L
A INGRATITUD DEL GENIO: JOSEFINA BLANCO, VALLE-INCLÁN Y SU PLEITO DE AMOR


Mª Carme Alerm Viloca

(T.I.V.- UAB)

Isabel Lizarraga Vizcarra, Josefina, Valle-Inclán y su pleito de amor. Sevilla, Espuela de Plata, 2023, 320 pp.

Valle-Inclan y su pleito de amor «Vivir al lado del fuego y ser la sombra». Así definía María Teresa León, en Memoria de la melancolía (1970), la «decisión», a su juicio «hermosísima», que había tomado Zenobia Camprubí al contraer matrimonio con Juan Ramón Jiménez1. Y, sin embargo, no cabe duda de que Zenobia, además de compañera, secretaria y eficaz colaboradora del poeta de Moguer, supo brillar con luz propia con sus traducciones y su labor como escritora y activista. Lo mismo cabe decir de la propia María Teresa, cuya trayectoria política y literaria demuestra con creces que fue mucho más que la sombra de su marido, Rafael Alberti. Muy otro es el caso de Josefina Blanco Tejerina (1879-1957), una prometedora actriz que abandonó su carrera para convertirse en «una persona invisible» [15], en una sombra de su «eximio esposo», el genial escritor Ramón María del Valle-Inclán. Años después, enardecida por el despecho, los celos y sobre todo por el desamparo al que la condujo la pérdida del hogar, el abandono de su marido y el alejamiento de los hijos, decidió solicitar la separación legal acogiéndose a la Ley del Divorcio, aprobada el 25 de febrero de 1932 tras un intenso debate parlamentario impulsado por la que sería su abogada, Clara Campoamor:

Aquí donde me ve, soy para todo el mundo una mujer invisible, cuando no una demente, por culpa de mi marido ‒comentó Josefina‒. Toda vez que busco solución a un problema que él me causa, pretendo una justicia o procuro organizar razonablemente mi vida y la de mis hijos, ante mis quejas y mis pretensiones, todos exclaman: «¡Cosas de Valle-Inclán!», y me dan la espalda. Llevo ya más de un cuarto de siglo conviviendo con el Hombre, después con el Genio y ahora, durante demasiado tiempo, con la Máscara. ¿Se puede imaginar la fortaleza que es necesaria para enfrentarse a esa tríada? [18].

Este es el punto de arranque y a la vez el eje central de la novela de Isabel Lizarraga, Josefina, Valle-Inclán y su pleito de amor, publicada por Espuela de Plata-Renacimiento en enero de 2024, el mismo año en que se conmemoraba el centenario de Luces de bohemia. Una novela valiente por cuanto pone al descubierto las renuncias y el sometimiento que padeció Josefina Blanco durante años a la sombra de uno de los escritores españoles más brillantes de la pasada centuria. El balance de ese desenmascaramiento no puede ser más demoledor:

A los cincuenta y tres años Josefina era una mujer solitaria y vacía. Estimaba que su pasado se había construido a partir de una estampa ficticia, que representaba el esfuerzo constante de una corredora sin rostro, ella misma, desesperada por alcanzar a un figurante escondido detrás de una máscara. Por fin, cuando ella consiguió descubrir la realidad tras aquel trampantojo, había encontrado a un ser egoísta y cruel interesado en el cumplimiento exclusivo de su voluntad y de sus deseos excéntricos. [243]


Difícilmente podía aspirar a que sus lamentaciones tuvieran eco alguno. Tanta era la admiración que suscitaba el talento de Valle y la anuencia hacia sus frecuentes boutades en las tertulias de café («¡Cosas de Valle-Inclán!»), que poca simpatía habrían de despertar las tribulaciones de su compañera, quien en 1917, en una entrevista con la periodista, política y escritora feminista Margarita Nelken había declarado:

‒Yo creo que la mujer de un escritor debe ser así, algo gris. Vamos, que no debe figurar para nada […]. Y, además, ¡yo soy tan insignificante! [120]

Un poso de amargura late en estas palabras, por más que en aquellos años Josefina todavía se plegaba dócilmente al dictamen de su esposo respecto a la obligada sumisión de la mujer casada:

Su matrimonio era perfecto porque era exactamente «aquel en que la mujer acepta íntegramente la interpretación del marido para toda cuestión política y literaria». [67]

No es extraño que esta insidiosa máxima, probablemente extraída de una anécdota publicada en la prensa 2, actúe como una especie de leitmotiv a lo largo del relato. Bajo el pretexto de que Campoamor debe encontrar argumentos jurídicos suficientes para justificar la demanda con arreglo a la Ley, su clienta va desgranando la turbulenta historia de sus relaciones con Valle-Inclán. Y lo hace en varias sesiones, durante las cuales su testimonio revela, entre algunos momentos de placidez, un clima de tensión y de deterioro progresivo que acaba por convencer a la abogada de la viabilidad del pleito.

Con todo, no es Josefina el único centro de atención: con buen tino, Isabel Lizarraga teje una intriga paralela que gira en torno a las pretensiones de un periodista, Modesto Méndez ‒jocosamente apodado «Molesto Méndez»‒, que se vale de torpes artimañas para intentar sonsacar información a la abogada sobre las esposas de personajes célebres que presuntamente acuden a su consulta, y así poder escribir un jugoso artículo. Estas escenas, amenizadas con ribetes de humor, no solo rompen la linealidad narrativa de la trama principal y enriquecen la acción, sino que retratan la fuerte personalidad de Clara Campoamor, una mujer que antepuso su profesión y su lucha en favor de los derechos de la mujer al yugo del matrimonio, enfrentándose una y otra vez a los prejuicios de su época, como los que encarna el «molesto» periodista3.

La doble trama que sostiene la novela, escrita en tercera persona, se articula en cinco partes. La primera, «¿Separación o divorcio?», es la más breve, posiblemente porque está concebida como una suerte de preámbulo: en el primer capítulo se ofrece una pequeña síntesis de las acaloradas discusiones parlamentarias que precedieron a la aprobación de la Ley del Divorcio, y en el segundo se narra la visita de la mujer de Valle-Inclán al despacho de su abogada. Así pues, en estas primeras páginas quedan esbozados los dos niveles por los que discurrirá el grueso de la acción.

La segunda, la tercera y la cuarta parte, tituladas respectivamente «El Hombre», «El Genio» y «La Máscara», al tiempo que recrean los divertidos encuentros entre Clara Campoamor y el pertinaz Modesto Méndez, novelizan la evolución del «pleito de amor» de Josefina Blanco y Ramón del Valle-Inclán desde que se conocieron, poco antes del estreno de La comida de las fieras (1898) ‒de Jacinto Benavente‒, donde compartieron reparto, hasta la ruptura definitiva en 1932. En la quinta parte, «La mujer invisible», se abordan los últimos años de la vida del escritor (la etapa como director de la Academia de Bellas Artes en Roma, la vuelta a España en 1934, el ingreso en la clínica del doctor Villar Iglesias en Santiago y su fallecimiento, acaecido el 5 de enero de 1936) y, a continuación se resume la trayectoria posterior de Josefina, empeñada en hacerse cargo del legado de su marido, en especial tras la Guerra Civil. Aquí asistimos también al último encuentro entre Clara Campoamor y Modesto Méndez: por él sabremos de una fallida aventura amorosa de Valle con una joven napolitana y, sobre todo, de los trámites que había llevado a cabo el escritor para obtener el divorcio, que solo era posible tres años después de la separación legal si uno de los contrayentes así lo solicitaba. La vista debía celebrarse el 14 de diciembre de 1935, esto es, pocos días antes de la muerte de Valle, por lo cual, a tenor de la obligada suspensión del juicio, a efectos legales Josefina sería considerada como su viuda. Paradójicamente y no sin cierta ironía, es Modesto Méndez, que tan vanamente ha perseguido a la esquiva abogada, quien, a modo de «regalo», le proporciona esa información sobre la demanda de divorcio que había interpuesto el marido de su clienta4.

En verdad, es admirable cómo la autora ha sabido encajar con extraordinaria habilidad numerosos documentos de y sobre Valle-Inclán (entrevistas, cartas, declaraciones diversas…), así como referencias y citas de sus obras más destacadas, empezando por el pasaje de La lámpara maravillosa que encabeza la novela. No siempre le ha sido posible enfocar la vida de Valle-Inclán desde la perspectiva de Josefina, pero el uso de la omnisciencia narrativa le permite incardinar episodios que la protagonista posiblemente desconocía, como es el caso del mitin republicano de septiembre de 1930, cuando el escritor gallego acompañó al acto a una muchacha (Josefina Carabias, aunque no se nombre) alojada en la Residencia de Señoritas, regentada por María de Maeztu [202-207]. Por supuesto, ello no resta mérito alguno al magnífico ensamblaje que ha realizado la autora, fruto de un enorme esfuerzo documental del que da cuenta el listado de fuentes bibliográficas con que se cierra el volumen. De este modo, el lector tiene la oportunidad de conocer de un modo ágil y ameno el devenir vital de don Ramón sin tener que recurrir a la socorrida Wikipedia ni hurgar entre la frondosa bibliografía valleinclaniana, que Lizarraga ha sabido extractar a la perfección. Y, por supuesto, para los lectores más versados en la biografía de Valle constituye una auténtica delicia reconocer tal o cual declaración, episodio o anécdota insertos en su debido contexto.

Obviamente, al ser solo la «sombra» del «Genio», del «Hombre» y de la «Máscara», durante décadas poca atención se había prestado a la figura de Josefina Blanco. Solo en los últimos años se han publicado algunas investigaciones, que Lizarraga ha sabido incorporar para dar cuerpo a su relato. De gran utilidad le han resultado las dos entrevistas que Carmen de Burgos y Margarita Nelken le realizaron en 1917, así como la semblanza de Valle que Josefina escribió para la revista Crónica el 12 de enero de 1936. De ahí procede la hermosa descripción de su primer encuentro en el balcón de la casa de los actores Palencia-Tubau. He aquí una breve muestra:

Yo le admiré en esa aparente hornacina como si fuera un santo cuya mirada piadosa se encontrase perdida […] Yo lo escuchaba sin oír, porque apenas podía alejar mi atención de las manos, que se movían armoniosamente en un baile estudiado que me hipnotizó. El peregrino personaje dejó en mi ánimo una pavorosa impresión, mezclada con cierta inefable ternura. [27]

Es aquí donde se inicia esa historia de amor entre un literato por entonces aspirante a actor con una jovencísima actriz que, huérfana de madre, había debutado con apenas seis años junto a su tía, la actriz Concepción Suárez. El descubrimiento del epistolario de Valle-Inclán y Josefina Blanco, publicado por Antonio Deaño y Jesús Rubio en 2011, ha sido crucial para reconstruir las distintas fases que vivió la pareja: la actitud paternalista de Valle, trece años mayor que Josefina, erigiéndose como su protector en los primeros años; las quejas del escritor por la tardanza de las cartas de ella; la humillación a que la sometió cuando estando ambos en Las Palmas de Gran Canaria con la compañía de Ricardo Calvo la encerró en la habitación del hotel para evitar que interpretara una obra de Echegaray; la renuncia a su carrera artística; la ayuda constante que le brindó en gestiones diversas, incluida la corrección de pruebas de imprenta… Y tantos y tantos azares, entreverados de escenas de celos y de rencillas, que culminaron en el abandono por parte de Valle del hogar conyugal ‒una de las causas que adujo Campoamor para conseguir ganar el pleito‒, pero que en el fondo fue mucho más allá que un abandono, pues, tras deshacerse de la casa madrileña en la que había residido la familia en los últimos tiempos, dejó literalmente a Josefina en la calle y, además, esgrimiendo su autoridad marital, se llevó a los hijos.

Estos, entre otros muchos lances magníficamente narrados, hallará el lector en las páginas de Josefina, Valle-Inclán y su pleito de amor. Una novela que recorre con maestría buena parte de la vida de un genio, que también fue hombre y máscara. Y de una mujer que, pese a su profundo catolicismo, no pudo y no quiso resignarse a su desgracia. Clara Campoamor la ayudó a ganar el pleito y ahora, casi un siglo después, Isabel Lizarraga ha logrado rescatarla del olvido y de la sombra.


M. Carme Alerm
2025


NOTAS

1 M. Teresa León, Memoria de la melancolía. Ed. de Gregorio Torres Nebrera. Madrid: Castalia, 1999, p. 516. 

2. Se publicó en el diario Ahora el 28-XI-1935, p. 9, con el título de «Croniquilla de Ahora. Elecciones».

3. Sin duda, en el excelente trazado de ese retrato mucho tiene que ver el profundo conocimiento de Lizarraga sobre la figura de Clara Campoamor, a la que ha dedicado varios libros, junto a Juan Aguilera Sastre, en la colección «Biblioteca Clara Campoamor» de la editorial Renacimiento.

4. Se trata de una carta de Valle dirigida a Santos Martínez Saura ‒secretario de Manuel Azaña‒, con fecha 17 de octubre de 1935. [296-297]



El Pasajero, núm. 33, 2025
VOLVER AL ÍNDICE