Sobre la detención de Max Estrella: tiempo histórico y tiempo de la acción en Luces de bohemia

Jesús Mª Monge López
(T.I.V.-U.A.B.)

A Carlos Gómez Amigó, in memoriam.
A Manuel Aznar Soler, maestro de valleinclanistas.


Cien años después de la publicación en entregas en la revista España (julio-octubre 1920) de Luces de bohemia, la obra se ha convertido en la más célebre, carismática e internacional de Ramón del Valle-Inclán, al mismo tiempo que ha definido todo un subgénero dramático como el esperpento. Sin embargo, todavía restan muchos aspectos de la obra por iluminar para el lector contemporáneo. Con toda probabilidad, los lectores de hace un siglo sí fueron capaces de entender la gran cantidad de alusiones y connotaciones inherentes en muchas de las intervenciones de los personajes de la obra. Como muy bien indica Iglesias Feijoo [2020: 70], “es posible que la densidad semántica de Luces de bohemia no tenga parangón en la literatura española contemporánea”. Este artículo pretende esclarecer algunos aspectos de la detención de Max Estrella, hecho que constituye, tanto en su primera edición en entregas en la revista España, como en su posterior aparición en volumen en 1924, una parte fundamental de la trama de la obra1.
 
Antes de examinar la significación de la detención de Max Estrella, es necesario precisar que no hay en Luces de bohemia una correlación única entre las acciones de los protagonistas y personalidades históricas de la época. Así, si bien Valle-Inclán se inspiró mayoritariamente en la vida de Alejandro Sawa para construir el personaje de Max Estrella [Zamora Vicente, 1969], otras circunstancias del protagonista también remiten a Víctor Hugo [Aznar Soler, 2017] e incluso al propio autor. También sucede igual con el Ministro de la Gobernación, que evoca la figura del ministro Julio Burell, amigo y protector de Valle-Inclán, pero asimismo la del titular de la cartera en 1920, Francisco Bergamín [Iglesias Feijoo, 2020: 98].


El contexto histórico: 1917-1920

 

El contexto socio-histórico de la obra aparece descrito con ciertos detalles en la escena III, en la taberna de Pica Lagartos. Mientras Max espera el dinero de su capa empeñada, necesario para comprar el décimo de lotería a Enriqueta La Pisa Bien, irrumpe el Chico de la Taberna, herido a causa de los tumultos callejeros:
El CHICO DE LA TABERNA entra con azorado sofoco, atado a la frente un pañuelo con roeles de sangre. Una ráfaga de emoción mueve caras y actitudes, todas las figuras en su diversidad, pautan una misma norma.

EL CHICO DE LA TABERNA. - ¡Hay carreras por las calles!

EL REY DE PORTUGAL. - ¡Viva la huelga de proletarios!

EL BORRACHO. - ¡Chócala! Anoche lo hemos decidido por votación en la Casa del Pueblo.

LA PISA BIEN. – ¡Crispín, te alcanzó un cate!

EL CHICO DE LA TABERNA. – ¡Un marica de la Acción Ciudadana!

PICA LAGARTOS. – ¡Niño, sé bien hablado! El propio republicanismo reconoce que la propiedad es sagrada. La Acción Ciudadana está integrada por patronos de todas circunstancias, y por los miembros varones de sus familias. ¡Hay que saber lo que se dice!

Grupos vocingleros corren por el centro de la calle, con banderas enarboladas. Entran en la taberna obreros golfantes – blusa, bufanda y alpargata – y mujeronas encendidas, de arañada greña.

EL REY DE PORTUGAL. - ¡Enriqueta, me hierve la sangre! Si tú no sientes la política, puedes quedarte.

LA PISA BIEN. – So pelma, yo te sigo a todas partes. ¡Enfermera Honoraria de la Cruz Colorada!

PICA LAGARTOS. - ¡Chico, baja el cierre! Se invita a salir, al que quiera jaleo.

La florista y el coime salen empujándose, revueltos con otros parroquianos. Corren por la calle tropeles de obreros. Resuena el golpe de muchos cierres metálicos.

[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 891].

En este ambiente de agitación y protesta obrera, la huelga de proletarios que exalta con su exclamación el Rey de Portugal, es donde se produce la detención del protagonista de la obra en la escena IV.  Si nos ceñimos a la descripción de las acotaciones de la escena III y sobre todo a la afirmación del Chico de la Taberna sobre Acción Ciudadana, la obra tiene un contexto histórico muy concreto y puntual como se verá más adelante. Sin embargo, no es exactamente así, pues, por ejemplo, las palabras del preso catalán en la escena VI remiten a la insurrección de la Semana Trágica en 1909 o las exclamaciones de “Muera Maura” a la indignación y repudio tras el fusilamiento de Ferrer i Guardia acaecido el mismo año (Iglesias Feijoo, 2020: 90-91]. Por lo tanto, en Luces de bohemia hay más bien una síntesis de hechos y protagonistas históricos de las dos primeras décadas del siglo XX español, que constituyen a modo de amalgama el círculo infernal, que denuncia el protagonista en la escena XI.

Desde inicios del siglo XX, las reivindicaciones del proletariado se incrementaron paulatinamente y así se produjeron paros sectoriales de toda índole, huelgas generales de una sola jornada laboral, como la exitosa de diciembre de 1916, e incluso hubo varias protestas obreras de gran repercusión, como la que originó la mencionada Semana Trágica en julio-agosto de 1909 o la huelga de la Canadiense de febrero de 1919, estas dos últimas en Barcelona. Sin embargo, Luces de bohemia transcurre en Madrid y aunque el personaje del preso catalán evoque el movimiento obrero barcelonés, es en la protesta madrileña donde sucede la obra.
 

Ahora bien, si hay que señalar un año concreto donde emerge la conflictividad obrera y se acentúa la crisis social de la Restauración es en 1917. Antes de la huelga general de agosto de ese año, se produce una gran polarización política en torno a la neutralidad o intervención de España en la Gran Guerra. De hecho, las dos Españas toman partido por cada uno de los dos bloques, y así los conservadores y carlistas, defensores de la neutralidad española, se muestran germanófilos; mientras que los liberales, radicales republicanos y socialistas abogan por la intervención de España en la guerra europea en favor de los aliados. Pero en realidad, ese fervor aliadófilo contenía un espíritu modernizador y revolucionario, decididamente progresista y de izquierdas, tal y como tituló el semanario España [«El mitin de las izquierdas», 17-V-1917], uno de los organizadores del mitin del 27 de mayo en la Plaza de Toros, réplica al convocado por Maura un mes antes en el mismo lugar. Tras su celebración, El País [28-5-1917: 1] tituló sin ambages «El mitin de ayer. Afirmación aliadófila y revolucionaria». Es tal el grado de crispación durante la primavera de 1917 que el debate sobre la guerra en Europa se convierte en “una prolongación del conflicto social español” [Maestro, 1989: 322].

Este estado de agitación política desembocará en agosto en la primera huelga general de duración indefinida y de carácter revolucionario, es decir, con la finalidad de cambiar el sistema político español. Aunque pactada inicialmente entre la UGT y la CNT2, finalmente fue convocada por el sindicato y el Partido Socialista, con el apoyo posterior de la central anarquista, lo que motivó que el Comité de Huelga se centralizara en Madrid y estuviera formado por Largo Caballero y Daniel Anguiano por la UGT y Julián Besteiro y Andrés Saborit por el Partido Socialista. La convocatoria era para el 13 de agosto, pero tres días antes la Federación Ferroviaria de UGT se adelantó y proclamó la huelga general. Si bien inicialmente la industria, las cuencas mineras y las principales ciudades se paralizaron durante una semana, los agricultores no la secundaron. El presidente del Gobierno, Eduardo Dato, proclamó el estado de guerra y por lo tanto intervino el Ejército para restablecer el orden. El Comité de Huelga fue detenido el 14 de agosto en el nº 12 de la calle Desengaño de Madrid, donde se habían refugiado la noche del 10 para evitar ser detenidos por la policía. Hacia el 18 de agosto el gobierno había acabado con los levantamientos obreros en las ciudades, sin embargo, en algunas zonas como Asturias el enfrentamiento con el ejército, que ejerció una notable represión3, se prolongó durante un mes. Con todo, la huelga tuvo una resonancia considerable pues paralizó el país durante una semana. [Ruiz González, 1989, VIII: 501-502]4.

En Madrid el Ejército instaló ametralladoras en Cuatro Caminos, pero mucha mayor incidencia y despliegue militar hubo en Barcelona, donde según Eugenio Xammar la huelga paralizó la ciudad durante cuatro días, en los que el Ejército acampó en Plaza Cataluña, de tal forma que con las palmeras daban al enclave “un pintoresco aspecto marroquí”, colocó piezas de artillería ligera a la salida y entrada de las grandes avenidas y dispuso “crepitantes ametralladoras” en calles estratégicas. “En los sitios donde al parecer era más probable y peligroso un ataque de las fuerzas enemigas, podían verse grupos de soldados tendidos de bruces durante largas horas, con los fusiles enfilados y el dedo en el disparador.” [Xammar, «Ineficacia de la violencia», España, 27-III-1919, 207: 8]5 En opinión de Soldevilla [1918: 373-374] la huelga en Madrid fue un fracaso, secundada únicamente por albañiles, panaderos y tipógrafos. No obstante, consideró que “la perturbación surgida fue muy grande” y “la represión, demasiado dura, pues, en realidad, no hubo núcleo alguno armado y organizado que atacara, ni siquiera hiciera resistencia, a las fuerzas civiles o militares. Los hechos no pasaron de algaradas más o menos estruendosas, muchas originadas por las coacciones ejercidas sobre los que querían trabajar.” [Soldevilla, 1918: 374]. Y efectivamente, así fue, pues el balance final en toda España de la huelga general de agosto de 1917 se saldó con 71 muertos, 156 heridos y cerca de 2000 detenidos. El Comité de Huelga fue juzgado por sedición y rebelión por un tribunal militar y condenado a cadena perpetua en el penal de Cartagena en septiembre del mismo año6, aunque con posterioridad, y tras ser elegidos diputados todos sus integrantes en las elecciones de febrero de 1918, fue amnistiado por el gobierno en mayo de 1918.

El fiscal del tribunal, en la exposición del relato de los hechos, realizó una descripción de lo sucedido durante la revuelta obrera:
En efecto, no tardaron en verificarse choques entre la fuerza pública y los alborotadores, que, por coacción unas veces y por persuasión otras, arrastraron numerosas colectividades obreras en sus desatentados propósitos, manifestados en gritos subversivos, ataques a los tranvías, rotura de cristales, imposiciones de cierre a comerciantes e industriales y algunas agresiones a los agentes de la autoridad. [La Acción, «El Consejo de Guerra contra el Comité Revolucionario», 29-IX-1917: 2].

Muy semejante a lo descrito en los diálogos de la escena III y a los iniciales de la escena IV de la obra:
MAX. ̶ ¿Dónde estamos?

DON LATINO. ̶   Esta calle no tiene letrero.

MAX. ̶   Yo voy pisando vidrios rotos.

DON LATINO. ̶   No ha hecho mala cachiza el honrado pueblo.

[Valle-Inclán, Obras Completas, II: 893].

La represión afectó especialmente a la revista España, que sufrió la detención de su Gerente y de media redacción y fue suspendida por no querer acatar la censura gubernativa impuesta en el estado de guerra. No volvió a publicar hasta octubre de 1917.

Aunque el paro general en la capital no tuvo la repercusión habida en Asturias o en Cataluña, a partir de ese momento, Madrid se convertirá en la capital de la protesta obrera con una oleada frenética de huelgas precisamente en el bienio 1919-1920:

[…] la huelga de Artes Gráficas de 1919-1920, la cuasihuelga general de la construcción de 1919 y la huelga en tres tiempos de 1920 –albañiles/metal/madera–, las cuatro huelgas generales de panadería de 1919-1920, el paro de la banca en 1923, la de dependientes de 1920, las de sastras y modistas de 1919, las de Hacienda y Correos en 1921 y 1922.

[Sánchez Pérez, 2007: 304].

En todas estas protestas obreras la UGT y el Partido Socialista tuvieron un papel preponderante, de ahí la alusión a la Casa del Pueblo que realiza el Borracho en la escena III de la obra: “Anoche lo hemos decidido por votación en la Casa del Pueblo.” [Valle-Inclán, OC, II: 891]. Además del Preso catalán, uno de los personajes que representan al proletariado es el albañil de la escena XI, que parece referirse a las huelgas y desórdenes por la carestía de los alimentos básicos, las llamadas subsistencias7. A principios de 1918, debido al crudo invierno, la falta de abastecimientos y la carestía de los mismos, hubo protestas generalizadas en varias ciudades, que se repitieron a lo largo del año a causa de los acaparadores y de las exportaciones a países en guerra. Soldevilla al cerrar el balance del año 1918 explica:
 
[…] las necesidades eran mayores cada día, especialmente en las clases medias, pues las subsistencias, en vez de abaratar, habían subido de precio, y el hambre amenazaba en muchas partes, pues si bien es cierto que la guerra había metido en España muchísimos millones, los favorecidos eran pocos en número, los acaparadores, contrabandistas, logreros sin conciencia, que se hicieran potentados a costa de la vida y de la felicidad de los pobres.
[Soldevilla, 1919: 479].

La crisis de las subsistencias prosiguió en 1919 y así el 28 de febrero de 1919 se produjo en Madrid una gran revuelta de mujeres que asaltaron tahonas y tiendas de comestibles, lo que supuso la declaración del estado de guerra y la aparición del Ejército en las calles, que realizó 300 detenciones hasta el 3 de marzo. Según Soldevilla [1920: 77] el Gobierno indemnizó a los comerciantes por las pérdidas sufridas. Para el citado cronista 1919 fue

[…] el año de la crisis y de las huelgas, del desconcierto y de la indisciplina en todas las clases sociales. El comienzo de 1920 no se muestra más grato. En las principales capitales de España, hay huelgas, paros forzosos, motines y asesinatos por cuestiones sociales. En Madrid no trabajaba casi ningún oficio. […]

Los conflictos, lejos de solucionarse, se extienden más cada día. Y todavía había otros daños más graves que estos daños; y otros criminales más duros que los causantes de los males citados. Nos referimos a los logreros, acaparadores, avaros y ambiciosos (y a los que los protegían), que, con su proceder criminal, iban encareciendo de día en día las subsistencias de modo tal, que la vida se hacía imposible para todos los españoles, excepción hecha de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente durante la guerra.

[Soldevilla, 1920: 361].


Toda esta crisis social en torno a las subsistencias se refleja perfectamente en la escena XI de Luces de bohemia:

EL EMPEÑISTA.̶ Las turbas anárquicas, me han destrozado el escaparate.
LA PORTERA.̶ ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres?

EL EMPEÑISTA. ̶ Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de daños a la propiedad privada.

EL TABERNERO. ̶ El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios.

LA MADRE DEL NIÑO. - ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!

UN ALBAÑIL. - El pueblo tiene hambre.
[…]
EL RETIRADO. ̶ El Principio de Autoridad es inexorable.

El ALBAÑIL.̶ Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
[…]
EL ALBAÑIL. - La vida del proletariado, no representa nada para el Gobierno.

MAX. ̶ Latino, sácame de este círculo infernal.
[Valle-Inclán, OC, II: 920-930].

En uno de esos conflictos laborales de 1920, la huelga de panadería, tuvo un papel destacado la Unión o Acción Ciudadana, lo que nos permite con precisión datar la fecha en la que se desarrolla la acción de Luces de bohemia. Aunque su nombre oficial era Unión Ciudadana, se popularizó a causa de sus acciones el de Acción Ciudadana e incluso, según el sesgo ideológico de los periódicos, el de Defensa Ciudadana. Se trataba de una asociación muy heterogénea de voluntarios conservadores y liberales, creada en el otoño de 1919 y definida como “guardia cívica” rompehuelgas [Sánchez Pérez, 2007], integrada por las juventudes mauristas, católicos, funcionarios, profesionales liberales y pequeños patronos, todos de clase media burguesa, aliados con la clase alta madrileña por miedo a una oleada revolucionaria [Rey Reguillo, 1989: 531]. El objetivo principal de esta milicia de voluntarios era neutralizar las huelgas, al sustituir a los huelguistas de los servicios públicos. En 1919, a los pocos meses de su creación, desactivaron la huelga de tranvías y la de Artes Gráficas. La Revista católica de cuestiones sociales así se refería a ellos:

Del fracaso de una y de otra huelga, hay que reconocer que ha tenido la gloria de ser causa esta entidad que funciona en Madrid con el nombre de «Unión Ciudadana», formada por elementos de las clases medias, que se oponen resueltamente a la tiranía socialista.Estos elementos, que han contestado a la fuerza con la fuerza, que han contestado a la agresión con el acto viril que reclama la defensa legítima, han hecho imposible el terror que el sindicalismo pretendía imponer como ley en Madrid, […].La «Unión Ciudadana» es entidad que debiera extenderse a todas las ciudades donde el matonismo socialista y sindicalista pretende ejercer hegemonía; a la vez que las instituciones sociales católicas redoblen sus esfuerzos en la propaganda para hacer ver con las armas de la razón cuál es la línea de conducta que el obrero debe seguir.
A finales de 1919, los miembros de la Unión Ciudadana fueron autorizados a llevar armas durante sus acciones, de ahí que se les denominaran “policías honorarios”8 y en muchas ocasiones durante los conflictos obreros de 1919 y 1920 “fueron más allá de sus competencias técnicas, comportándose como una auténtica policía paralela que traspasaba los límites de la legalidad. Los cacheos y las amenazas a los huelguistas, e incluso las colisiones a tiros o a bastonazos estuvieron a la orden del día en aquellos meses”. [Rey Reguillo, 1989: 535]. En este contexto se entiende perfectamente la intervención de la Pisa Bien en la escena IV de la obra:
LA PISA BIEN. - ¿Ustedes bajaron hasta la Cibeles? Allí ha sido la faena entre los manifestantes, y los Polis Honorarios. A alguno le hemos dado mulé.
[Valle-Inclán, OC, II: 894].

En realidad, muy pronto los miembros de la Unión o Acción Ciudadana se extralimitaron en sus funciones. La Libertad denunciaba ya el 9 de enero de 1920 los cacheos nocturnos a los viandantes, que, a partir de las dos de la mañana, realizaban los jóvenes de la milicia y advertía del peligro que ello suponía, al mismo tiempo que acusaba al Gobierno de proteger y alentar a la asociación y más cuando el propio ministro de la Gobernación en esas fechas, Joaquín Fernández Prida, era miembro del grupo. [«Qué dice la policía», La Libertad, 9-I-1920, 3].
El Sol informó de un incidente en la estación del Mediodía, cuando se presentó el presidente de Acción Ciudadana con un grupo de veinte jóvenes armados con tercerolas, para impedir la huelga de los ferroviarios [El Sol, «La Guardia civil y la Unión ciudadana. —Un incidente», 25-III-1920; 1].  La prensa liberal y republicana advirtió del peligro de que los integrantes de Acción Ciudadana fueran armados con pistolas automáticas, y más si cabe cuando la mayoría de ellos eran jóvenes menores de edad con nula o escasa experiencia en el manejo de las armas. Mariano de Cávia consideraba a la asociación, dada la juventud de sus miembros, como un “recuerdo pueril, plagio burdo, una caricatura de la Milicia Nacional existente desde 1820 a 1874” [Cávia, «Exhumación y parodia de una antigualla», El Sol, 9-IV-1920, 1].

Pero de inmediato, esta milicia de voluntarios se entrometió en los conflictos laborables de empresas privadas, pues escoltaba a los obreros esquiroles a sus domicilios al finalizar su jornada laboral, lo que suponía un quebranto para los objetivos de los comités de huelga. El caso más obvio es el acontecido con la huelga de la fábrica de galletas La Fortuna. El 6 de abril se produjo un tiroteo, primero en la calle Bailén y por la tarde en la zona de la calle Princesa, donde se intercambiaron más de 50 tiros y la policía requiso nada menos que 18 pistolas a jóvenes de entre 16 y 20 años. El incidente tuvo tal repercusión que fue recogido en el anuario político por excelencia:

6 de abril. A tiros en las calles. —En la calle de Bailen ocurrió en la mañana de este día una colisión, entre varios individuos de la Unión Ciudadana, que amparaban en escolta a varios obreros esquiroles, y un grupo de huelguistas de la fábrica de galletas «La Fortuna».
Se cruzaron varios disparos, resultando herido un obrero llamado Antonio García, de diez y ocho años, quien fue curado, en la casa de socorro, de un balazo en una pierna. Después de curado, desapareció.

Por la tarde, en la calle de Luisa Fernanda, ocurrió otra colisión entre jóvenes de la Unión y obreros, cambiándose más de 50 disparos. 
[Soldevilla, 1921:77].
 

Este choque con los obreros en huelga de la fábrica provocó que el Sindicato de las Artes Blancas Alimenticias instara, en un mitin en la Casa del Pueblo el 8 de abril, a que los obreros se armaran “con el fin de poder repeler las agresiones de que puedan ser objeto por parte de los individuos de Acción Ciudadana” [«Mitin contra la Acción Ciudadana»,El Sol,  9 de abril 1920, 3].

Y así llegamos a la tarde del 9 de abril, cuando de nuevo se produce una refriega en la que resulta muerto un miembro de Acción Ciudadana. La Libertad en su edición del 10 de abril informa de un tiroteo en la calle San Vicente donde resultó muerto “un señor que entró en la vaquería “La Corredilla” y cayó al suelo sin pronunciar ni una palabra, muerto a consecuencia de un balazo en la cabeza.” La policía lo identificó como Ramón Pérez Muñoz, de 50 años, ingeniero y catedrático de la Escuela de Minas, donde impartía la asignatura de Cálculo Infinitesimal, uno de los fundadores de la Sociedad Matemática Española [Madrid Científico, «Noticias», 1920, 1016: 186-187] y socio de Acción Ciudadana:
Iba elegantemente vestido y al caer muerto en el local de la vaquería empuñaba en su mano derecha una pistola automática.
 [«Un socio de la Acción Ciudadana, muerto», La Libertad, 10-IV-1920, 3]9.

El País también se hizo eco de la noticia en su portada del 10 de abril, tildó despectivamente a los socios de Acción Ciudadana de «neorrequetés» y «milicianganos», y enfatizó que la fábrica La Fortuna no era un servicio público esencial: "¡Qué ha de ser un servicio público el de la fabricación de dulces, bollos, galletas y pasteles! [«Invitación al crimen. Tenía que suceder», El País, 10-IV-1920, 1].
El incidente con más detalles y ya esclarecido, también lo recogió Soldevilla un año más tarde en su anuario:

9 de abril. Crimen sindicalista en Madrid. — Sobre las seis de la tarde, el ingeniero de Minas, profesor de la Escuela especial, D. Ramón Pérez Muñoz, de cincuenta años, iba, en unión de otros seis compañeros de la Acción Ciudadana, acompañando a unos esquiroles de la fábrica de galletas «La Fortuna». Ya los esquiroles en sus casas, sin que hubiera ocurrido incidente alguno, pasaba el grupo de afiliados de la Unión Ciudadana por la calle de San Vicente, cuando de improviso, dos sujetos hicieron sobre aquéllos once disparos de pistola browning. Fue la agresión tan rápida, que los agredidos carecieron de tiempo para repelerla, no obstante llevar todos armas de fuego. Uno de los proyectiles alcanzó el Sr. Pérez Muñoz en la cara; éste anduvo unos pasos hacia adelante y fue a caer de bruces, sin vida, en el interior de un despacho de leche establecido en el número 62 de la expresada calle. Fueron detenidos dos huelguistas. [Soldevilla, 1920: 82-83].

El historiador Fernando del Rey Reguillo en su tesis doctoral Organizaciones patronales y corporativismo en España (1914-1923), de la que el articulo citado es un extracto, constata que la Unión Ciudadana en sus años de actividad solo tuvo un único muerto: