 9-I-1920, 3].
El Sol informó de un incidente en la estación del Mediodía, cuando se presentó el presidente de Acción Ciudadana con un grupo de veinte jóvenes armados con tercerolas, para impedir la huelga de los ferroviarios [El Sol, «La Guardia civil y la Unión ciudadana. —Un incidente», 25-III-1920; 1].  La prensa liberal y republicana advirtió del peligro de que los integrantes de Acción Ciudadana fueran armados con pistolas automáticas, y más si cabe cuando la mayoría de ellos eran jóvenes menores de edad con nula o escasa experiencia en el manejo de las armas. Mariano de Cávia consideraba a la asociación, dada la juventud de sus miembros, como un “recuerdo pueril, plagio burdo, una caricatura de la Milicia Nacional existente desde 1820 a 1874” [Cávia, «Exhumación y parodia de una antigualla», El Sol, 9-IV-1920, 1].

Pero de inmediato, esta milicia de voluntarios se entrometió en los conflictos laborables de empresas privadas, pues escoltaba a los obreros esquiroles a sus domicilios al finalizar su jornada laboral, lo que suponía un quebranto para los objetivos de los comités de huelga. El caso más obvio es el acontecido con la huelga de la fábrica de galletas La Fortuna. El 6 de abril se produjo un tiroteo, primero en la calle Bailén y por la tarde en la zona de la calle Princesa, donde se intercambiaron más de 50 tiros y la policía requiso nada menos que 18 pistolas a jóvenes de entre 16 y 20 años. El incidente tuvo tal repercusión que fue recogido en el anuario político por excelencia:

6 de abril. A tiros en las calles. —En la calle de Bailen ocurrió en la mañana de este día una colisión, entre varios individuos de la Unión Ciudadana, que amparaban en escolta a varios obreros esquiroles, y un grupo de huelguistas de la fábrica de galletas «La Fortuna».
Se cruzaron varios disparos, resultando herido un obrero llamado Antonio García, de diez y ocho años, quien fue curado, en la casa de socorro, de un balazo en una pierna. Después de curado, desapareció.

Por la tarde, en la calle de Luisa Fernanda, ocurrió otra colisión entre jóvenes de la Unión y obreros, cambiándose más de 50 disparos. 
[Soldevilla, 1921:77].
 

Este choque con los obreros en huelga de la fábrica provocó que el Sindicato de las Artes Blancas Alimenticias instara, en un mitin en la Casa del Pueblo el 8 de abril, a que los obreros se armaran “con el fin de poder repeler las agresiones de que puedan ser objeto por parte de los individuos de Acción Ciudadana” [«Mitin contra la Acción Ciudadana»,El Sol,  9 de abril 1920, 3].

Y así llegamos a la tarde del 9 de abril, cuando de nuevo se produce una refriega en la que resulta muerto un miembro de Acción Ciudadana. La Libertad en su edición del 10 de abril informa de un tiroteo en la calle San Vicente donde resultó muerto “un señor que entró en la vaquería “La Corredilla” y cayó al suelo sin pronunciar ni una palabra, muerto a consecuencia de un balazo en la cabeza.” La policía lo identificó como Ramón Pérez Muñoz, de 50 años, ingeniero y catedrático de la Escuela de Minas, donde impartía la asignatura de Cálculo Infinitesimal, uno de los fundadores de la Sociedad Matemática Española [Madrid Científico, «Noticias», 1920, 1016: 186-187] y socio de Acción Ciudadana:
Iba elegantemente vestido y al caer muerto en el local de la vaquería empuñaba en su mano derecha una pistola automática.
 [«Un socio de la Acción Ciudadana, muerto», La Libertad, 10-IV-1920, 3]9.

El País también se hizo eco de la noticia en su portada del 10 de abril, tildó despectivamente a los socios de Acción Ciudadana de «neorrequetés» y «milicianganos», y enfatizó que la fábrica La Fortuna no era un servicio público esencial: "¡Qué ha de ser un servicio público el de la fabricación de dulces, bollos, galletas y pasteles! [«Invitación al crimen. Tenía que suceder», El País, 10-IV-1920, 1].
El incidente con más detalles y ya esclarecido, también lo recogió Soldevilla un año más tarde en su anuario:

9 de abril. Crimen sindicalista en Madrid. — Sobre las seis de la tarde, el ingeniero de Minas, profesor de la Escuela especial, D. Ramón Pérez Muñoz, de cincuenta años, iba, en unión de otros seis compañeros de la Acción Ciudadana, acompañando a unos esquiroles de la fábrica de galletas «La Fortuna». Ya los esquiroles en sus casas, sin que hubiera ocurrido incidente alguno, pasaba el grupo de afiliados de la Unión Ciudadana por la calle de San Vicente, cuando de improviso, dos sujetos hicieron sobre aquéllos once disparos de pistola browning. Fue la agresión tan rápida, que los agredidos carecieron de tiempo para repelerla, no obstante llevar todos armas de fuego. Uno de los proyectiles alcanzó el Sr. Pérez Muñoz en la cara; éste anduvo unos pasos hacia adelante y fue a caer de bruces, sin vida, en el interior de un despacho de leche establecido en el número 62 de la expresada calle. Fueron detenidos dos huelguistas. [Soldevilla, 1920: 82-83].

El historiador Fernando del Rey Reguillo en su tesis doctoral Organizaciones patronales y corporativismo en España (1914-1923), de la que el articulo citado es un extracto, constata que la Unión Ciudadana en sus años de actividad solo tuvo un único muerto:

La muerte de Pérez Muñoz, primer y único mártir de la Unión Ciudadana, conmocionó los círculos derechistas. Personalidades del mundo de los negocios, de la aristocracia y de la extrema derecha del arco político cerraron filas en torno a la milicia juvenil. […] Las derechas se agruparon en la calle y en el Parlamento. Las organizaciones patronales se presentaron cohesionadas también, obviando sus diferencias en otros ámbitos. El entierro del unionista constituyó una imponente manifestación de duelo, que vino a escenificar la unidad reinante en las capas burguesas. En ese acto, Antonio Maura se dirigió a los jóvenes de la Unión augurando que en sus manos recaería el futuro de la nación. No en vano, la nota dominante entonces en el pensamiento político del tribuno mallorquín era el enfrentamiento con la revolución. [Rey Reguillo, 1989: 535-536].

Tras la muerte del Ingeniero de Minas la tensión social aumentó. Las derechas conservadoras demandaron un Gobierno mucho más duro con los huelguistas y a su vez la UGT en su XIV Congreso de junio de 1920 aprobó armar a los obreros si no se disolvía la milicia de Acción Ciudadana10.

Señala José Mª Paz Gago que quizás la redacción de la revista España censuró la frase final de la escena III, donde una Voz anónima exclama: “¡Mueran los maricas de la Acción Ciudadana! ¡Abajo los ladrones! “[Valle-Inclán, OC, II: 892], “por temor a una represalia de aquella milicia nada amable, antisocialista visceral” [2020: 13]. Con este dato histórico rescatado, la muerte del miembro de Acción Ciudadana, es evidente que, ya fuera la redacción o el propio director Araquistáin, la censura de esta frase fue un ejercicio de prudencia para no soliviantar a los sectores más conservadores y reaccionarios deseosos de venganza tras el asesinato de Ramón Pérez Muñoz.


Si Ramón Pérez Muñoz fue el primer y último mártir de Acción Ciudadana, abatido por un disparo en la tarde del 9 de abril de 1920, este dato concreta el inicio de la acción dramática de Luces de bohemia en esa fecha puntual, pues en la escena VII Don Latino le pregunta a Don Filiberto por “uno de esos pollos de gabardina” que mataron “esta tarde”:


DON FILIBERTO. ̶ […] Ustedes no creen en nada: Son unos iconoclastas y son cínicos. Afortunadamente hay una juventud que no son ustedes, una juventud estudiosa, una juventud preocupada, una juventud llena de civismo.
DON LATINO. ̶ Protesto, si se refiere usted a los niños de la Acción Ciudadana. Siquiera estos modernistas, llamémosles golfos distinguidos, no han llegado a ser policías honorarios. A cada cual lo suyo. ¿Y parece ser que esta tarde mataron a uno de eso pollos de gabardina? ¿Usted tendrá noticias?

DON FILIBERTO.  ̶   Era un pollo relativo. Sesenta años.

DON LATINO. ̶   Bueno, pues que lo entierren. ¡Que haya un cadáver más, sólo importa a la funeraria!

[Valle-Inclán, Obras Completas II: 911].

Ramón Pérez Muñoz tenía 50 años en el momento de su muerte, Don Filiberto indica que 60. Aquí tenemos una vez más la creación literaria de Valle-Inclán, fiel a su poética expresada en La Lámpara Maravillosa, de equivocarse sutilmente con las palabras:


Elige tus palabras siempre equivocándote un poco, aconsejaba un día, en versos gentiles y burlones, aquel divino huésped de hospitales, de tabernas y de burdeles que se llamó Pablo Verlaine. Pero esta equivocación ha de ser tan sutil como lo fue el poeta al decir su consejo: Cabalmente el encanto estriba en el misterio con que se produce.

[Valle-Inclán, OC, I: 1923].

Así pues, en el viernes 9 de abril de 1920 se situaría la acción dramática de Luces de bohemia. Max iniciaría al atardecer su itinerario por Madrid, sería detenido a primera hora y liberado hacia la medianoche, su muerte se produciría en el amanecer del sábado 10 de abril, el velatorio por la mañana hasta la aparición del coche fúnebre a las cuatro de la tarde, pues la hija de Max, Claudinita, exclama en la escena XIII: “¡Si papá no sale ayer tarde, está vivo! [Valle-Inclán, OC, II: 939]. El entierro del bohemio tendría lugar o el domingo 11 o más bien el lunes 12 de abril, cuando hubo un sorteo de lotería nacional, ya que en la última escena Don Latino, que ya ha cobrado el décimo de Max, le dice a Pica Lagartos: “¡Hoy hemos enterrado al primer poeta de España!” [Valle-Inclán, OC, II: 948].
 

Estos son los hechos temporales relacionados con los datos históricos, pero Valle-Inclán no pretendió un objetivismo cronológico, sino que, fiel de nuevo a su labor literaria, transformó la realidad, pues no solo introdujo personajes como Rubén Darío, que había muerto en 1916, sino que en la escena XIV la acción parece situarse en el otoño, cuando uno de los sepultureros, ante la pregunta del Marqués de Bradomín sobre la mortalidad en “esta temporada”, afirma: “La caída de la hoja siempre trae lo suyo” [Valle-Inclán, OC, II: 946].



La detención. “Era un teniente”


Como es bien sabido, Max Estrella ya ebrio es detenido en la escena IV, a las puertas de la Buñolería Modernista, por burlarse del Capitán Pitito al preguntarle si hablaba los cuatro dialectos del griego clásico. De entrada, Valle-Inclán degrada y deforma a la autoridad municipal de forma oximorónica, pues bautiza al capitán con un diminutivo, muy alejado de la gloria épica del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. La detención, a causa de la mofa realizada por el poeta ciego, remite también a la Ley de Jurisdicciones aprobada en 1906, en la que se castigaba con prisión en su artículo 3 a quienes
de palabra o por escrito, por medio de la imprenta, grabado u otro medio mecánico de publicación, en estampas, alegorías, caricaturas, emblemas o alusiones, injurien u ofendan clara o encubiertamente al Ejército o a la Armada o a instituciones, armas, clases o Cuerpos determinados del mismo, serán castigados con la pena de prisión correccional. 
[Gaceta de Madrid, 24 abril 1906: 317].
Aunque el Capitán Pitito lo es de la policía municipal de Madrid, recordemos que durante la huelga general de 1917 se declaró el estado de guerra, por lo que la autoridad y la jurisdicción militar sustituyó a la ordinaria. Pero más bien se trata de un estado de alarma, decretado por la autoridad durante las protestas obreras, pues el secretario del Ministro en la escena VIII afirma que Max fue detenido porque no se permitían grupos en las calles:
DIEGUITO. ̶ Como hay un poco de tumulto callejero, y no se consienten grupos y estaba algo excitado el Maestro…

[Valle-Inclán, OC, II: 915].

El Capitán Pitito entrega a Max al Sereno y éste a su vez a dos Guardias Municipales para que lo conduzcan a la “Delega”, es decir, al Ministerio de la Gobernación, donde al llegar Max de forma jocosa habla de que trae detenidos a “dos guindillas"11. Allí es donde, en puridad, el Inspector Serafín el Bonito, establece la detención definitiva de Max, cuando éste llama gusano burocrático a uno de los guardias municipales. En el diálogo posterior, Max dice conocer al Ministro de la Gobernación y el Inspector le contesta que es imposible porque no es un golfo, ya que Don Paco es su padre. Valle-Inclán con el personaje de Serafín el Bonito denuncia el nepotismo existente en el Gobierno. Asimismo, recordemos que el titular de Gobernación en el verano de 1920 era Francisco Bergamín, padre de trece hijos, el menor de ellos el escritor José Bergamín.

Max Estrella es liberado y desde los calabozos del ministerio de la Gobernación asciende al despacho del ministro, para quejarse de su detención y del trato recibido. Allí, cuando el ministro, su viejo amigo de juventud, le pregunta por lo sucedido, Max afirma:


MAX. ̶ ¡Pues es mentira! He sido detenido por la arbitrariedad de un legionario, a quien pregunté, ingenuo, si sabía los cuatro dialectos griegos.

EL MINISTRO. ̶   Real y verdaderamente la pregunta es arbitraria. ¡Suponerle a un guardia tan altas Humanidades!
 
MAX. ̶   Era un teniente.
[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 916].
Como lectores actuales del esperpento, podemos pensar que Max ha degradado al Capitán Pitito al rango militar inferior, el de teniente. Sin embargo, muchos lectores coetáneos de Valle y más los de la revista España debieron de ver otras connotaciones en esa rebaja de galones. Significativamente la entrega correspondiente a esta escena, que se publicó en el nº 279 del semanario [4-IX-1920], concluye con esa frase de Max relativa al teniente que lo detuvo. [Valle-Inclán, «Luces de bohemia (esperpento)», España, 279: 18].

La figura del teniente, rango inmediatamente inferior al de capitán, se convierte en esos años en sujeto activo de la represión contra las protestas obreras y los intelectuales. Para comprender la significación de la oración “Era un teniente” es necesario realizar un recorrido cronológico, en el que oficiales militares de este rango se vieron implicados en detenciones arbitrarias y actos represivos indiscriminados.



22 de mayo 1917. Los hechos del Ateneo.


Durante la primavera de 1917 se celebraron en el Ateneo de Madrid una serie de sesiones semanales, en las que se reunía la sección de Ciencias Morales y Políticas para discutir la Memoria de su secretario, Luis Mendizábal de la Peña, con el título de “España ante la guerra actual”. El tema ocasionó discusiones acaloradas entre socios y asistentes en varias sesiones. En esos momentos, los aliadófilos, mayoritariamente liberales, republicanos y socialistas, eran partidarios de la intervención de España en la guerra, mientras que los germanófilos, vinculados a los partidos conservadores, defendían la neutralidad.

Los periódicos informaban del contenido de las sesiones en función de su sesgo ideológico. Así El Imparcial informó en un suelto que en la reunión del sábado 14 de abril “tomaron parte en el debate, en sentido intervencionista, el doctor Albiñana, Consuelo Álvarez («Violeta»), Arantave, González Blanco y otros.” [El Imparcial, «Noticias», 15-IV-1917:5].

Por su parte, El Correo Español denunciaba con ironía que en la sesión del 4 de mayo un pequeño grupo de jóvenes intervencionistas
que dando muestra de su intelectualidad y buenas costumbres venían en las pasadas sesiones interrumpiendo e increpando a los oradores que defendían la política única de salvación para España, llegaron ayer al extremo de que uno de ellos intentara agredir al Sr. Calvo Sotelo, produciéndose como era natural, un escándalo enorme y un espectáculo vergonzoso. […] ¡Un poco más de urbanidad y decoro, jóvenes intervencionistas!”.
Las discusiones sobre la Memoria del Sr. Mendizábal continuaron no sin verse afectadas por el devenir de la Gran Guerra. Así, por ejemplo, la sesión del viernes 18 de mayo, presidida ese día por Victoriano García Martí, se suspendió a petición de un grupo de socios intervencionistas12, en señal de duelo, tras conocerse el fallecimiento del maquinista del vapor español Patricio, atacado por un submarino alemán.

La sesión se reanudó el martes 22 de mayo en un ambiente enrarecido y con el telón de fondo del mitin aliadófilo convocado por la revista España y El País para el domingo 27 de mayo, con la presencia anunciada de célebres oradores como Unamuno, Lerroux o Melquiades Álvarez. La sesión del día 22 de mayo fue accidentada por las continuas interrupciones y protestas del público, y por los sucesos que siguieron a la salida del Ateneo. Toda la prensa se hizo eco el día 23 de mayo de los incidentes, pero con versiones contradictorias y confusas sobre lo ocurrido, en función de la postura ante la guerra de cada diario.


Los oradores intervinientes en esta sesión fueron Calomarde, Galarza, Calvo Sotelo y una escritora que firmaba con el pseudónimo Salambó [La Nación, «En el Ateneo. Memoria peligrosa», 23-V-1917: 9]». Según El Siglo Futuro, periódico integrista y germanófilo, ese día había algún obrero en la tribuna del Ateneo, que protestó enérgicamente por las opiniones de los intervencionistas [El Siglo Futuro, «¡Abajo los intervencionistas!», 23-V-1917: 1].Tanto El Imparcial como La Época informaron que, al finalizar la sesión, los debates siguieron primero en el vestíbulo del Ateneo y después en la calle del Prado, pero de las palabras se pasó a los bastonazos, bofetadas y algún puñetazo. Sin embargo, otros rotativos no recogieron este enfrentamiento entre ateneístas y sí una manifestación germanófila a las puertas del Ateneo, que profirió gritos a favor de la neutralidad y en contra de los intelectuales, precisamente cuando los socios aliadófilos salían a las nueve de la noche, quienes lejos de amilanarse les hicieron frente. Según El Imparcial en la calle del Prado


se libró una verdadera contienda entre unos 40 o 50 socios ateneístas a puñetazos, bofetadas y bastonazos. El capitán de Seguridad del distrito, que estaba presente, con alguna pareja a sus órdenes, calmó los ánimos trabajosamente. Resultó levemente lesionado en el cuello el Sr. Galarza.
En tal punto, otro grupo numeroso, que se hallaba próximo a la puerta del Ateneo, se acercó y rompió en gritos de «¡Viva la neutralidad!», «¡Abajo los intelectuales!», «¡No queremos guerra!». A estas frases acompañaron los estallidos de unos cuantos fulminantes denominados «garbanzos de pega»13. Se estimó el hecho como una provocación, y los ateneístas hubieron de protestar contra ella, surgiendo de nuevo la contienda violenta, durante la cual vióse a alguno de los provocadores, callejeros ondear unas pequeñas banderitas.

El Correo Español, periódico tradicionalista y germanófilo, hacía referencia a los gritos de “¡Abajo los intelectuales!” proferidos por los ateneístas germanófilos contra los aliadófilos, a los que atacaba con dureza:

Posible es que en el suceso de anteayer se oyera el grito ¡abajo los intelectuales! Es muy posible, pero, ¿quién puede dudar de lo que ese grito significa? Ya sabemos que hay intelectuales que merecen toda consideración y respeto, y cuentan con los nuestros, sea cualquiera el sector científico o político y aun internacional en que estén situados; contra ninguno de ellos podía ir aquel grito. Decir ¡abajo los intelectuales!, vale tanto como decir ¡abajo esa caterva de pedantes, de escritores sin estilo, de oradores sin palabra, de sabios sin cultura, que a sí mismos se atribuyen tales excelencias, y miran por encima del hombro a todo el que no fusila ramplonamente los libros o las revistas extranjeras que leen ellos y a quienquiera que no dobla su rodilla delante de sus ídolos literarios, científicos, políticos p periodísticos, y que creen que para ser cultos basta con pagar mensualmente el recibo del Ateneo, hojear de vez en cuando algún libro de su biblioteca, hablar o disparatar de todo lo que no se entiende, poner por encima de las nubes a algún extranjero, renegar de todo lo español y llamar bárbara e inculta y atrasada a Alemania.

[El Correo Español, «La bellaquería intervencionista», 24-V-1917: 1].

Sin embargo, Miguel de Unamuno en su análisis sobre la huelga general de agosto, y a buen seguro recordando este incidente a las puertas del Ateneo a finales de mayo, consideraba que las clases reaccionarias y conservadoras de la burguesía española odiaban a los intelectuales:
[…] hay que agregar que el estado general de ánimo de la burguesía española era el de odio a la inteligencia. La canalla reaccionaria y conservadora, y desde luego la troglodítica, aullaba contra los intelectuales y los inductores y defendía la especie de la no licitud de las huelgas que no lo sean por razones puramente económicas. ¡Pan y toros!
[Unamuno, «Notas de un testigo», España, 25-X-1917, 133: 8].
Recordemos que el Capitán Pitito en la escena IV de la obra exclama ante Max y el coro de bohemios modernistas que cantan en las puertas de la Buñolería:

EL CAPITÁN PITITO.  ̶ ¡Mentira parece que sean ustedes intelectuales, y que promuevan estos escándalos! ¿Qué dejan ustedes para los analfabetos?

[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 896].

La Correspondencia de España ofrecía más detalles del suceso bajo el titular “Un incidente. En las puertas del Ateneo” e indicaba que la manifestación de los neutralistas no fue espontánea, sino más bien dirigida:


[...] grupo bastante numeroso, formado en su mayor parte por individuos de aspecto obrero […] que […] prorrumpieron en gritos, que, por su calidad, permitían adivinar que no brotaban espontáneamente de los labios que los proferían, sino que habían sido estudiados para producir determinado efecto. […] No pocas personas relacionaban este incidente con el deseo demostrado por algunos de que no sea autorizado el mitin anunciado para el domingo próximo.

Por su parte, El Liberal tituló “¡Algarada Germanófila!” y describió a los manifestantes germanófilos como un centenar de mozalbetes de dieciséis a veinte años. También se refirió a la disputa entre los ateneístas:


Anoche todas las sospechas recayeron sobre un individuo que, sin ser socio del Ateneo, hizo varias interrupciones y luego, a la salida, fue uno de los que más alborotaron y hasta parece que no debió salir completamente ileso de la pequeña refriega.
También se distinguió, como acalorado partidario de los enardecidos germanófilos el ateneísta y diputado provincial maurista Sr. Salcedo.

El País fue el periódico que atacó más directamente a los germanófilos, por instigar una manifestación a las puertas del Ateneo, y negó con mayor contundencia que hubiera habido enfrentamientos dentro de la Docta Casa:


[…] por lo visto, alguien […] agrupó junto a la puerta del Ateneo a varios desgraciados alquilones que con fines nada sanos esperaron la salida de los ateneístas que habían tomado parte en la discusión de la memoria. Y ocurrió lo que estaba bien previsto y meditado por los primeros: que se dieron unos gritos, se lanzaron unos insultos y el orden se perturbó en la calle del Prado durante unos veinte minutos.

[…] Componían los grupos […] varios golfos sin entusiasmo alguno, claramente mercenarios a los que enviaron los inductores del escándalo para desacreditar la cultura y el buen nombre de España.

Al salir a la calle los ateneístas lanzáronse los grupos sobre ellos al grito de: «¡abajo la cultura y viva España! Los infelices gritaban también a sueldo y no sabían lo que gritaban…

Los ateneístas sorprendidos al pronto, no solo rechazaron la agresión, sino que hubieron de defenderse a palos. Durante unos momentos la confusión fue grande. Se oían, además gritos de: ¡Muera Francia! ¡Abajo los intelectuales! Y alguno exclamaba: ¡Nosotros somos el pueblo!

[El País, «Los germanófilos contra el Ateneo», 23-V-1917: 1].


Proseguía el relato tachando lo sucedido de “escena pintoresca” y de forma soterrada atacaba a uno de los más afamados germanófilos de la época, Pío Baroja:


Una escena pintoresca, en fin, que acabó de poner en evidencia la mala fe de esos «hombres de acción» que, no atreviéndose a dar la cara, se valen de canalla inconsciente y no vacilan en dar el espectáculo más bochornoso que puede darse: insultan la casa de los intelectuales, dan mueras a la cultura española. Pero esos intelectuales ofendidos no son mancos y blandiendo los bastones, disolvieron los grupos y, persiguiéndolos, limpiaron de ellos la calle del Prado.

[Ibidem].

Al día siguiente, el rotativo achacaba a los socios mauristas y tradicionalistas las disputas internas en el Ateneo y señalaba que la manifestación en la calle no había sido espontánea:


A los señoritos bitongos, silbantes, ludibrio de la Universidad española, si de ella proceden, orgullo de Chamartín, Deusto y los colegios de hermanucos y frailes, mauristas casi todos, se debe la alteración de la paz interior del Ateneo.
Los mauristas y los reaccionarios socios armaron dentro del Ateneo un alboroto. Es disculpable. No se puede condenar que la pasión se exalte. […]  Pero anteayer, no hubo espontaneidad ni noble pasión, hubo enganche de gente, premeditada agresión, ruin tumulto. […] Se desahogaron los mauristas y sus auxiliares, mostrándose tal cual son, atávicamente; son los mismos que gritaban durante la reacción fernandina: ¡Vivan las caenas! […] Abajo la cultura y los intelectuales, gritaron ante la Corporación que más honra a Madrid, jóvenes mauristas, dignos de haberse graduado en la Universidad de Cervera, la de la frase archifamosa, estigma aún del cretinismo nacional: «lejos de nosotros la funesta manía de pensar».

El maurismo y una parte del llamado tradicionalismo, y todo el integrismo, y los clericales, quieren, aun sin darse cuenta, la tradición fernandina, lo más antiespañol, odioso y abominable de España. […].

Entre las personalidades que salían del Ateneo a las nueve de la noche y se toparon de forma imprevista con la manifestación germanófila, se encontraba Valle-Inclán, quien fue testigo directo no solo de la manifestación de germanófilos, a la que repelió, sino de lo sucedido a continuación:

No sólo republicanos, hasta un tradicionalista, el insigne D. Ramón del Valle-Inclán, defendieron el Ateneo y apalearon a la chusma. Valle Inclán fue el héroe de la jornada. Estuvo sublime. No obstante su manquedad, arremetió a palos sobre la pillería, la escarneció a grandes voces, y con un gesto digno del marqués de Bradomín, la apedreó con la calderilla, con los «perros» que llevaba en el bolsillo.
(Ibidem).

Este episodio del escritor apenas ha merecido atención en las biografías sobre el autor, únicamente Javier del Valle-Inclán lo reseña con algún detalle y aporta la información de El Parlamentario, recogida por El Norte de Galicia:

En el momento en que salía de la docta casa el orfebre de “Cuento de Abril”, hizo un gesto análogo al de aquel que nota en la pituitaria el tufillo de las masas excrementosas.
Y silenciosamente, llevó su diestra al bolsillo, tomó unas viles calderillas que lanzó sobre la turbamulta, diciendo:
Tomad, tomad, mercenarios…
[El Norte de Galicia, «La “posse” de D. Ramón del Valle-Inclán», 26-V-1917, apud Valle-Inclán, Javier del, 2016: 113].
Según Fabián Vidal, en un artículo publicado en La Voz [13-X-1920], reseñado por Javier del Valle-Inclán, esta manifestación de jóvenes obreros desarrapados a las puertas del Ateneo fue financiada y promovida por el conde de Bugallal, germanófilo confeso y que ocuparía de forma interina la presidencia del Consejo de Ministros tras el asesinato de Eduardo Dato en 192114.

Con todo, lo sustancial y relevante para Luces de bohemia es lo sucedido una vez que la policía disolvió a los manifestantes pagados por los germanófilos. En ese momento, apareció un teniente de Artillería en la reserva, Bernardo Acha o Hacha15, vestido con su uniforme correspondiente, quien se dirigió a los ateneístas aliadófilos, que se hallaban en la calle en la puerta del Ateneo, entre los que se encontraba Valle-Inclán, para que, según sus declaraciones, entraran en el interior del Ateneo. El teniente Acha discutió de forma acalorada con Antonio Jaén Morente16, secretario segundo de la sección de Ciencias Históricas y catedrático del Instituto de Segovia. El teniente ante la negativa de éste a cumplir sus órdenes detuvo a Antonio Jaén Morente en la puerta misma del Ateneo por desacato a la autoridad militar [El Heraldo Militar «Incidente en el Ateneo», 24-V-1917: 2]. A continuación, junto con dos guardias municipales se dirigió con el detenido a la Comisaría del Congreso, donde ante el Comisario expuso que había sido insultado [El Siglo Futuro, 23-V-1917: 1] y que, por lo tanto, el catedrático pasaba a la jurisdicción militar. Así lo relató La Correspondencia de España:     
[…] Pero el incidente tuvo una segunda parte; y ésta fue que sin saber cómo ni por dónde, surgió en escena un oficial, de uniforme, del arma de Artillería, quien a pesar de haber intervenido ya la Policía, y con ella el capitán de Seguridad del distrito del Congreso, se juzgó en el caso de terciar en la cuestión, y dirigiéndose al catedrático de la Universidad de Sevilla, señor Jaén, que salía del Ateneo en unión de otros señores, entre los que figuraban los Sres. Benlliure (hijo), Valle-Inclán y Galarza, le invitó que circulara cruzándose entre ambos un diálogo, al que puso término el referido oficial de Artillería, conduciendo a la Comisaria del distrito al Sr. Jaén […] pasando después el atestado al Juzgado militar. […] El teniente Sr. Acha […] hizo que el Sr. Jaén fuera trasladado a Prisiones militares, hasta donde acompañaron al detenido alguno de los testigos presenciales del incidente, entre ellos el diputado a Cortes por Jerez Sr. Moreno Mendoza.

El Juzgado militar de guardia se constituyó en seguida, tomando declaración al señor Acha y al Sr. Jaén. Esta madrugada comparecían ante el digno juez militar, que es D. Luis Morales, redactor del periódico La Mañana, el catedrático Sr. Jaén.

Aguardaban también en el edificio de Prisiones militares, por si creía el Juzgado de utilidad sus declaraciones, varios compañeros del distinguido ateneísta. […] A las cinco menos cuarto de esta madrugada, después de haber prestado declaración, ha sido puesto en libertad el Sr. Jaén. Salió del edificio de Prisiones Militares acompañado de los amigos y compañeros que le aguardaban.
[La Correspondencia de España, «Un incidente. En las puertas del Ateneo», 23-V-1917: 7].
Según El País el teniente se manifestó abiertamente germanófilo y habló en tono airado al catedrático Antonio Jaén, quien le contestó “reclamándole un poco de respeto hacia él y a sus compañeros”, lo que supuso su detención, calificada como arbitraria por el rotativo madrileño y realizada en función de la Ley de Jurisdicciones [23-V-1917:1]. El catedrático del Instituto de Segovia, Antonio Jaén, simpatizante del Partido Radical y socio ateneísta, había ganado recientemente por oposición la cátedra de Historia de la Universidad de Sevilla y lo había celebrado con un banquete el domingo anterior17. El martes fue detenido a las diez de la noche y liberado a las cinco de la madrugada18. Según el diario republicano en el momento de la detención se encontraba acompañado por

[…] los Sres. Galarza, Valle-Inclán y Benlliure (hijo), ateneístas, y por los diputados a Cortes D. Luis Bello y D. Manuel Moreno Mendoza. Estos señores y otros muchos ateneístas esperaron al Sr. Jaén en las proximidades de Prisiones Militares (Cuartel de San Francisco el Grande) durante toda la noche hasta que salió en libertad.

Así pues, Valle-Inclán junto a otros acompañantes estuvieron con el catedrático detenido en su periplo nocturno desde la Comisaría hasta las Prisiones Militares, donde el juez le tomó declaración. El mencionado Manuel Moreno Mendoza era un diputado muy peculiar, que en cierta medida recuerda a Don Latino, ya que de forma explícita hacía proselitismo masónico, al mismo tiempo que arengaba a los obreros y denunciaba las desigualdades sociales.

Por último, también por el diario El País sabemos que Valle-Inclán junto con Luis Bello y Sánchez Ocaña telefonearon esa misma noche al ministro de la Gobernación, en ese momento Julio Burell desde el 19 de abril, para que facilitara la liberación del catedrático:
Los Sres. Valle Inclán, Sánchez Ocaña y Luis Bello llamaron por teléfono al ministro de la Gobernación para pedirle la libertad del detenido. El Sr. Burell manifestó a dichos señores que haría cuanto le fuese posible en favor del señor Jaén, imponiéndose del caso y procediendo en justicia.
[El País, «Los germanófilos contra el Ateneo», 23-V-1917: 1].

Antes del Consejo de Ministros, Burell, por su parte, quitó hierro al incidente e insistió con vehemencia que el detenido no había sido llevado a las Prisiones Militares para su ingreso, sino para que prestara declaración [La Época, «Tumulto a la puerta del Ateneo», 23-V-1917: 2] [Diario Universal, «Manifestaciones del Sr. Burell», 23:V:1917: 3]. Finalmente, la causa judicial militar contra el catedrático Antonio Jaén fue sobreseída a primeros de junio [La Época, «Informaciones», 2-VI-1917: 2].


Como puede observarse, hay muchos paralelismos entre estos hechos protagonizados por un teniente germanófilo, de los cuales Valle-Inclán fue testigo y posterior partícipe al acompañar al detenido y telefonear al ministro de la Gobernación, y el argumento de las escenas IV-V, VII y VIII de Luces de bohemia: la detención arbitraria de Max, acompañado por Don Latino y los modernistas a la Comisaría, la prisión, la llamada al ministro de la Gobernación desde la redacción de El Popular y la liberación posterior del bohemio.



Asturias. Agosto 1917. El tren de la muerte.

Pero en el recuerdo de Valle-Inclán y en el de sus lectores de 1920 habría más tenientes relacionados con detenciones y represiones, especialmente en Asturias. El diputado Andrés Saborit, miembro socialista del Comité de Huelga de 1917, juzgado y condenado a cadena perpetua, fue elegido diputado socialista por Oviedo en las elecciones de febrero de 1918 y amnistiado junto a sus compañeros en virtud de la Ley de Amnistía del 4 de mayo. Saborit denunció el 23 de mayo de 1918 desde la tribuna del Congreso el llamado “tren de la muerte”, dirigido por un teniente, quien, durante la represión de la huelga de 1917 en Asturias, montó una ametralladora en un tren y se dedicó a disparar a discreción a todos los que se aproximaban a la vía, mientras el tren circulaba por la cuenca minera de Mieres:

[...] había un tren explorador de la muerte, que mandaba un teniente, cuyo nombre daré después, que disparaba al azar, y caían niños, mujeres, ancianos, obreros; pero no cayó ningún huelguista ni ningún revolucionario. […] si cito los hechos, es porque así han ocurrido, para lamentarlos. Pero no ponían remedio; la cuestión era disparar. ¡Había que imponerse! […] el tren pasaba un día y otro día, sólo, disparando al azar, matando mulas, matando vacas, atravesando pinos, sembrando la muerte por doquier (Rumores) Ya probaremos las muertes que sembraba, señores de la minoría conservadora.
[Diario de sesiones del Congreso de los Diputados, «Reales decretos suspendiendo y restableciendo las garantías constitucionales», nº 43, 23-V-1918: 1173].

El diputado Saborit realizó a continuación una descripción detallada y pormenorizada, con nombres y apellidos, de las víctimas y ejecutores de la represión ejercida por las fuerzas de seguridad en Asturias. Y mencionó de nuevo a otro teniente al mando de la Guardia Civil:
En Mieres, el teniente Sr. Castillo y 19 guardias civiles coparon todas las salidas de la casa donde estaba Alfredo Herrera, mecánico electricista al servicio del Ayuntamiento. Este individuo era socialista, y no anarquista; a los de la fuerza se les había antojado que era ácrata, cosa que, aunque fuera cierta, no es un delito mientras no se falte a la ley; por tener ideas no se puede apalear a la gente. El referido obrero estaba en la cama, y en calzoncillos empezó la paliza.
[Ibidem:1174].
Saborit se refirió en su discurso al recorrido del mencionado tren de la muerte y a todas sus víctimas causadas en las diferentes localidades asturianas:

Pola de Lena. El tren de la muerte, señores del Gobierno, hirió aquí al azar a una mujer que estaba la puerta de su casa con una hija suya en brazos, y mató a un hombre que tenía otro niño en brazos y que también estaba a la puerta de una casa. Esas fueron las víctimas que, con ocasión de aquel tren, hubo en el pueblo. ¡Ya veis qué revolucionarios! Si estaban en sus casas, ¿qué podían hacer para impedir que el tren circulara? Este mismo tren, en Pola de Lena, más adelante, en una plazoleta que hay allí cerca de una capilla histórica, disparó también, y aunque había un grupo de niños, por casualidad no hubo víctimas; pero allí están las señales de los balazos. [Ibidem: 1178]
En Ablaña, el tren de la muerte disparó también al azar. ¿A quién creéis que mató este tren? Pues a un rentista, que había ido a Ablaña a comerse el dinero hecho fuera; a uno que no era socialista, que no se metía en política, que era hombre de orden, que seguramente, al votar, no lo haría por los nuestros, a un hombre de dinero que estaba a la sombra de un castaño, de espaldas al tren, sin fijarse en que tal tren venía y en que disparaba un teniente. El teniente que disparaba se llama Sr. Azcona, y pertenece al regimiento de América. La fuerza pública quiso enterrar a este señor en el mismo sitio donde cayó; había que quitar a aquel hombre de en medio, el cadáver olía mal; había que apartarlo en seguida de la vista de la gente, que no trascendiera su muerte, ya que era una desgracia. Claro, la familia no lo consintió; entonces se quiso que al entierro acompañara fuerza pública, la familia tampoco lo consintió. El pueblo quería asociarse al homenaje rendido a quien había caído víctima de la casualidad, es decir, yo creo que no de la casualidad, sino de quien manejaba los hilos de la casualidad. Se llamó al médico de Ablaña, y entonces este señor facultativo, que se llama D. Heraclio Navas, certificó que había muerto este rentista de un balazo de máuser, y el teniente que actuaba de juez dijo: -Eso no lo pone usted. -Bueno, como usted quiera. -No, no, no; eso no lo pone usted; eso, no. -Pues dígame usted qué pongo. Y tuvo que poner, y, así consta, que murió de arma de fuego. A este señor médico, por querer poner esto, al día siguiente intentaron detenerle, y tuvo que escapar, que emigrar a Castilla, y ahora creo que va a volver o ha vuelto ya, porque si entonces le cogen. […] este médico certificó y dijo: "Escaparemos, que aquí va muy mal." Esto, el interesado, si quiere el señor Dato, lo declarará a su presencia. El teniente que actuaba de juez y que coaccionó a este facultativo es el Sr. Ezcurra.

[Ibidem: 1179].
El diputado socialista Andrés Saborit menciono tres tenientes: el teniente Castillo, el teniente juez Ezcurra y sobre todo el sanguinario y cruento teniente Azcona, que dirigía el llamado tren de la muerte de la cuenca de Mieres. Semejante denuncia tuvo su repercusión inmediata al día siguiente en la prensa. Así, El Sol tituló a gran tamaño en letra mayúscula «En el Congreso se promueve un escándalo formidable ante las gravísimas acusaciones del Señor Saborit» [24-V-1918: 2], La Época por su parte «Un escándalo» [1], El Liberal «La jornada de ayer en el Congreso» [1], El País «Formidables acusaciones de Saborit» y en el subtítulo «Enumera el diputado socialista las infamias cometidas en Asturias» [1].


Pero en este recorrido de las alusiones y connotaciones de la frase lapidaria de Max al Ministro de Gobernación: “-Era un teniente.” tenemos todavía otro referente más para los lectores del semanario España en 1920.



Barcelona. Agosto 1917. Marcelino Domingo


Marcelino Domingo, diputado republicano, fue detenido en Barcelona el 16 de agosto de 1917 por orden del Capitán General de Cataluña en virtud del estado de guerra, declarado por el Gobierno ante la huelga general. Sin embargo, el diputado catalán no participó en ninguna algarada o enfrentamiento con la fuerza pública. A pesar de tener inmunidad parlamentaria, fue detenido en su casa por la Policía, y trasladado por un teniente de la Guardia Civil al Cuartel de Atarazanas, donde estuvo preso y sufrió igualmente las mofas y escarnios por parte de la oficialidad. En su traslado al buque prisión Reina Regente, para ser juzgado militarmente, sufrió una amenaza o simulacro de “paseo”, lo que evidencia que esta práctica ya era habitual hacia 1917.

El diputado catalán por la circunscripción de Tortosa se había significado en sus ataques al Ejército por la Guerra de Marruecos y por su arenga a favor de las Juntas de Defensa, formadas mayoritariamente por suboficiales. En marzo de 1917 tras un mitin contra la guerra en la Casa del Pueblo de Madrid ya estuvo a punto de ser detenido [El País, «Contra el cierre de Cortes», 2-III-1917: 2]. Además de colaborador de la revista España, dirigía el periódico La Lucha, donde en junio de 1917 firmó un artículo titulado «¡Soldados!», donde defendía a la tropa y a los suboficiales, integrantes estos de las Juntas de Defensa, que reclamaban un mejor trato económico. Su detención en agosto suscitó una gran polémica, pues no en vano estaba aforado y era el Congreso quien debía permitirlo, pero en agosto las Cortes estaban cerradas y se le detuvo por la suspensión de las garantías constitucionales. Su situación fue denunciada por Miguel Villanueva, presidente del Congreso, e incluso por el Conde de Romanones, pero el gobierno de Eduardo Dato se mantuvo inflexible al aducir que estaba bajo jurisdicción militar. Álvaro de Albornoz reiteró las protestas en su artículo «Aspectos jurídicos de la represión» [España, 25-X-1917, 133: 13-14]. Marcelino Domingo fue liberado finalmente el 5 de noviembre de 1917, tras tres meses de presidio en diversos buques militares sitos en el puerto de Barcelona19.

Tras obtener de nuevo en las elecciones de febrero el acta de diputado, interviene el 31 de mayo de 1918 en el pleno del Congreso sobre los sucesos de agosto del año anterior. En esa ocasión no solo denunció que su inmunidad parlamentaria había sido pisoteada y de facto la de todos los diputados y senadores españoles, sino que ofreció detalles sobre su detención y el trato recibido hasta que ingresó preso en el Reina Regente. Marcelino Domingo dividió su turno de palabra en tres partes. En la primera defendió a los miembros de las Juntas de Defensa, cuyos sargentos habían sido represaliados con su expulsión del Ejército; en la segunda habló de su detención como diputado y la transgresión legal que suponía. Para Luces de bohemia interesa especialmente la tercera parte, que Domingo tituló la del hombre preso, puesto que nos remite a la escena VI, al preso catalán detenido en el calabozo de Gobernación, y nos informa de que ya en 1917 se aplicaba de forma encubierta la ley de fugas. Marcelino Domingo en la narración de su detención y traslado al cuartel de Atarazanas revela por lo menos tres avisos o simulaciones de que iba a ser ejecutado.


La revista España publicó el 6 de junio de 1918 un extracto de su intervención parlamentaria que recoge todos estos sucesos:
Pero tan grave como el caso del diputado preso, es el caso del hombre preso; y esto quiero tratarlo también en la Cámara. […] Entró la Policía; la Policía dijo que venía a hacer un registro; preguntó quién era yo; di mi nombre, y la Policía dijo: No hay necesidad del registro; hay orden de detenerle a usted. […] con ellos fui a la Delegación de Policía. Desde mi casa hasta la Delegación de Policía, desatado, tratado correctamente, con gran respeto por todos aquellos policías que me condujeron. A las seis y media de la tarde llegué a la Delegación de Policía; estuve en ella hasta las nueve y media de la noche […] y el jefe de Policía me dijo que estaba preparado el furgón que había de llevarme a Atarazanas. Bajé, y en el patio estaban conmigo los dos hombres de la casa donde vivía yo. Había profusión de oficiales de Infantería, de Caballería y del Cuerpo de Seguridad, y un teniente de la Guardia civil que dijo: «Cacheadlos»; y cachearon a los otros dos. Después dijo: «Cachead a ese». Yo le dije al teniente de la Guardia civil: «Soy diputado a Cortes; no he sido detenido in fraganti; pudiera oponerme a ir preso; no creo que se me deba tratar de esta manera». «Cachead a ese», repitió, y un policía me cacheó. No encontró nada en mí, y el teniente dijo: «Atadlos». […] y refiriéndose a mí, dijo el teniente: «Atadle a ese». Volví a repetir que era diputado a Cortes, que había leyes especiales en mi país que me amparaban, que yo no había sido detenido in fraganti. «Atadle a ese», dijo. Me ataron, y entonces salí. […] el teniente de la Guardia civil dijo: «Subid a ese furgón» (un furgón del Cuerpo de Sanidad), y dirigiéndose a los guardias que iban a subir dentro del coche, dijo: «A ver las tercerolas». Miró las tercerolas, y cuando se convenció de que estaban cargadas, les dijo: «¿Conocéis bien a ese—señalándome a mí—pues al menor ruido que sintáis en la calle, al menor ruido que hagan en la calle, disparad contra este»? (Un Sr. Diputado: ¡Qué indignidad!) Así entré yo en el coche.

[Marcelino Domingo, «Cómo fue afrentado un diputado español», España, 165, 6-VI-1918: 6].
Ésta es la primera amenaza de ejecución por intento de fuga que sufrió el diputado. Como puede observarse en el pasaje siguiente, Marcelino Domingo ante las palabras del teniente a sus subordinados temió por su vida. Aunque La Ley de Fugas no se oficializó hasta enero de 1921, este diálogo demuestra que era una práctica soterrada ejercida por la policía y la guardia civil:

Son las horas de mayor amargura de mi vida; son también las horas de mayor serenidad de mi vida. Tenía yo el convencimiento pleno de que era un hombre muerto, de que era un hombre que iba a morir como un perro dentro de aquel furgón. Pasó el coche por donde había más distancia desde el cuartel de Policía hasta el cuartel de Atarazanas. Yo tenía un ansia viva de llegar al cuartel de Atarazanas, porque tenía el convencimiento de que si llegaba allí pasaba ya para mí todo peligro; mi peligro creía yo que estaba en el trayecto, expuesto a que un tiro cualquiera diese lugar a que yo fuera muerto dentro del coche. 
[Ibidem].
Pero al llegar al cuartel de Atarazanas las vejaciones e insultos aumentaron y de nuevo el diputado Domingo temió por su vida:
Yo, por el portillo del coche podía ver la calle, y antes de llegar a Atarazanas, vi que […] había ya un número considerable de oficiales que, cuando vieron que el coche se acercaba, comenzaron a gritar y saltar diciendo: «¡Ya le traen!» […] El coche entró entre ellos dentro del patio del cuartel. Quedé por espacio de un momento rodeado de más de 200 hombres, que gritaban, que se movían, que saltaban llenos de un júbilo loco. […] bajé, y a empellones, puñetazos y golpes llegué al cuarto de banderas. El cuarto de banderas estaba lleno de jefes y oficiales de Artillería y de Ingenieros, y había también un capitán de Estado Mayor, y al llegar allí se me denostó con todos los adjetivos que pueden rebajar y humillar a un hombre. […] En un momento de quietud en que se cansaban de insultar, el capitán de Estado Mayor dijo al sargento que estaba en la mesa: «Tómale su nombre». Y entonces el sargento me preguntó: «¿Cómo te llamas?» «Marcelino Domingo». […] —¿Qué eres? —Profesor y periodista. —¿No eres diputado?, preguntó un capitán. —Soy diputado, pero ésa no es mi profesión. —Pon que es diputado también. —Y otro dijo: —No pongas nada; tira eso. Al toque de diana ya no será nada. (Rumores.) Así terminó la escena.

Segunda amenaza de ejecución al anochecer, tras el toque de diana.

Hay un momento de duda entre ellos, no sabiendo qué hacer conmigo; entonces dicen: «Llevémonosle. Venid» Damos la vuelta, y al dar yo la vuelta para salir por la puerta del cuarto de banderas, el capitán de Estado Mayor, único capitán de Estado Mayor que estaba allí, me encañona el revólver; yo, entonces, hago un movimiento, y dice: «¿No eras tan valiente? Anda, cobarde, que no te hacemos nada.» Y sigo andando, […] Un teniente, al pasar junto a él, emocionado, me dijo: «¡Viva España!» […] Así llegamos hasta un calabozo pequeño que hay al final de uno de los pasillos del patio de Atarazanas, y allí desataron a los otros dos hombres que iban conmigo. La Guardia civil los tiró al suelo, desatados, y les encañonó los fusiles en la cabeza, y entonces yo dije: «Estos dos hombres son inocentes», únicas palabras que yo pronuncié, y el teniente de la Guardia civil dijo: «¡Ah, entonces tú eres culpable»! Yo no contesté una palabra; allí quedaron en el suelo aquellos hombres, no heridos, ni contra ellos se disparó. El teniente dijo: «Desatad a ése.» Me desatan del compañero con que iba y me dice: «Pon las manos ahora.» Yo puse las manos para que me las ataran. «Ponlas mejor.» Yo no sabía qué era poner las manos mejor para que a uno se las aten, y entonces el teniente de la Guardia civil, apellidado Recio, me dio dos golpes en los codos, uniéndome así las manos. Me atan bien las manos con una cadena, me sacan otra vez al patio, me suben en un auto y me dicen: «¡Qué bien debes verte en un auto; como es tu última noche queremos que la pases bien!» Me suben, repito, al auto, que ocupan también el capitán de Estado Mayor y el teniente de la Guardia civil.

[Ibidem].

En todos los pormenores de su relato destaca sobremanera el teniente Recio de la Guardia Civil, que lo amenaza con “pasearlo” y el Capitán de Estado Mayor que lo encañona con su pistola en el Cuartel de Atarazanas. Ambos junto con el chofer salen del cuartel y aparentan fanfarroneando que van a “pasear” al diputado republicano en su última noche.

Recordemos el final de la escena VI de Luces, donde también el guardia se refiere al paseo como un «viaje de recreo»:


Se abre la puerta del calabozo, y EL LLAVERO, con jactancia de rufo, ordena al preso maniatado que le acompañe.

EL LLAVERO.  ̶ ¡Tú, catalán, dispónte!

EL PRESO. ̶ Estoy dispuesto.

EL LLAVERO. ̶ Pues andando. Gachó, vas a salir en viaje de recreo.

[…]

EL PRESO. ̶ Llegó la mía…Creo que no volveremos a vernos…

MAX.̶ ¡Es horrible!

EL PRESO.̶ Van a matarme… ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?

[Valle-Inclán, OC: 904-905].

El 12 de junio de 1918, dos semanas más tarde de su intervención en el Congreso sobre los hechos de agosto, Marcelino Domingo reclamó en la cámara la derogación de la Ley de Jurisdicciones. Pese a que el Gobierno prometió modificarla, nunca lo hizo y estuvo vigente hasta la instauración de la II República, cuando fue definitivamente suprimida.

Precisamente esta ley interviene en el último ejemplo de detención arbitraria, que podría relacionarse también con la de Max Estrella. Sobre el 10 de abril de 1919 el dibujante y caricaturista de El Sol y de la revista España, Luis Bagaría, fue arrestado por orden de un juez militar y enviado a prisión. Fue denunciado por la portada del semanario España publicada el 27 de marzo de 1919, donde se veía a una serie de militares caricaturizados en labores domésticas y femeninas. Según la redacción, esa portada era “una humorística protesta contra los impropios servicios a que se destina el ejército en momentos de huelga” [«Bagaría, en prisión y en libertad», España, 17-IV-1919, 210: 5]. Como ya sucedió en el caso de la detención del catedrático Antonio Jaén, fue detenido por dos guardias y llevado a las Prisiones Militares, en el cuartel de San Francisco, donde el juez militar le tomó declaración, pero, en esta ocasión, decretó su ingreso en la cárcel Modelo de Madrid, en la que permaneció en prisión preventiva 48 horas, poco antes de las cuales fue liberado. La redacción criticaba su detención al amparo de la Ley de Jurisdicciones y denunciaba el abuso que se cometía con la prisión preventiva:
Por lo visto, la ley de Jurisdicciones no consiente siquiera que se defienda al ejército contra los abusos de las autoridades.
Le vimos en el locutorio, separado por dos terribles rejas y una tupida red de alambre en cada una. ¿En qué país estamos? ¿Era posible que por una simple obra de arte se condenara a nadie a prisión preventiva antes de ser juzgado y sentenciado? La prisión preventiva […] ¿no es una aberración cuando se trata de supuestos delitos de pensamiento?
[«Bagaría, en prisión y en libertad», España, 17-IV-1919, 210: 5].

En conclusión, las entregas de Luces de bohemia publicadas en el semanario España de julio a octubre de 1920 tienen como marco histórico principal las protestas obreras y las detenciones realizadas por la policía. En este sentido, la detención arbitraria de Max Estrella y su afirmación ante el Ministro de que fue un teniente, simbolizan la intervención del Ejército en las crisis sociales de la Restauración, desde el enfrentamiento entre aliadófilos y germanófilos en la puerta del Ateneo, con la detención del catedrático Antonio Jaén, de la que Valle-Inclán fue testigo, hasta la represión habida contra el comité de huelga, los huelguistas y sus simpatizantes en agosto de 1917.


El Ministro de la Gobernación


En el periodo de 1917-1920 hubo una sucesión constante de ministros de Gobernación, dada la inestabilidad social existente. Desde principios de 1917 hasta la publicación en 1920 de Luces se sucedieron nada menos que once ministros de Gobernación. Como ocurre con otros personajes de la obra su contrafigura real no es únicamente un personaje histórico. En la revista España Max llama al Ministro “Manolo”, mientras que en la edición de 1924 es “Paco”. Según Paz Gago [2020: 14-15], Araquistáin cambió el nombre de Paco por el de Manolo, ya que en el verano de 1920 el titular de la cartera era Francisco Bergamín y así diluía posibles responsabilidades y represalias desde el gobierno. En cualquier caso, este cambio onomástico también resultaba verosímil, pues había habido dos ex ministros de la Gobernación recientes, que respondían a ese nombre. Manuel García Prieto, Marqués de Alhucemas, lo fue desde marzo de 1918 a noviembre de 1918, yerno de Montero Ríos, su significación en la obra ha sido estudiada en profundidad por el profesor Iglesias Feijoo [2020]. El otro ex ministro de gobernación que pudiera llamarse Manolo fue Manuel de Burgos, que ostentó el cargo de julio a diciembre de 1919, por lo tanto, la aparición del nombre de Manolo en la entrega de España no extrañaría a sus lectores.


A pesar de que Valle en la edición definitiva de 1924 publicara “Paco”, siendo así bastante verosímil la afirmación de Serafín el Bonito de que el Sr. Ministro era su padre, ya que Francisco Bergamín tuvo trece hijos; pese a ello, desde los estudios de Zamora Vicente siempre se ha relacionado al ministro con Julio Burell, quien desempeñó el cargo desde el 19 de abril hasta el 11 de junio de 1917, lapso de tiempo cuando se realizaron los dos mítines sobre la guerra, el maurista y el aliadófilo, y en el que el catedrático Antonio Jaén fue detenido y Valle-Inclán intercedió para su liberación inmediata.

Según sus coetáneos, Julio Burell y Cuéllar destacó por la cantidad de amigos y conocidos a los que colocó a costa del erario público. Burell fue amigo de juventud bohemia de Valle-Inclán, y premió al escritor gallego en julio de 1916 con una cátedra de Estética en la Escuela de San Fernando, cuando fue ministro de Instrucción Pública por segunda vez a partir de diciembre de 1915. Un año después, el redactor de España Simón González enjuiciaba así su trabajo en el ministerio:
Ha pasado un año de labor ministerial y sólo podemos señalar en la actividad del Sr. Burell desorganizaciones, traslados, creaciones de plazas y cargos para amigos, exactamente lo mismo que sucedió en su anterior etapa ministerial. Creemos que es hora de reaccionar y pedir, si es preciso a gritos, que el Sr. Burell no vuelva a ocupar un ministerio donde precisan hombres competentes, de modernas orientaciones y de actividad en esferas elevadas de la intelectualidad. Su fracaso repetido, nos da derecho a protestar contra él.
[Simón González, «La dictadura en Instrucción Pública, España, 4-I-1917, 102: 14].

Según el periodista, Julio Burell había destacado en Instrucción Pública por colocar al mayor número posible de amigos y conocidos en cargos y departamentos ministeriales, para los que no estaban cualificados y en ocasiones eran inexistentes. El caso más escandaloso y llamativo era el del periodista amigo de Burell, Cristóbal de Castro, a quien se le había encargado la confección del Catálogo Artístico Monumental de la provincia de Álava, sin tener conocimientos artísticos, y también había sido nombrado secretario del Patronato del Instituto de Anormales – tal era la denominación en la época del centro educativo para disminuidos psíquicos ̶ entre otros cargos, que le permitían cobrar casi el sueldo de un ministro. Por eso, cuando en abril de 1917 Julio Burell fue nombrado ministro de Gobernación, el mismo periodista, Simón González, no tenía duda alguna de lo que iba a suceder:

Por fin, el Sr. Burell ha conseguido su propósito. Ya abandonó el ministerio de Instrucción pública, que ha dejado convertido en la pestilente laguna Estigia, y ha ascendido a ministro de la Gobernación. Ya tiene en sus manos el ansiado fondo de reptiles. ¡Señores periodistas el banquete está preparado! ¡Tomen asiento y pidan el menú! Pronto veremos a D. Cristóbal de Castro, nuestro competente periodista, arqueólogo, novelista, especialista en anormales, político, historiógrafo, etc, etc, dirigiendo el Departamento de las subsistencias.
Por último, recordemos el encuentro entre Max Estrella y el Ministro de la Gobernación en la escena VIII de la obra:
EL MINISTRO. ̶ ¡No has cambiado!... Max, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí, puedo darte un sueldo.

MAX. ¡Gracias!

[...]

EL MINISTRO: Max, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo!

MAX: Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!

[Valle-Inclán, OC, II: 917].


Conclusiones

 

Aunque se pueda concretar con mucha exactitud el tiempo histórico donde se desarrolla la acción de la obra, cercano y contemporáneo a su publicación en la revista España; no es menos cierto que el autor introdujo personajes anteriores a 1920, ya fallecidos en ese momento, personajes de ficción como el Marqués de Bradomín e incluso personajes reales como Dorio de Gádex, pseudónimo literario del bohemio modernista Antonio Rey Moliné, fallecido meses después de la aparición en volumen de la obra20. Las referencias continuas de los personajes a personalidades políticas cercanas en el tiempo como Manuel Camo o coetáneas como Antonio Maura o el propio Manuel García Prieto, Marqués de Alhucemas; las motivaciones y comportamientos poco éticos de los personajes, sus corrupciones morales, su degradación constante, con todo ello, en definitiva, quiso Valle-Inclán describir en el tiempo dramático de Luces de bohemia el círculo dantesco, infernal, que Max afirma en la escena XI:
EL EMPEÑISTA.̶ ¿Qué ha sido, sereno?

EL SERENO. ̶ Un preso que ha intentado fugarse.

MAX.̶ Latino, ya no puedo gritar… ¡Me muero de rabia! … Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin… No le asustaba, pero temía el tormento… La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco.
[Valle-Inclán, OC, II: 931].
La propia estructura de Luces de bohemia, la profusión de personajes y el deambular nocturno de Max Estrella y Latino de Hispalis son un buen símbolo de este círculo dantesco. Valle-Inclán ya había expresado este concepto estético en La Lámpara maravillosa:
Concebir la vida y su expresión estética dentro del movimiento, y de todo aquello que cambia sin tregua, que se desmorona, que pasa en una fuga de instantes, es concebirla con el absurdo satánico. Los círculos dantescos son la más trágica representación de la soberbia estéril. Satanás, estéril y soberbio, anhela ser presente en el Todo.
[Valle-Inclán, OC, I: 1916-1917].

Así pues, el círculo dantesco que Max denuncia en Luces de bohemia, “estos días menguados”, es la crisis final de la Restauración borbónica. Tal círculo se abre precisamente en el verano de 1917, con la primera huelga general revolucionaria en España y su posterior represión, sigue con el estallido de la revolución bolchevique, la crisis económica española de la postguerra europea, los atentados, el pistolerismo sindical y empresarial, la ley de fugas y desembocará en el final del sistema constitucionalista en septiembre de 1923, con el pronunciamiento militar de Primo de Rivera. Un periodo de total inestabilidad y violencia social que refleja perfectamente Luces de bohemia en 1924.

 © Jesús Mª Monge López
septiembre 2020 - febrero 2021

HEMEROGRAFÍA HISTÓRICA

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- [5-V-1917]: «Vida intelectual», El Correo Español, p. 2.

- [10-V-1917]:  Un catedrático, «Una anomalía absurda», España, 120, p. 15.

- [17-V-1917]:  «El mitin de las izquierdas», España, p. 5.

- [19-V-1917]: «En el Ateneo»El Liberal, p. 3.

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- [23-V-1917]: «Los Intervencionistas. El escándalo de anoche», La Acción, p. 4.

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- [23-V-1917]: «Algarada Intervencionista», El Día, p. 1.

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- [23-V-1917]: «Tumulto a la puerta del Ateneo», La Época, p. 2.

- [23-V-1917]: «A la puerta del Ateneo. Incidente desagradable», El Imparcial, p. 2.

- [23-V-1917]: «Algarada Germanófila», El Liberal, p. 2.

- [23-V-1917]: «En el Ateneo. Memoria peligrosa», La Nación, p. 9.

- [23-V-1917]: «Los germanófilos contra el Ateneo», El País, p. 1.

- [23-V-1917]: ,«¡Abajo los intervencionistas!», El Siglo Futuro, p. 1.

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- [24-V-1917]: «Incidente en el Ateneo», El Heraldo Militar, p. 2.

- [24-V-1917]: «La Algarada Germanófila. Una carta del catedrático Sr. Jaén», El Liberal, p. 2.

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- [2-VI-1917]: «Informaciones», La Época, p. 2.

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- [24-V-1918]: «En el Congreso se promueve un escándalo formidable ante las gravísimas acusaciones del Señor Saborit», El Sol, p. 2.

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- [24-V-1918]: «La jornada de ayer en el Congreso», El Liberal, p. 3.
- [24-V-1918]: «Formidables acusaciones de Saborit. Enumera el diputado socialista las infamias cometidas en Asturias», El País, p. 1.
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  1. Artículos firmados:

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- CÁVIA, Mariano de [9-IV-1920]: «Exhumación y parodia de una antigua», El Sol, p. 1.

- DOMINGO, Marcelino [6-VI-1918]: «Cómo fue afrentado un diputado español», España, 165, p. 6.

- GONZÁLEZ, Simón [4-I-1917]: «La dictadura en Instrucción Pública», España, 102, p. 14.

- _________________ [26-IV-1917]: «Los escándalos de la Enseñanza», España, 118, p. 16.

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- ZAMORA VICENTE, Alonso [1969]: La realidad esperpéntica (aproximación a "Luces de Bohemia"), Madrid, Biblioteca Románica Hispánica. Editorial Gredos.




WEBGRAFÍA

- AMESTOY, Ignacio [2020]: «Cuando el socialista Luis Araquistáin censuró Luces de bohemia», El Español, https://www.elespanol.com/cultura/20200730/socialista-araquistain-censuro-luces-bohemia/508950005_0.html.


NOTAS

1. Recientemente José Mª Paz Gago afirma que Valle-Inclán entregó a la revista España las quince escenas correspondientes a la obra, pero que su director Araquistáin censuró tres de ellas, las que con posterioridad el dramaturgo rescató y publicó en volumen. Se basa en tal afirmación porque “en las cuartillas conservadas, datadas hacia finales de 1918 por el mejor conocedor de la caligrafía del escritor, Joaquín del Valle-Inclán, aparece ya un plan de la obra con catorce escenas.” [Paz Gago, 2020: 10]. Resulta extraño que, dada la ideología de Araquistáin, censurara la escena VI, el diálogo entre el Preso catalán y Max Estrella. Paz Gago se refiere a una “censura roja” defendida por el propio Araquistáin, de carácter defensivo, plausible dadas las alegrías de Max por los patronos catalanes asesinados por los sindicalistas, circunstancia ya existente a finales de 1919 y durante 1920, pues ya en marzo de 1919 se consignan más de sesenta patronos y empleados de fábrica “asesinados, o gravemente heridos” por los sindicalistas. [Soldevilla, 1920: 84]. Lo cierto es que el Gobierno el 27 de marzo de 1919 impuso la censura a la prensa para que no se informara de movimientos de tropas, ataques a las instituciones del estado y sobre todo no se notificaran huelgas en España o en el extranjero. A esta censura gubernamental las organizaciones obreras y en especial los tipógrafos respondieron con su propia censura, por lo que se prohibía publicar ataques contra la organización obrera y el movimiento huelguístico, noticias que quebrantaran la disciplina y la solidaridad obrera, notas oficiales de las autoridades referidas a sabotajes o violencia atribuidas a los obreros y cualquier noticia sobre movimientos obreros extranjeros relacionados con los puntos anteriores. [Soldevilla, 1920: 101-102].  Al omitir la escena VI también desapareció la XI, donde Max se refiere de nuevo al Preso. Pero la censura previa gubernamental a la prensa cesó el 1 de julio de 1919 [Soldevilla, 1920: 222], por lo que caben otras explicaciones adicionales, además de la ya mencionada censura obrera, para que Araquistáin suprimiera las tres escenas. La primera de ellas es que el semanario estaba subvencionado por la embajada inglesa desde 1916 [Montero, 1983: 245-246] y, aunque la guerra había finalizado en noviembre de 1918, es plausible que en 1920 todavía recibiera algún fondo inglés, y dada la conmoción por el destino final de la familia imperial rusa, su parentesco con la familia real británica, no en vano Jorge V de Inglaterra era primo hermano del último zar Nicolas II, más las afirmaciones de Max sobre la guillotina eléctrica y del Preso sobre el ideal revolucionario ruso debieron de parecerle poco convenientes al director del semanario madrileño. Otra explicación complementaria, quizá más verosímil, es que Araquistáin era militante del Partido Socialista desde 1914 [Cruz Galindo, 2006: 165] y que el partido había celebrado dos Congresos Extraordinarios en 1919 y 1920 respectivamente, en los cuales se debatió su incorporación a la Internacional Comunista sin llegar a hacerlo. La UGT por su parte rechazó taxativamente en su congreso de junio de 1920 la incorporación a la III Internacional [Avilés Farré, 2000: 23]. Podría entenderse, por lo tanto, como una censura partidista hacia el movimiento comunista, porque si algo tienen en común la escena II, cueva de Zaratustra, y la VI de Luces de bohemia son las alabanzas a la figura de Lenin y a la revolución rusa. Por último, también hay que contemplar una cuestión comercial fundamental, pues, en el mismo número que aparece la primera entrega de Luces, se anuncia la constitución de la Sociedad Anónima de la revista en busca de accionistas, por lo que hay que suponer de nuevo una censura preventiva por parte del director y del principal accionista, Luis García Bilbao. [Amestoy, 2020, «Cuando el socialista Luis Araquistáin censuró Luces de bohemia», El Español, https://www.elespanol.com/cultura/20200730/socialista-araquistain-censuro-luces-bohemia/508950005_0.html].


2. En marzo de 1917 Largo Caballero y Julián Besteiro por la UGT y Salvador Seguí y Ángel Pestaña por la CNT publican un manifiesto a favor de una huelga general revolucionaria: “[…] en vista del examen detenido y desapasionado que los firmantes han hecho de la situación actual y de la actuación de los gobernantes en el Parlamento; no encontrando, a pesar de sus buenos deseos, satisfechas las demandas formuladas por el último congreso de la Unión General de Trabajadores y Asamblea de Valencia, y con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales del sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos.” [Ruiz González, 1989, VIII: 500].

3. Sobre la represión en Asturias añade Ruiz González [1989, VIII: 502]: “[…] el general Burguete se hacía tristemente popular al proponerse «cazar como alimañas» a los huidos, al mismo tiempo que el entonces comandante Francisco Franco se iniciaba en la represión social”.

4. En opinión de algunos historiadores “la actuación del ejército sorprendió a los líderes obreros, que quizás esperaban una cierta complicidad por parte de los soldados, hombres de su misma clase social; también les sorprendió el desinterés de los campesinos y el tono pusilánime de los republicanos. El espíritu revolucionario acertaba al sostener que los principios de legitimidad de la clase burguesa eran limitados, pero no consiguió calar en la sociedad. […] La huelga revolucionaria del verano del 17 fue la germinación de la sensibilidad obrera que avanzó del febril 1923 al desolado 1937”. [Ruiz Domènec, 2009: 958-959].

5. Y concluye Xammar taxativo “El estado de guerra sin guerra es absurdo, en efecto, como es inconcebible la guerra sin un enemigo. Y el principal enemigo del ejército español habían sido, durante los últimos veinte años, por dejación de los poderes civiles, los obreros españoles.”  [Xammar, «Ineficacia de la violencia», España, 27-III-1919, 207:8].

6. Han pasado a la historia del Comité de Huelga de 1917 los cuatro integrantes que firmaron el manifiesto titulado Libertad, que se difundió en Madrid el 13 de agosto, esto es, Julián Besterio y Andrés Saborit por el Comité Nacional del Partido Socialista, y Largo Caballero y Daniel Anguiano por la UGT, siendo este último secretario del sindicato y firmante de la proclama por estar Pablo Iglesias enfermo en esas fechas. Sin embargo, hubo más integrantes que también fueron detenidos en el mismo domicilio, donde se ocultaron los cuatro mencionados. Me refiero a Virginia González Polo, miembro de la Ejecutiva Confederal de la UGT, que fue exculpada en el juicio por sus compañeros, al decir que se ocupaba de las tareas domésticas de la casa junto al matrimonio inquilino de la misma, formado por Gualterio José Ortega Muñoz y su mujer Juana Sanabria. También resultaron inculpados un trabajador de El Socialista, Luis Torrent Lérez, que llevo el autógrafo del manifiesto redactado por Besteiro a la imprenta de Mario Anguiano Anglés, así como Manuel Maestre Rubio por transportar en un automóvil alquilado los manifiestos impresos y Abelardo Martínez Salas por guardarlos en el taller de una marmolería. [«El Consejo de Guerra contra el Comité Revolucionario», La Acción, 29-IX-1917: 1]. 

7. Según Soldevilla [1919: 10], el Gobierno estableció mediante una Real Orden el 21 de diciembre de 1917 lo que consideraba alimentos y artículos de primera necesidad, calificados como subsistencias: “En dicho aviso se conceptuaban incluidos en la categoría de primera necesidad los siguientes artículos: el trigo, su harina y los demás cereales; judías, lentejas, garbanzos, aceite, patatas, piensos, combustibles minerales y vegetales, leñas, orujos, petróleo, gasolina, benzol, bencina, carburos y fosfatos”.

8. El sintagma “policías honorarios” ya estaba en pleno uso en agosto de 1917, aunque no vinculado a la entonces inexistente Acción Ciudadana. Fue el entonces ministro de la Gobernación, José Sánchez Guerra, quien en plena huelga general lanzó la idea de admitir como “policías honorarios” a los ciudadanos que voluntariamente se prestaran para reprimir los tumultos. [Soldevilla, 1918: 370-371]. Miguel de Unamuno utilizó el término en su testimonio sobre la huelga general de agosto de 1917 en Salamanca, publicado en el semanario España tras su reaparición el 25 de octubre de 1917. Obsérvese que utiliza el término “los trogloditas”, que también aparece en Luces de bohemia: "Parece que también aquí hubo infelices de alma esclava que fueron a las autoridades a ofrecerse como policías honorarios. Desde luego los trogloditas. Aullaban que el objetivo del movimiento rebelde era el de arrastrar a España a la guerra." [Unamuno, «Notas de un testigo», España, 133, 25-X-1917: 7].


9. Se da la circunstancia que, la misma mañana del 9 de abril, el diputado socialista Andrés Saborit había denunciado en el Congreso que la Unión Ciudadana tenía depositados 315 rifles con municiones a su disposición en el Centro Electrotécnico de Madrid. [«En el Congreso. Los rifles de Unión Ciudadana», La Libertad, 10-IV-1920, p. 6].  

10. Unión Ciudadana languideció a partir de 1921, al descender las protestas obreras en Madrid, y desapareció en 1923 al crearse la Unión Patriótica. Puede considerarse como una organización preliminar del fascismo, por “sus pautas organizativas, supuestos ideológicos y una praxis social que les aproxima a fórmulas políticas ultranacionalistas y de extrema derecha”. [Rey Reguillo, 1989: 530].

11. Esta broma de Max pudiera estar basada en parte en un hecho biográfico de Valle-Inclán. Según los recuerdos de Mateo Hernández Barroso, don Ramón “tuvo numerosos altercados. Un día, en uno de éstos, fue detenido por una pareja de aquellos guardias cincuentones de antaño que le llevaban a la comisaría de la calle de León. Don Ramón que era ágil de piernas, echó a andar rapidísimo; los guardias resollando casi no podían seguirle. Cuando llegó a la comisaría, antes de los guardias, se echó en un sofá raído y empezó a dar gritos lamentosos. El comisario salió todo inquieto: «¿Qué pasa?», «¡Cómo que qué pasa!, que aquí traigo a una pareja de guardias que me han maltratado ferozmente y vengo lleno de dolores». Llegan los guardias y ante aquel energúmeno y la cara irritada del comisario, apenas pudieron balbucear y allí quedó el asunto. El comisario pidió mil perdones a aquel señor manco y barbudo.” [Alerm, «Valle-Inclán visto a través de Mateo Hernández Barroso», El Pasajero, Revista de estudios sobre Ramón del Valle-Inclán, 7, otoño 2001, http://www.elpasajero.com/mateo.htm].

12. El grupo lo integraban mayoritariamente socios relacionados con la revista España: «Los socios que suscriben tienen el honor de proponer al Ateneo se sirva acordar levantar la sesión en señal de duelo por el asesinato de Manuel Llanes, primer maquinista del «Patricio», víctima de los desaforados métodos de guerra de los submarinos germanos. Madrid, 18 de mayo. —Fernando Durán, Álvaro de Albornoz, R. Sánchez Ocaña, Luis Simarro. Luis Araquistáin, G. Pitaluga, Marqués de Seoane, L. G. Bilbao, Juan Uña, Luis Hoyos, J. Álvarez Pastor, Fernando Galarza y Leonardo R. Sherif» [El Liberal, «En el Ateneo», 19-V-1917: 3]. 

13. La Época rebajaba a 30 el número de ateneístas de la refriega y también hacía mención al estallido de petardos, los llamados “garbanzos de pega”. [La Época, «Tumulto a la puerta del Ateneo», 23-V-1917: 2].

14. Mateo Hernández Barroso en sus recuerdos sobre Madrid publicados en el exilio mexicano, El oso y el madroño, confunde años, protagonistas e instigadores, pues responsabiliza a Martínez Anido de esta manifestación: “Martínez Anido emprendió una campaña contra el Ateneo en vista de los repetidos actos y discursos contra la dictadura de Primo de Rivera. Un día se organizó una pretendida manifestación popular calle del Prado abajo. Aquellos descamisados (aquí les diríamos pelaos) gritaban desaforadamente insultos y groserías contra el Ateneo. Por acaso se hallaban en la puerta don Ramón y Marianito Benlliure y Tuero. Don Ramón dijo a Marianito: «¿Vamos a disolverlos?», «Vamos», dijo Marianito; y don Ramón con el rebenque que llevaba en su única mano y Marianito con su bastón, se lanzaron a estacazos contra aquellos sinvergüenzas y la manifestación quedó disuelta. El duro que les habían dado no exigía tanto sacrificio y escaparon como liebres.” [Alerm, «Valle-Inclán visto a través de Mateo Hernández Barroso», El Pasajero, Revista de estudios sobre Ramón del Valle-Inclán, 7, otoño 2001, http://www.elpasajero.com/mateo.htm]. La manifestación a la que se refiere Hernández Barroso debió de suceder en mayo de 1930 [Hormigón, III: 464], mientras que los acompañantes de Valle son los de 1917.

15. La Acción, [«Los Intervencionistas. El escándalo de anoche», 23-V-1917: 4], El Día [«Algarada Intervencionista», 23-V-1917: 1] y El Heraldo Militar [«Incidente en el Ateneo», 24-V-1917: 2], únicos rotativos que publicaron el nombre y apellido del teniente, lo hicieron sin h. El periódico militar añadió que se trataba de un «segundo teniente de la Escala de reserva». El Diario Universal [«Manifestaciones del Sr. Burell», 23-V-1917: 3] al transcribir las declaraciones del ministro de la Gobernación, Julio Burell, sobre el teniente, también lo hace sin h. Sin embargo, en la nota oficial del portavoz del Gobierno, Sr. Belaunde, reproducida por El País [23-V-1917: 2] aparece con h, por lo tanto todo indica que se trata de un error en la nota de prensa oficial.

16. Antonio Jaén Morente (Córdoba, 1879 – San José de Costa Rica, 1964). De orígenes muy humildes, fue herrero en su juventud en el taller familiar, pero estudió Magisterio en Córdoba y en 1898 obtuvo el título de Maestro de Primera Enseñanza Superior. Ejerció de 1902 a 1904 en Sevilla y después hasta febrero de 1905 es profesor auxiliar en el Instituto General y Técnico de Segovia. Discípulo de Rafael Altamira, se doctora en Filosofía y Letras en Madrid en 1908. En 1909 ya es socio del Ateneo de Madrid y con el tiempo secretario de la Sección de Ciencias Históricas. Se convierte en un estudioso de la historia de Córdoba y en un defensor de su legado árabe. En 1910 obtiene por oposición la cátedra de Geografía e Historia en el Instituto General y Técnico de Cuenca. Becado por la Junta de Ampliación de Estudios en el Centro de Estudios Histórico en 1912. De 1912 a 1918 ocupa cátedra de Geografía e Historia en el Instituto de Segovia. Compagina la docencia, la investigación y el activismo político, pues es militante del Partido Republicano Autónomo, de carácter anticaciquil y andalucista, afín al Partido Radical de Lerroux [Gorrell / Toribio, 2016: 39]. Durante 1913 pide licencia por enfermedad, pero como miembro del Partido se dedica a dar conferencias en la Casa del Pueblo de Barcelona. Es sancionado y suspendido de empleo y sueldo. En 1914 el rey lo indulta y condona la pena.

En 1917 gana las oposiciones a catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, hecho celebrado con sus amigos ateneístas unos días antes del incidente con el teniente Acha. Sin embargo, no llegó nunca a tomar posesión de su plaza porque le suponía una merma en sus retribuciones. Según Gorrell / Toribio [2016: 37] “nunca renunció definitivamente a ella y pleiteó para que se reconociera su condición de profesor universitario”.  Tal circunstancia ya fue denunciada en la revista España por un catedrático anónimo: "Un catedrático de Instituto, llevado de su vocación, se decide a nueva oposición a cátedra de Universidad. […] Dicho catedrático en su escalafón de la Escuela Normal, de Comercio o de Instituto tiene el haber de 7500 pesetas anuales, y al pasar a escalafón distinto el Estado, como premio a su vocación y patriotismo le coloca en el sueldo de entrada de 4000 pesetas. Pierde, por tanto, 3500, argumento decisivo para que ahogue en flor toda tentativa de ampliación de horizontes espirituales" [Un catedrático, «Una anomalía absurda», España, 120, 10-V-1917: 15].

En 1920 consigue plaza en el Instituto de Córdoba, pero en 1921 se traslada a Sevilla. Publica El problema artístico de Córdoba (1921) e Historia de Córdoba (1923), donde reivindica la conservación del Patrimonio histórico de la ciudad. Gran dinamizador de la vida cultural cordobesa: participa en el homenaje a Góngora en 1927, asimismo es el organizador de la semana Califal y un gran colaborador de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Continúa en esta década con su activismo político republicano. Regresa al Instituto de Córdoba en 1930 de nuevo como catedrático y director. Íntimo amigo del pintor Julio Romero de Torres. Fallecido el pintor, en 1931 su familia lo nombra presidente del Patronato Museo Julio Romero de Torres. En política aboga por la conjunción republicano-socialista, de la que sale elegido concejal por Córdoba en las elecciones de abril de 1931. Formó parte de las Cortes Constituyentes de la II República integrado en el grupo radical socialista de Marcelino Domingo. En 1932 publica una Historia de España y El problema marroquí, En enero de 1933 es nombrado embajador en Lima (Perú) hasta finales de octubre de 1933. Regresa a España y publica La lección de América (1934). En 1935 organiza en Córdoba y participa en el VIII Centenario de Maimónides, donde acuden los representantes culturales y religiosos de la comunidad hebraica mundial. Se integra en Izquierda Republicana de Manuel Azaña, resulta elegido diputado en las elecciones de febrero de 1936 y asume el cargo de Secretario de la Comisión de Estado del Congreso, lo que le permite salvarse cuando vence en Córdoba el levantamiento militar el 17 de julio. A finales de este mes desde Radio Jaén arenga a los sublevados de Córdoba para que depongan su actitud, pero estos lejos de obedecerle le acusan de señalar los objetivos del bombardeo aéreo republicano, que finalmente se produjo y ocasionó 50 muertos. Tras el bombardeo, el Ayuntamiento lo declara “hijo maldito” de la ciudad el 17 de agosto de 1936 y su biblioteca fue incautada y destruida. En 1937 publica Estampas de guerra, donde denuncia la represión franquista ejercida sobre los maestros cordobeses. En julio de 1937 es nombrado ministro plenipotenciario en Extremo Oriente, Filipinas y Guam, con sede en Manila como cónsul general, cargo que desempeñará hasta el final de la Guerra Civil. Abandona Filipinas porque prevé que será invadida por los japoneses en breve, como así sucedió. Antonio Jaén junto con su familia marcha exiliado a Ecuador para ejercer como profesor de Historia de América en Quito. Desde allí viajará a Perú y a México, donde participa en una sesión de las Cortes de la República Española en el exilio [Gorrell / Toribio, 2916: 159]. A finales de los 40 sobrevive como conferenciante en universidades de Hispanoamérica e incluso de Estados Unidos. A causa de su diabetes tiene un principio de ceguera y desea volver a España. El Ayuntamiento de Córdoba le retira el duro calificativo de “maldito” a finales de 1949. Tras enviudar se casa de nuevo y se establece en Costa Rica. Regresa a España en 1954 y visita a familiares repartidos por Córdoba, Madrid, Santiago y Segovia, donde se reúne cuarenta años después con sus antiguos alumnos del Instituto. Viaja a Barcelona para ser examinado por el Dtor. Barraquer y desde allí regresa a América, donde falleció en Costa Rica en 1964. En enero de 1980 el Ayuntamiento de Córdoba con Julio Anguita como alcalde lo nombró hijo predilecto de Córdoba.

17. El Heraldo de Madrid informó precisamente el martes 22 de mayo de 1917, el mismo día de su detención por la noche, del homenaje en el Restaurant Casersa al nuevo catedrático de la Universidad de Sevilla. Entre los asistentes y en la presidencia junto al homenajeado se situaron el académico de Bellas Artes e historiador vinculado a Córdoba, Narciso Sentenach y el alcalde de Cádiz Miguel García Nogueral en representación de los catedráticos. Antonio Dubois habló en nombre del Ateneo y Pérez Buen leyó las adhesiones llegadas por telegrama, entre las que se encontraban la de Giner de los Ríos, Labra y Nogué y numerosos amigos cordobeses. [Heraldo de Madrid, «Banquete a un catedrático», 22-V-1917: 3]. El Imparcial también informó del homenaje con la adhesión de Rafael Altamira y la lectura de un soneto de Ángel Veghe [«Noticias», 23-V-1917: 1].

18. Tanto El País como El Liberal del día 24 publicaron una carta firmada por el catedrático Antonio Jaén, donde aclaraba, contra lo que había publicado algún periódico, que él no profirió en ningún momento gritos antiespañoles, que salía acompañando a unas “respetables y distinguidas Señoras y fui espectador (lamentándolo mucho) de la batida justa y vigorosa que recibieron las turbas que aullaban en la calle del Prado”. Asimismo, indicaba en la breve carta que su incidente “con el teniente señor Acha se limitó a una simple pregunta, rogándole me dijera quién era; me respondió que oficial en funciones de vigilancia y que quedaba detenido” [El Liberal, «La Algarada Germanófila. Una carta del catedrático Sr. Jaén», 24-V-1917: 2].  A continuación ambos rotativos reproducían una carta firmada por el presidente de la sesión, donde se debatía la ya mencionada Memoria sobre España y la guerra, Antonio Dubois, y varios testigos presenciales de los hechos, entre ellos Juan José Calomarde, Ángel Galarza y Gago, Julio Prieto Villabrille, Antonio Jaén, José Sánchez Blanco, Edmundo Estévez, José María Delagarra, P. de Orúe y M. Benlliure y Tuero, en la que se negaba que hubiera habido enfrentamientos en el interior del Ateneo y que los desagradables sucesos habían sucedido en la calle, provocados por un grupo ajeno al Ateneo  La carta también la reprodujo el Diario Universal [«Los sucesos del Ateneo. Una carta de los socios», 24-V-1917:3].

19El 25 de enero de 1918 tras las protestas obreras por la crisis de subsistencias, debido a los acaparadores y a la subida de precios de productos básicos, se declaró el estado de guerra en Barcelona por sospechar el gobierno que las manifestaciones de mujeres y niños estaban instigadas por los sindicalistas. Marcelino Domingo fue de nuevo detenido y liberado en marzo de la Cárcel Modelo.

20. El colofón de la edición en volumen de Luces de bohemia está datado el 30 de junio de 1924, Dorio de Gádex moriría víctima de la tuberculosis el 23 de septiembre del mismo año.



El Pasajero, núm. 31, 2020.


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