DIVINAS PALABRAS  Y  EL  CINE

Divinas palabras y el cine mexicano. La adaptación cinematográfica de Juan Ibáñez.

 

«Divinas palabras es una obra universal, como también Ricardo III es una obra política y universal, como Macbeth también lo es. Son obras que no tienen un tiempo ni una inmediatez anecdótica. Van por encima del tiempo y del espacio. Uno de los tópicos de Divinas palabras es la miseria, y eso incumbe a México como a todo el mundo entero.»

Javier Velázquez Jiménez,«Entrevista a Juan Ibáñez»,
Revista Cervantina de El Nacional, México, 28 de octubre de 1988


REPARTO: Guillermo Orea (Pedro Gailo), Silvia Pinal (Mari Gaila), MarioAlmada (Séptimo Miau), Rita Macedo, Martha Zavaleta, Martha Verduzco, Alicia Encinas, Xavier Estrada.

MÚSICA: Lucía Álvarez. Interpretada por el coro de la UNAM.

FOTOGRAFÍA: Gabriel Figueroa.

DECORADOS: Alberto L.de Guevara.

MONTAJE: Gloria Schoemann.

DURACIÓN: 96 minutos.

FORMATO: Color, 35 mm.

PRODUCCIÓN: Conacine. Estudios Churubusco.
 

    Juan Ibáñez Diez Gutiérrez nació en Guanajuato (México) el 20 de abril de 1938 y murió el 12 de septiembre del año 2000. Director de reconocido prestigio en la escena teatral mexicana, son recordados montajes suyos como La gatomaquia de Lope de Vega, Marat-Sade de Weiss y Triángulo español de Becky. Pero sobre todo es su puesta en escena de Divinas palabras de Ramón de Valle-Inclán la que ha venido siendo considerada como uno de los grandes acontecimientos del teatro mexicano. Ibáñez la estrenó en 1963 y la llevó al Festival de Teatro de Nancy del 64 donde fue aplaudida y premiada. No satisfecho con ello, a la edad de cincuenta años, se embarcó en un nuevo montaje donde quiso aunar lo mejor de su experiencia con un proyecto de futuro para el teatro en su ciudad natal.

    La trayectoria fílmica de Ibáñez fue breve pero con logros notables y episodios curiosos. Aparte de Los caifanes (1966) y de su mediometraje Una alma pura (1965), dirigió el último filme de María Félix  y una curiosa serie de cintas de horror protagonizada, ni más ni menos, que por el legendario Boris Karloff. Sin duda se le recordará por su inteligente y arriesgada exploración del medio y el lenguaje fílmicos y, sobre todo, como el creador de Los caifanes, considerado por muchos el mejor filme mexicano de la década de los sesenta.

    Sin embargo su intento por reproducir en la pantalla el impacto de su puesta en escena de Divinas palabras no fue un gran éxito. Para una correcta evaluación de la cinta conviene comenzar contextualizando temporalmente la película dentro de la historia del cine mexicano, es decir, en los años setenta. Los críticos coinciden en que la década anterior, la de los sesenta, la industria cinematográfica mexicana se hallaba sino muerta, moribunda. El gran público desvió su mirada hacia las producciones de Hollywood y hacia la recién descubierta televisión con sus telenovelas, que no tardaron en pasar a la gran pantalla, al tiempo que proliferaban las versiones de éxitos pasados. Malos tiempos, sin duda, para el cine comercial que, sin quererlo y sin contar con numerosos seguidores, cedía el protagonismo cualitativo al cine independiente con el respaldo de la UNAM que impulsó cineclubs y escuelas oficiales de cine como el CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos).

    De esta época datan proyectos experimentales como el film de Jomi García Ascot, El balcón vacío (1961), por citar una experiencia fílmica relacionada con el exilio español en México. En este mismo contexto surgen iniciativas como los Concursos Internacionales de Cine Experimental en 1965 y en 1967 donde suenan con fuerza nombres de realizadores como Ripstein, Alcoriza o el propio Juan Ibáñez.

    Justo en el inicio de la nueva década, en 1970, accede a la presidencia del país el gobierno de Luis Echevarria trayendo consigo importantes cambios en la política cultural y lógicamente cinematográfica. La notable inversión económica realizada modernizó los medios técnicos y revitalizó instituciones como la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas. En 1975 ya habían aparecido tres productoras estatales Conacine, Conacite I y Conacite II. Los argumentos de las películas se sacudieron muchos de los clichés que los atenazaban por entonces y se acercaron a los problemas sociales y al estilo de vida con el que podía identificarse la clase media.

    La suerte de la historia del cine en México volvió a cambiar desfavorablemente con la administración López Portillo que dirigió los destinos del país desde 1976. Los procedimientos se burocratizan, el estado pierde interés y los productores privados irrumpen con fuerza reduciendo la calidad de las películas producidas con bajos costes y para el consumo doméstico.

     Sin embargo, las apuestas del cine independiente siguen produciéndose a expensas de estos problemas y es ahí donde surge la adaptación de Ibáñez del conocido texto de Valle-Inclán. Una adaptación que venía avalada por el éxito teatral y por el prestigio del director pero que no pudo sustraerse a numerosas dificultades como, por ejemplo, el incendio del set de filmación.

La cinta cuenta con la intervención de dos pilares del cine mexicano: dentro del elenco de actores con Silvia Pinal y con Gabriel Figueroa en el equipo artístico.

    Pinal, conocida por su belleza y su versatilidad artística, trabajó con Luis Buñuel en Viridiana (1961) y consolidó esta fructífera relación con otros dos filmes memorables: El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964). Después de una exitosa carrera que va desde su debut en 1948 con La Bamba hasta La mujer de oro en 1969, se produce un paréntesis de inactividad roto en 1977 precisamente con Divinas palabras, el film que debía haber propiciado su regreso a la pantalla, pero la escasa repercusión comercial de este título junto con otros fracasos la llevaron a seguir su carrera fílmica entre Argentina y España para regresar a su país, años más tarde, como conductora de un exitoso magazine televisivo dedicado a la mujer. Su interpretación de la Mari Gaila mexicana es de una gran fuerza y transmite con creces esa sensualidad natural, sin afectación, de una mujer con buen cuerpo y mejor cerebro que quiere liberarse de los corsés sociales, ver mundo y triunfar.

Gabriel Figueroa es un nombre poco desconocido por el público español, y sin embargo, un mero acercamiento a la carrera del camarógrafo mexicano haría innecesarias las presentaciones pues no sólo destaca poderosamente dentro del cine de su país sino en sus trabajos para  “El Indio” Fernández, John Ford, John Huston o Luis Buñuel  Con este último trabajó en Los Olvidados, Él, Nazarín, Simón en el desierto y El ángel exterminador entre otras. El de Divinas Palabras de Juan Ibáñez es uno de sus trabajos de madurez y con plena utilización del color que fue premiado con un premio Ariel y por Pecime en 1978.

En el reparto destacamos la caracterización de Mario Almada como Séptimo Miau, una elección tan interesante como arriesgada puesto que este actor se ha identificado siempre con películas de acción, cintas del gusto popular de corte muy truculento.

Quisiera advertir al lector que lo dicho hasta aquí es más que una puesta al corriente de los detalles que rodean la filmación  puesto que, en mi opinión, el visionado de la cinta desde la perspectiva de nuestros días necesita de una contextualización lo más precisa posible. Es evidente que la película puede verse y disfrutarse sin explicaciones ni preámbulos, pero insisto en que sin el conocimiento previo de la trayectoria teatral de su director, el espectador actual puede sentirse chocado por su extraño tratamiento escénico. Los escenarios en los que transcurre la acción, la manera de decir el texto de los actores, su estatismo son puro lenguaje teatral. Cierto es que la cámara rompe en numerosas ocasiones esa monotonía con planos imposibles que nos regresan al medio fílmico pero ni aún así logra la historia desprenderse de su origen.

No hay localizaciones ni escenarios naturales. Toda la película transcurre dentro de un enorme set cuyos decorados, como dije, son cien por cien teatrales. Constantemente se componen y descomponen cuadros escénicos dentro de un decorado laberíntico construido a base de volúmenes indefinidos; volúmenes que recuerdan vagamente las ruinas de un templo, de un mercado o de un pueblo según convenga a la situación. De hecho el film comienza desde un primer plano de unas tablas de madera y en la medida en que se abre dicho plano reconocemos que las tablas pertenecen a una inmensa cruz suspendida en el aire debajo de la cual se desarrolla la acción. La cruz es un símbolo constante en el film.

El texto se sigue con un alto grado de fidelidad así como el orden de las escenas con pocas salvedades. Cabe resaltar como único añadido una escena en la que Pedro Gailo soborna a las autoridades y fustiga con cadenas la imagen de Cristo.

No puedo dejar de destacar, como ejemplo de aportación ajena al texto dramático, la espectacular escena de una lucha entre dos toros bravos, depositados, mediante unas enormes balanzas, sobre la arena de una extraña plaza excavada en el suelo; escena que no pertenece a la obra y, por supuesto, tampoco a la ambientación gallega primigenia de la misma. Mientras esta truculenta situación tiene lugar, Séptimo Miau y Mari Gaila se persiguen y abrazan clandestina y frenéticamente entre la multitud que presencia el salvaje espectáculo. Una metáfora visual introducida por Ibáñez que tal vez remita a las raíces españolas del drama pero para la que posiblemente no existan demasiadas excusas, creo entender, más allá del impacto visual y estético. Como suele ocurrir entre los directores encargados de adaptar para la pantalla alguna obra de Valle-Inclán, el deseo de poner las imágenes a la altura estético-dramática del texto impulsa a extravagancias de todo tipo resueltas con mayor o menor fortuna según los casos.

No obstante, para el director, que si bien no tiene la última palabra sobre el asunto sí tiene la primera en cuanto es quien decide pasar al celuloide la obra, Divinas palabras fue, ante todo y desde el primer momento, un proyecto cinematográfico que solo las circunstancias obligaron a trasladar a los escenarios. «Ya había estudiado con cierta pasión a Valle-Inclán, siempre pensando en el cine, pero como no pude hacer cine, le propuse al teatro de la UNAM dirigir Divinas palabras; obra que, insisto, ya tenía estudiada cinematográficamente, y me la produjeron... se puso, tuvo éxito en México y en Festival Mundial de Teatro en Nancy, Francia, y desde entonces no abandono el teatro.» «Entrevista a Juan Ibáñez»,  sección De teatro, de El Nacional, México, 19 y 26 de febrero de 1988.


Filmografía de Juan Ibáñez:

1. A fuego lento (México nocturno/México de noche) (1977) .... director y guionista
2. Divinas palabras (1977) .... director y guionista
3. Los caprichos de la agonía (1972) .... director (mediometraje documental)
4. La generala (1970) .... director y guionista
5. Serenata macabra (House of Evil) (1968) .... codirector (coproducción con los Estados Unidos)
6. Invasión siniestra (The Incredible Invasion) (1968) .... codirector y guionista (coproducción con los Estados Unidos)
7. La muerte viviente (The Snake People) (1968) .... codirector (coproducción con los Estados Unidos)
8. La cámara del terror (Fear Chamber) (1968) .... codirector y guionista (coproducción con los Estados Unidos)
9. El golfo (1968) .... codirector (sin crédito) (coproducción con España)
10.Las visitaciones del diablo (1967) .... actor
11.Los caifanes (1966)... director y guionista
12.Los bienamados (1965) ... director y guionista del episodio «Un alma pura»

 
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El Pasajero, núm. 21, primavera 2005


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